EL GUSANO DE LUZ: ESTUDIO DE D. JUAN V ALERA
Hace ya meses que tengo deseo y propósito de escribir algo acerca de la novela cuyo Ululo me sirve de epígrafe ahora; pero sobra de quehaceres y falta Je humor no me lo han consentido.
La novela me parece bien escrita; pinta con grada y vi veía las costumbres campesinas de la gente de la costa en La provincia de Málaga, y ios personajes «|iie intervienen en la acción interesan. La acción misma, a tintine en extremo sencilla, excita la curiosidad, cautiva La atenci6n y entretiene.
Todo esto, no obstante, no bastarla á moverme para escribir un artículo, ni siquiera para decidir, allá en mi interior y sin decírselo á nadie, los grados de mérito que tiene Ja novela. Menester eü que sea muy mala una obra de esta ciase para que yo. ai llego k leer treinta páginas, no las lea todas con deleite- Loque pur signos menos falibles me hace creer que La novela del Si\ Rueda alcanza no común valer. es que au Lectura ba despertado en mi espíritu dudas y cuestiones que, ya que yo no aliñe á resolver aquí» he de plantear at menos.
El gusano de luz imi impulsa a1 hablar; y esto prueba, á mi ver, quo vale más que otros libros, después Je cuya lectura mí espíritu queda como dormido y sin estimulo para decir nada.
Aunque sea tomar el asunto muy ab ovo, se me ocurre reconocer í[uc lo que llaman realismo 6 naturalismo mitigado, contra cuyas exageraciones disertó jo no poco, al venir de Francia, como vienen todas tas modas no literarias y literarias, nos trajo, kvuella de muchos inconvenientes y vicios, la gran ven-laja de resucitar entre nosotros la novela de costumbres, casi perdida ó descuidada, desde que escribió su Fray Gerundio el Padre Isla,
Algo como germen menudo del genero habíamos tenido ya en artículos de Larra» Estébanes Calderón y mesonero Boma nos. Después, pasando de! breve cuadre á la novela extensa y completa, tuvimos á Fernán Caballero, cuya importancia no laso. I)trá sólo que Fernán Caballero vjó y retrató Ja Andalucía y los andaluces al través de un prisma que ella se había fabricado, leyendo muchas novelas francesas ó inglesas, por donde resulta que sus imágenes, lomadas de la propia naturaleza, safen cubiertas, ya quo no disfrazadas, con colores exóticos de sentimentalismos traspirenaicos y basta de lenguaje ó estilo forastero.
Después 1 nvimos otros dos novelistas que lograron algún aplauso. No Iiabío aquí de ellos por varías razones, y entre otras, porque los considero ya jubilados con el haber que por clasificación íes corresponda» el cual no me incumbe designar cuál sea.
Y hay, por ultimo, un lucido estol, £rupo 6 tropa de novelistas* en actividad Bbrecienle y fecunda* á cuya cabeza ñus parece que van, no * un capitán, sino dos, y además una gallarda capitana. Como nadie intenta disputarles la capitanía, pondré anuí sus nombres, aunque el ponerlos sea superfino, pues todo lector Jos nombrara sin que yo los designe; son Pérez Galdós, Pereda y tfona Emilia Pardo tiaián.
La hueste que los sigue es bastante numerosa, Yo nn quisiera equivocarme. Mi juicio comparativo puede depender del lugar desde donde los veo; pero sea comn sea, me parece que descuellan en esta hueste Alas, Picón, Palacio Vajdcs, José Navarrete y Ortega MuniLJa* Y esio sin hablar de los novelistas catalanes, cuyo jefe es Narciso Oller.
Ahora empírzan mis dudas ó cuestiones, que apunto y no resuelvo.
Francia fue, y signe siendo desde hace siglos, el país más fértil de ingenios que hay en Europa; donde los prosistas abundan mas y son mejores. Si tratásemos de poetas, yo, contando el siglo entero desde 118S á 1889, lal vez pondría por cima de Francia á Inglaterra, á Italia, á Alemania, y aún á España misma, á pesar de la malísima fama que nos han dado, y que nosotros mismo* nos hemos dado, de caldos y de incapaces; pero tratándose de pro* aíslas, no hay duda para mí: Francia nos vence á todos, y si nos concretamos á novelas, la victoria es más palente y señalada. Después rae digo; Aunque nuestra producción en novelas sea por Ja calidad inferior á la de Francia, ¿es lan inferior que justifique el soberano desdén con que Jos caballeros y sonoras ele-
ntes desatienden la novela española? Yo estoy persuadido de que et desdén »o está justificado. y estoy persuadido además «le que perjudica en extremo á los escritores esparto- * Ies, no ja porque pierdan la venta de algún centenar de ejemplares, lo cual apenas importa, sino parque la gente mentida, menos rica y menos elegante, sigue el ejemplo de Ja high Ufe, y menosprecia sin percatarse de ello lo uue La high Ufe menosprecia. Contra tales □e*deues contagiosos, contra la poquísima afición á leer y á comprar libros que aún sin desdeñarlos hay en Kspafta, y contra otrosí doscientos mil inconvenientes tiene que luchar el escritor español; por Lo cual no me explico en Espafla la critica severa, sino sólo Ja encomiástica y benigna.
Asi es que, según mi opinión, cuando no haj en un libro sino cosas que censurar, lo mejores callarse. Se comprende la censura de algo, cuando hay afición apasionada deadqui* rirLo» á fin de destruir esta afición que puede ser perniciosa; pero no existiendo la aücióu, huelga la censura, ó bien, merced al espíritu de contradicción, la censura es cim ir a pj*od tícente, Los que jamás hubieran comprado el libro, ni averiguado oue Je habla» caen en Ja tentación de comprarle al notar que se halda tan mal de él; á vece» Je compran para competir con el censor en hallar en eJ libro defectos. Es tan verdad este extraño fenómeno, que yo sé de un Mitro caro (cuesta 25 pesetas), del cual, cuando le censuraban poco, se vendía
I loco, y ahora que le ponen peor que por os suelos, en larga serie de artículos, se venden de él cuatro mil ejemplares al ano.
No por eso sostengo que sea grato á un autor que Le censuren con dureza, aunque venda mejor su obra de resultas de la censura. Prefiero vender menos y ser más considerado.
Imagino que don Salvador Itueüa ha de sentir como yo en este punió, y me apresuro á decirle que, respecto á mi, puede estar tranquilo. Yo no hablaría de su libro si me pareciese malo. Hablo de él poruue me parece bueno, aunque no sin faltas, de las cuales es útil tratar, asi para que otros autores no incurran en ellas, como también para que el Sr. Rueda, si las reconcce, se enmiende en otros libros que escriba, los cuates serán más bellos sin estas fallas, pues de su generoso ingenio todo puede esperarse, ai el buen gusto le tfuia.
El argumento de La novela que da motivo á mis reflexiones se puede encerrar, compendiándole, en seis ú siete Líneas, Andrés y Carmen, labradores de La UiguerueLa, tienen una hija de quinceavos* la cual, si llega á desenvolverse, será liudísima; pero se halla en muy peligroso y crítico momento de transición. K fin de que la chica, que se llama Concha, adquiera mejor salud, se robustezca mudando de aires, y venga felizmente á ser mujer, Andrés la lleva á casa de su hermano, rico cortijero, viudo, cuya hacienda debía de estar, por lo que puede colegirse, en la hoya de Halaga, no lejos de esta ciudad, Concha se cura en efecto en aquel salubre y campestre retiro; se hace mujer, y muy hermosa y muy apasionada , y se enamora tan briosamente de su tío, que lo* gra infundirle no menos irresistible pasión. El lio, llamado Sebastián, considera absurdo el enamora míenlo, pues tiene ya más de cincuenta años. Trata de dominar su pasión* no lo consigue, y al cabo tío y sobrina caen en Ja tentación y en el pecado, que por subsiguiente matrimonio se corrige.
Lo primero que se le ocurre á cualquiera es
ue si bien nada debemos extrañar, ni de nada abemos espantarnos, porque lodo es posible, todavja choca algo que Jos padres de Concha no previesen que el tío Sebastián, aunque viejo, sapo y robusto, podía enamorarse, y no estaba bien confiarle a una nina de quince años para que viviese sola cou el, sobre lodo no teniendo él hermana ni señora de respeto que cuídase de la ñifla. Allí fallaba lo que Ha* man los franceses un chaperon, ó sea la mujer ó dama anciana y grave que acompaña á la joven par bienséance tí commepourr¿pondré de $a conduite. Fácil hubiera sido al señor Rueda chaperonner ¿ Concha, y su novela hubiera estado mejor. El tío Sebastián pudo haber tenido una hermana vieja, devota, soltera ó también viuda, muy severa y honrada, y que hubiese vivido con él. Ya entonces nos parecería más razonable que l». Andrés llevase á su bija á vivir al Jado de su tía* aunque hubiese también un lío, no habiendo más
ue un tío, se daba motivo sobrado á Jos malicíenles de Ja lli^ucruefa, que los habría sin duda, para que dijesen que D. Andrés llevaba su hija á casa del hermano para que sucediese lo que sucedió, y mucho más siendo su hermano muy rico.
Salvemos, no obstante, este tropiezo, y continuemos, Concha, sea como sea, vive ya sola, sin madre ni tía que la amoneste y dirija, en un cortijo, con su lío Sebastián, quien, par lo mismo que ha llevado una vida activa y morigerada, dista mucho de ser un vejestorio: es un viejo guapo y lozano por lodos estilos.
Los errores, que yo no puedo menos de notar en la novela del Sr. Uueda, proceden de una preocupación naturalista que extravia al autor, la preocupación es que se da en el ser humano algo de fatal, de imperativo ó determinante* que le arrastra con violencia invencible á cometer fallas que pueden ser hasta monstruosas.
Tío discuto aquí sohrc la libertad psicológica. Nuestra religión la considera bastante endeble y enfermiza de resultas del pecado original; pero, con el auxilio de Dios, con su gracia, que de diario le debemos pedir, diciendo «no nos dejes caer en la tentación,» nadie cae en ella, y si cae, cae por su gusto y con libertad, y es responsable de su caída. '
Esta doctrina católica, aunque seamos unos picaros descreídos, no podemos negar que está muy conforme con la verdad. Los apetitos y las malas inclinaciones pueden mucho con nosotros: pero toda voluntad sana, cuando la corrobora una buena educación moral y religiosa, basta á triunfar de esos internos enemigos.
En La novela del Sr, Rueda, como el antor estudia poco el fondo del alma de su heroína, nada se pnede afirmar de fijo. Lo que se ve es que apenas hay escrúpulos religiosos, morales y de decoro, que combatan la pasión de Concha, Esta pasión, como la bala disparada va derecha al blanco, va también derecMa alio-gro de to que apetece*
Por dicha, lo que apetece la pasión de Concha dista bastante de ser una monstruosidad. El Sr. Rueda, que es muy joven aún, baila monstruoso que se enamoren ninas de quince dieciseis de hombres de cincuenta artos. Sin duda, el Sr* Rueda quiere acaparar todos los corazones femeninos para Jos mozos de veinte á treinta. Como yo teqgo ya muchísimos más, no se dirá que entablo interdicto posesorio y abogo pro domo mea. La edad de cincuenta anos há tiempo que pasó para mL Sostengo, pues, sin que ningún interés personal tuerza mi juicio, que todo hombre de cincuenta anos, que no haya ¿ido vicioso y que sea de buena casta y condición, puede todavía enamorar & Jas mujeres, sin que estas incurran en extravagante delirio, fiada más frecuente que tal clase de amores.
Los más conformes con la estética, con la moral y con La fisiología, no be de negar yo que son aquellos en que la diferencia de edad entre Jas dos personas que componen Ja pareja amante no pasa de diez aflea, que na de tener el novio galán sobre Ja novia ó la dama. Así, poco más ó menos» debieron de ser Hero y Leandro, Plramo y Tisbe, Dafnis y Cloe, Isabel y Harcilla, Julieta y Romeo, y lodos los demás enamorados amartelados* anos y perfectos con que las historias y la poesía se engalanan y engríen.
Concedido esto, justo es que se me conceda que hay otras dos clases de amores, frecuentes, razonables y benéficos, digámoslo así.
Es ta primera clase la tan encomiada en elocuentísimo tratado por la señorita Rosa Cleveland, hermana del actual presidente de losKs^ lados Unidos. Podemos apellidar esta clase de amores fe altruistica, que es ef nombre que Je da la ilustre Misa, ó bien eadtjeo, del nombre de Cadijah, primera muierde Hahoma, á quien dicha Miss pone por aechado, espejo y faro de esle linaje de enamoradas,
Augusto Comle y Jos demás positivistas, sobre todo cuando siguen fa corriente mística y bumanitario-religiosa, coinciden en alabar estos amores y ven en ellos [a mósalta misión de la mujer. Hay un joven Win ido. de gran capacidad, pero que vacila, que desconoce su aptitud y que ignora su misión, Entonces la mujer de corazón y de experiencia, impulsada por el amor y por Ja fe altruistico, debe acudir á revelar esa misión al joven, á hacer que no vacile, á mostrarle el punió á donde debe encaminarse y á servirle de guia y de apoyo; ser, en resolución, la Egeria del nuevo Nuraa, ia Cadijah del nuevo Mahoma, la Juana Welch del nuevo Carlyle ó la Clotilde de Yaux del nuevo Augusto Comte. Para subir á esta altura dc santa del positivismo religioso, de escudriñadora y reveladora de genios, de esposa y madre espirilual de apóstoles y deprofetas, es evidente que la dama ha de tener bastante más edad que el galán. A Mahoma apenas le apuntaba el bozo cuando Cadijah, que era ya jamona, aunque de muy buen ver, se prendó de él y descubrió sus aptitudes prn-fóticas.
Si esta manera de amar es natural y útil, no lo es menos, y es mfcs frecuente la contraria* La mujer es como Ja mariposa, que vuela en busca de la luí, y en su resplandor se quema las alas. A1K donde algo resplandece va la mujer moza comq atraída, y sin reparar en edades. Muchas no (¡dieren aguardar Ja de la experiencia para buscar y amar ai egregio poeta oculto aun, al orador y aJto politice en ciernes, al futuro general victorioso 6 al sabio eminente, (pie ha de dar a] mundo un nuevo sistema de filosofía, ó ha do descubrir otra brújula, otra pólvora ú otra América, Y si por caso tropiezan en el sendero de la vida con este personaje, revelado ya, y no latente, el cual es casi seguro que ya tiene cincuenta anos, porque para revelarse y ser guerrero de Fuste, político de campanillas ó sahío prohado, se requiere tiempo, nuestras señoritas reconocen en él su ideal, no reparan en las canas, ó sí reparan, gustan de ellas, y so enamoran del viejo y desdeñan por él al joven. Esto está sucediendo Lodos Jos días.
EL caso de La Conchita de nuestra novela es enteramente de esto orden, Para una muchacha de Ja ¡ligúemela, que no sabia de filósofos ni de hombres de Lisiado ¿qué mayor ni más adorable prodigio que el tfo Sebastián, gobernando toda aquella máquina de su labor, temido y respetado como señor y dueño, y viviendo en su cortijo como un venerable, hermoso y noble patriarca, JJeno de majestad apacible?
Infiero yo de lo expuesto que no hay monstruosidad, ni rareza siquiera, en que Conchita se enamore de su Lío; ni en que et Lío, pensando más reflexivamente que ella, que de quince anos á cincuenta van treinta y cinco, tenga aquellos amores por desatinados, y trate de que no tomen vuelo; ni, por último, en que, á pesar de tan juiciosos propósitos, Ja pasión propia, La ocasión siempre propicia, y el violento aféelo de la muchacha pueuan más que lodo y den al traste con la prudencia y demás virtudes del lío Sebastián, no por cierto muy acrisoladas ni ejemplares.
Esta lucha en eJ ánimo del viejo, Ja terquedad sublime del amor de la muchacha, y la victoria definitiva de este amor, todo está bien contado y hábilmente graduado para que interese y produzca notable efeclo artístico.
Hay en eL progreso de Ja acción varias escenas harto escabrosas, pero no Hegan á la grosería, y se pueden tolerar, con tal detener cuidado de «jue la novela no carga en manos de Jas solteriias inocentes.
Ya se entiende que todo es relativo^ según aseguraba D. Hermógenes,
Comparada con La mayor parte de las novo las de Luta, la del Sl\ Rueda es casta y púdica como Pablo y Virginia,
Ignoro Jo que eí Sr, Rueda cree sobre eJ alma humana. No voy á discutir con él si es espiritual, si es inmortal ó no, peto, Llamando el yo, sin explicarlo, á lo que en nosotros piensa y ama, entiendo que este yo, sencillísimo en su sustancia individua, es muy complicado en sus operaciones, deseos y pensamientos En Ja formación del amor de Con-chila ban debido entrar muchos más elementos de los que el Sr Rueda analiza y estudia.
Demos de barato que Ja psicología no es más que fisiología y patología inteina. Pero aun asi, será juslo convenir en que todas las funciones, pasiones y facultades de un ser humano no son obra de uñó ó de dos aparatos, sino de varios; y hemos de convenir también en que, así como hay órganos sobre cayo uso quedan dudas aun, así hay también actos de la voluntad y de la mente, que aún no se explica de qué aparato ni de qué órgano provienen. En suma, yo lamento que el Sr. Rueda dé sólo causas fiarlo Rencillas k la pasión de Conchita, y aparezcan las causas muy físicas, neuróticas y morbosas.
La novela,tal como es, es bonita: pero lo hubiera sido más sí hubieran aparecido en dicho amor causas más complicadas y altas; la novela entonce.*, sin faltar á Ja verdad, sino más conforme con ella, aunque menos á Ja moda de Francia, hubiera sido un delicadísimo idilio. En esto ha ejercido mal influjo el naluralísmn francés. El preconcepto de que hay algo de enfermizo, de fatalmente vicioso y como de nefando en el amor de ía muchacha* derrama sobre toda la obra cierta des* agradable tristeza. En cambio, dicho naturalismo ha influido de un modo benéfico en el esmero y en h amorosa y atinada pulcritud con que el Sr. Rueda pulcP atilda y.cinceJa el estilo. Se ve, se toca y basta se huele lo que el Sr. Rueda describe. Sos creemos en el cortijo: sentimos, en su amasijo campestre. Jos acres efluvios de la levadura, y, durante la vendimiai el aroma del mosto que fermenta en las tinajas. Se diría que respiramos el ambiente del campo de Andalucía, impregnado en Ja humedad salina del mar que está cerca. Los paisajes, los cuadros de costumbres, los diálogos de los rústicos, el ser de los persona* jes secundarios, todo está copiado del natural con fidelidad y con gracia.
Tal vei en e&to llega el Sr* Rueda a ser un
DI D» JUAN VAL**A
modelo, al pintar á la gitana que vende el pañolón, que dice á Concha la buenaventura, y que descubriendo (y no era difícil) sus amo-rea con el lío, los exalta y aguijonea con melosas y elocuentes frases. Toda la charla déla gitana es la propia verdad poética; es red de palabras blandas y filtro lascivo y música de sirena con que la oruja acaha de alar, de embriagar y de seducir los corazones de la sobrina y del tío. Se conoce que el Sr. llueda. bnen poeta en verso, es poeta en prosa tamhién; ama la forma, y quiere competir, y compite, por el afán y acierto con que la cuida, con su paisano El Solitario,
Mucho tendría yo qne decir aún; pero no debo cansar á tos lectores. Básteme afirmar, para poner fin & este artículo, que fa impresión que produce la lectura de toda la novela es la de que hay en España un buen novelista más* Su artislíca elegancia y su limpia y castiza manera de estilo y lenguaje prometen mucho, y ya convidan k que sus obras no sean de Las que se leen á ver fo que sucede, y luego se dejan y se olvidan, sino de las que, des* pués de leídas, vuelven á leerse para saborear la dulzura atinente déla dicción, y para contemplar con reposo en los cuadros la firmeza y corrección del dibujo y los varios tonos del espléndido y armónico colorido.
Juan Valera.
r Publicado por primer* vese en El h»parcial de Madrid, el 18 de Marzo de 18890
EL GUSANO DE LUZ
I: EL DESAYUNO
Esperando á que la incierta luz de la ma-ñaña entre en hilos de claridad por las hendiduras de la puerta que da al campo, uno do Jos gatos del cortijo está en perspicaz acecho, con las dos manos estendijas hacia adelante, y la cabeza algo agachada, lo mismo que ai se hallara á la vista de algún fugitivo ratón.
Esta vez no espera, sin embargo, echar Jas unas á su victima, síno que, por el contrario, aguarda la venida de la rosada aurora, porque con ella arriba ai cortijo la solicita despenseray cargada con lodos los artículos que han de hacer falta durante el día.
Entro dios, clara es )a cosa, viene la deseada cordilla do los gatos, y aquí acaba de explicarse que sólo por el interés es por Jo que el más antiguo de los vigilantes de rincones del cortijo, está como cosido á la puerta, no haciendo otro movimiento que el de sacudir repentinamente de vez en cuando una de sus orejas, coma s» al llegar á ellas otro rumor que no fuera e! de los pasos de La mujer, lo lanzara, molesto, de su oído.
A alguna distancia del animal hállanse apostados* acá y aílá, sus demás compañeros, agazapados en la misma actitud, y es cosa de observar entre las profundas tinieblas de la casa, las redondas esferas de sus ojo¡$, que sin saberse de dónde reciben La luz, brillan azuladas ó verdes, como piedras de tina transparencia.
El espacio negro de La estancia, se halla impregnado de suaves olores campestres que se unen y entrelazan en agradable armonía, como se enlazan unos á otros los motivos de una obra musical.
Escudrinando con el olfato podríase dar, mediante una instintiva marcha de curvas y ángulos* bien con el pajar, donde exhala su particular aroma la paja, bien con la campana de Ja chimenea donde está la caüa de morcillas coma sarta de negras dogales, ó bien con el local destinado á Jos frutos, dondeal entrar, se entonan y vigorizan los nervios, que insensiblemente pasan recado al apetito.
La luz de un candil que alumbrara de pronto Ja estancia, haría aparecer ante Los ojos, de manera tan confusa como poética, los instrumentos de labranza colocados á un lado y otro áe Ja cocina, Jas vasijas de pleíta encajadas unas en otras y alzándose en guarnicionada torro á un extremo, las jaulas de perdiz enclavadas en d muro con sus mustios restos de hojas picadas, y lodos los detalles que adornan la vivienda de un buen cortijero, como bueno es el taciturno Lío Sebastián, que durante el dia bulle por toda la casa, dándole m&s acentuado carácter-
Abora, sopla por un Jado de la boca, acostado en el colchón, de lanas de su rebano, y Dios sabe en que suelta, pues muy del otro lado de los bríos que trae consigo la juventud, sin familia que le moleste, y bien repletas las arras y las trojes, no viene á solicitar su atención nada que no sea sosegado y tranquilo, como sosegado es su carácter, y tranquilas y morigeradas sus costumbres.
En habitación lejana á Ja en que duerme el santo varón, disfruta también de sus visiones psicológicas la honrada y hacendosa Antonia, criada del tío Sebastián/que puesta también por los años fuera de ios tiros del amor, entiende en Jos asuntos de Ja casa y se enírega por entero á sus quehaceres, con acierto que corre parejas con su pulcritud,
AI Qnp por la Jínea azul del mar que en curva perezosa rodea eJ extenso paisaje donde se halla enclavado el cortijo, asoma Ja temerosa luz del día como apocada muchacha que en sus quince abriles asoma á las primeras visitas» y toda la llanura de la plaja, Jas laderas sembradas de vides é higueras» Jas huertas de canas de asúcar y Jos feotones de olivos y naranjos, empiezan a esbozarse sobre el cuadro de la naturaleza y llenan la impalpable gasa que Jos envuelve de agitados puntos luminosos, entre cu jos remolinos asoman sus copas atrevidas Jas palmeras y Las torres de la lejana capital.
Antonia despierta entonces con exactitud de cronómetro, que tal se la ha ido fijando la cos-tumb»e, y á tientas coge la caja de tos fósforos de debajo de la almohada y forma para encen» der ese rumor que no puede confundirse con otro alguno, ni aun con el zarzalear de los ratones; y hecha que es la luz en su mano, va en din cción del candil, hundiéndose en los golfos de tinieblas y viendo anaranjado y orlado de iris el resplandor, á causa de la suave congestión del suefto.
Trasmitida Ja luz á la mecha, que se halla endurecida por los restos de la ultima combustión, copee! candil en una mano v se desliza de puntillas para no despertar al JucfW), yendo en dirección de Ja puerta del campo, con gran contentamiento de los galos, que de diferentes puntos sajen en dirección de ella, alzando la cola y dando malJidos cariñosos.
El cerrojo despereza sus goznes, haciendo ú modo de ruidosos bostezos; descórrese fa i n Ilegible tranca, y sacudidas por Antonia Jas hojas de Ja puerta, oien como si Llamara á una persona dormida, ábrese á la Luz del día La casa, y el primer rayo de sol va h dar en el fondo de los brillantes peroles de la chimenea, que lucen al pronto como los abandonados instrumentos de una banda de música.
En el mismo escalón de Ja puerta se dan Jos amiga bles buenos días, el perro vigilante que-anhela entrar en Ja casa, y los gatos ansiosos de salir.
Antonia, apagada Ja Luz del candil, cuya líama no Luce ya en medio de la del sol, em-
[»icza sus primeros quehaceres y se peina y ava sentaaa trente á tina silla, que sostiene, además del espejo, otros requisitos de tocador.
No bien ha terminado su rodete y ha dado fin á su aseo, cuando ¡a despensera asoma ñor la vereda de delante de ta casa: en las cabezadas de tos 1 oídos la aguardan impacientes los gatos, componiendo una original sinfonía de distintas voces.
Llega la mujer con su enorme cosió, lo coloca enfcima del rebellín, y cambiando su saludo con Antonia, va pidiendo á ésta la lisia de los artículos ijue desea, dejándose ambas cercar por la legión ruidosa de los gatos*
Pero como con tanto malltdo se hace imposible la conversación entre las dos mujeres, pide Antonia la ración de cordilla, y lo mismo es cogerla en sus manos y preparar el cuchillo, que ponerse todos los animales á dar saltos y cabriolas en torno de ella, tirándole alguno del vestido de esa manera inteligente que significa tanlo como decir «aquí esloy vo».
La primera racíún va por derccno de antigüedad al galozoy bisabuelo de los demás gatos, que á semejanza de una persona, gruñe y pone los bigotes de punta cuando coge Ja tajada.
Pronto los otros se empinan con extraña agilidad para coser la suya respectiva, y enarcan después el Jomo en actitud de defensa para en caso de ataque intempestivo.
La despensera se ríe instintivamente del egoísmo de los animales, y guiada por un desconocido impulso, se pone de parte de alguno de ellos, que ansia salga victorioso cu Ja ha-lalla.
Esta se Iraba por fin al caer en el suelo una suculenta tajada, que ansiándola para si lodos á un mismo tiempo, se arrojan bufando sobre ella, para clavarte las uñas, como antes le han clavado los ojos.
¡Buena se arma entonces en la explanada! Dos gatos la cogen, cada uno por un Jado, y rodeados de tos demás, se miran de reojo, casi juntas Jas cabezas» iniciando leves gruñidos que son como los truenos de lejana tempestad. Por no ser menos otro felino, clava también el diente en un Lado libre de la presa, y ya son seis ojos los ({Lie se miran de soslayo echándose su furor unos á otros corno pelota que salla sobre diversos planos; hasta qué, por intervenir Los restantes, según pueden hacerlo, en la pieza de cordilla, queda planteado el combate y á punto de romperse el fuego, que esta vez tiene que salir forzosamente de tas añas.
—fMiauf—dice uno con furia reconcentrada, como aquel que va á tirar por medio de los trigos. «
¡Miau!—ailade otro, que por su actnto se comprende no ba de soltarla*
—¡Miau!—sigue un tercero, y se queda tremándola nota, como cantante que hace una agilidad de garganta ¥ dadas estas señales de aviso que son como el argumentar de cada tino, pasan á los hechos de fuerza, y sin más anunciarse con frases de suavidad,
Hamamiáuíl—gri(a el que expuso primero sus razones, dando un fiero (ironazo á la cordilla.
nBamamiduH— exclama con más fuerza el segundo, arrojando una manotada á su contrario.
üRa-ma-ma-miáutt — dice definitiva-
mente el tercero dando relieve trágico á su papel, y arrastrando iras de si el racimo de gatos con una extraordinaria fuerza de mandíbulas.
Entonces es una horrible batahola la que se arma: los arañazos, los quejidos lastimeros, y el soplar y el erizarse de los lomos, forman el más raro desbarajuste que pudo softar ningún maestro antes de comenzar su partitura.
Pero en esto llega el perro al lugar de la disputa, planta solemnemente la mano sobre la tajada, dispérsanse los galos como un puna-do de moscas, y adoptando una postura de león, empieza á engullirse filosóficamente la tajada.
El día en tanto, acaba de llenarlo todo de claridades En las casas vecinas ai cortijo, donde se instalan pastores y sirvientes del tío Sebastián, recobra todo vida y movimiento, y empiezan las tarcas del día entre los cantos alegres de los zagales.
El viejo sale entonces con los ojos hinchados de suefto á la puerta que da al campo; siéntase en cómoda silla al lado del umbral, desde donde va echando puñados de menuda cebada á las gallinas; hace luego su primer cigarro que se fíima á la luz apacible del sol, y cuando ha terminado todas estas faenas, aparece Antonia ante él con un vaso de leche recién ordenada y tibia, cuyo calor y tiroteo de espuma llegan agradablemente á la tez y á los oídos del nombre, abismándole en una especie de voluptuosa pereza.
Luego se retira de los vivos rayos del sol, y colocado dentro de la casa, quedase mirando la túnica vaporosa de la niebla hecha infinitos girones sobre el paisaje* y la atmósfera impregnada de una polvareda de luz y oro donde Jas moléculas bailan en Jiberlad Ja esplendorosa danza matutina.
II: MONOLOGO
Retiróse el tío Sebastián dentro de la casa, y así que el sabroso alimento reanimó un tanto su espirita, tomó una cómoda postura en Ja silla, y á la Ytsla de aquel florecer de la naturaleza, que ni mismo tiempo que granaba los racimos, poblaba de pájaros las arboledas, empezó á hacer su primer monólogo del día, y dijo calladamente para sus adentros: L
—«Buen ver tiene este ano la cosecha; las tierras sorbieron el agua, como esponja, durante las primera* lluvias, y ya no queda tallo sin retoño, ni árbol sin su relevo de ramas nuevas. Mala cosecha la pasada, peor aún la anterior y lo mismo las que le antecedieron, Ja que abora dice naquí vengo*), parece que va á desquitarse con creces de las anteriores* Buena falta hace, pues aunque ni el dinero ni la abundancia se echaron de menos, íos gastos del cortijo subieron á mucho, y contra la guJa debe eslar la templanza, así como tras del tener, la caridad. Buenamente pensando, no es regular convertirse tino lodo en ramas para dar sombra á cuantos se le arrimen; pero jípié se va á hacer con tos que nos quieren, sino corresponder con lo que Dios uos dió para poder espantar la miseriaJ A nadie tengo que dar cuenta de mía acciones; nadie hay tampoco de mi familia que necesite de mí,
Ímes mi hermano Andrés posee cuanto le hace alta para los suyos, y con esto pare usted de contarde parientes* Por otra parte, las piaras de cabras dan leche para surtir al pueblo vecino y aportan á la casa buenas monedas; las ovejas echan Lana si Dios tiene qué\ los frutales, por mala que venga La cosecha de uvas, cumplen como deben; y las crías de cerdo alargan por la buena Lo bastante para salir bien de gastos imprevistos; con esto, y con que arribe Lozana la cosecha de este ano, que mucho granizo ha de caer ó sale bien de ra* cimos, el cortijo se redondea como quien dice, y hace frente á Los gastos y socaliñas, para que bien recibamos Nochebuena.»
Y siguiendo el viejo en su monólogo del cántaro inmortal de la lechera, añade después que ha hecho un cambio de postura en ía sitia:
—«Luego, esto se alegrará con la venida de esc pimpollo de sobrina que me anuncia mi hermano, la cual parece que anda maleja y desganada. No acostumbrado a otra compañía que á la de los pastores y gente de campo, me dará alegría ver su palmito distinguido y sus aires de encumbrada persona; porque eso sí, la tal sobrina debe de ser todo un Jinopri' mor, porque asi lo dice la gente que de allá viene, y así Jo repite mi hermano en su carta.»
Aquí, sin darse cuenta de ello, el tío Sebastián rompe la serie de cruces que tiene formadas con Jos dedos, y mete una mano en su bolsillo buscando la caria mencionada.
La desdobla can toda parsimonia, y lea sin pronunciar palabra, con signos de complacencia en el rostro: J
«Mi querido hermano Sebastián* Ya sabes por otras mías que tu sobrina no me gusta cómo anda de salud, á pesar de que nada Inane que quiera ser grave ni lo pretenda; mas como no se robustece lo que debiera, y el paso por donde va, (tiene quince artos), es además de delicado propenso á la tristeza, be pensado que mandándotela algunos meses, quizás con La sana vida del campo acabe de hacerse mariposa. Te advierto que por el capullo ya so adivina Jo linda que ha de ser la llor, y conviene cuidarla con esmero y atenderla como necesita. Tú vives oom píela mente separado de familia, no has visto tampoco desde hace mucho tiempo al gusano de luz como aquí Llama la gente á tu sobrina, fundándose en lo mucho que le brillan los ojos, y esto irá á alegrar en algo tu soledad de viudo impenitente, que á fe te juro nunca te envidiaré, Asi» ya sabes que el día que menos nos esperes, asomamos por ahi tu sobrina y yo, y te quedarás con ella hasta que se robustezca por completo.
¡Ahí te advierto que no sé si Concha tiene novio á pesar de sus pocos aftos, y si ésta es la causa de su Irízteza, Indaga tu de buena manera lo que haya, y dale saludables consejos como sabes. Adiós; basta la vista-, tu hermano jjue le quiere, Andrés,»
—¡Novio, y según dice su padre todavía no ha salido del cascarón!—dice el tío Sebastián guardándose otra vez la carta en el bolsillo. Pero eso no debe de ser cierto, porque esas
cosas poco tiempo suelen andar ocultas. De cualquier manera que sea» yo indagaré si tiene quien Ja ronde y le haga carantonas, y veremos qué casia (fe pájaro es, y si resuJta persona que menla con fortuna para sostener una familia. La mujer, familia quiere, y mi sobrina no es bien que corra mi misma suerte. Lo mato será que si hay aJgo de cierto, con estas y con otras, la muchacha dé en el desmejoramiento y se pase lus días en claro, cavila que cavila, sin pensar en nada, y su naturaleza no rnmpa con todo brío. A bien que para eso está aquí su Uo que mirará por etta, y mucho me engaflo. ó con fortuna he de sacarla adelante, asi Dios me de su santa gloria. Pero Jo que siento es no ser ya padre, siquiera sea de mentira, para tratarla con todo amor y cariño.
É instintivamente, el viejo se revuelve en la silla y mira de un ladu para otro, como buscando Jos invisibles seres de una familia.
La viva reverberación del sol, que del suelo alia á modo de un anaranjado nimbo, Jtena de resplandores Ja casa, hace resaltar ío limpio de los peroles, arranca á la cristalería del vasar enérgicos haces de rajos, y promete un día caluroso, en que han de dar un buen paso hacia adelante las plantas y Los frutos.
EL viejo, alumbrado hasta en lus surcos de sus arrogas por la poderosa luz del astro, queda como envuelto en un suave y arrebolado incendio; y sorprendido de esta manera voy a describir en varios rasgos su semblante, para que se vea Jo que es un acabado ejemplar en clase de ricos y bien acomodados corlije rus.
La persona del viejo» da principio por una aseada calva, orlada do cabello, lan asi cano como así ne^ro; signe A Ja calva tina Trente llena de claridad y de blancura, más parecida á frente de hombre delicado que piensa, que de labriego; arranca bajo ella una nariz ro* sada y aguileña, airosamente encorvada sobre un bigote canoso y recortado con pulcritud; hacen compartía ú 1a nariz unos ojos dulces y do mansa expresiún donde las negras pestañas se juntan en apretados hacecillos (fue dan algo de incitante y sensual á la mirada, y cuando alguna, muy escasa vcz, se sonríe, su sembla nte se envuelve en una expresión la! de sinceridad, y hasta direnjos de honrada franqueza, que no bay más remedio que rendir parias y decir: ffcsle es un hombre á caria cabal».
Con semejante porte, el lío Sebastián se hace respetar en el cortijo como si tuviera la amenazadora presencia Je un (íolial, y no necesita de más aditamentos para ser enérgico, cuando viene al casOj y para mostrarse adusto á loda hora, aunque por dentro se conozca que es bueno como el mismísimo pan de ñor.
May que decir en honor suyo, que jamas se le vino nadie encima por hombre que fuese, y que el en su casa es el amo, sin que nadie se atreva á rechistar♦
Dulce generalmente, compasivo hasta en sus momentos de furor, nada lacado para los que le rodean, y siempre dispuesto al bien y á la caridad, el lío Sebastián no tendría pero al decir de Ja gente del contorno, si á su lado hubiera lo que completa y da carácter y alegría á un hogar, á saber: tres ó cuatro muchachos que despierten los ecos de los rincones y una mujer merecedora de varón tan lleno ¿le mannedumbre.
Pero á eso, después de su ya lejanísimo matrimonio, se opuso siempre et hombre, y detrás de las correrías de su juventud, vino á vivir snbre lo suyo, apartado completamente de familia, y así piensa morir con su ya considerable caudal de aflos, que pasan do Jos cincuenta, sin que nada ambicione sino reposar y luego morir, semejante á las flores que una vez marchitas y secas por el sol, doblan humildemente la cabeza sobre el tallo,
III: AL RUMOR DEL AGUA
Antonia, una vez que hubo terminado las tareas del almuerzo y puesto la mesa en medio de la cecina, que era, tomo en todas las casas de campo andaluzas, el estrado del cortijo, se acerró al tío Sebastián, sacándole de sus abstracciones, y con aquel respeto mezclado de cariño con que siempre Je hablaba, -¡Señor Sebastián — le dije;—el almuerzo está en la mesa,
Vino en sí el viejo á la voz de la sirviente, pasado un instante en que no supo donde se hallaba, arrastró luego con una mano la misma silla que le sosteníanse colocó en uno de los frentes de la mesa, sentándose Antonia en el del Jado opuesto, cosa á que se había hecho acreedora por su antigüedad en el cortijo y por su conducta en el fiel cumplimiento de sus deberes, No habrá de extrañarse este Ei pmana ¡» ra^go de franqueza, si sb tiene en cuenta la tradición en ludo cortijo noble y rico, de con* ceder tales privilegios á la persona qoe logra croarse un puesto de consideración en la Tañí i tía.
Antonia, pues, se sentó frente á frente del cortijera con aquel aire de respeto que saben adoptar Iris personas que conocen los favores que se les dispensan, y ambos metieron la cuchara, primero el lío Sebastián y luego el Ja, en la íuente de sopas de ia olla, que, con sus hojas do yerbabuena, esparcidas sobre el liquido, exhalaba un vapor oloroso y confortable que st* desvanecía no bien se alzaba una cuarla del plato colocado sobre Ja mesa. Solíase poner ésta en tiempo de verano entre la puerta principal de la casa y otra que cafa al lado opuesto y daba sobre el campo; así es que á izquierda y derecha de ambas
icrsonas, se velan dos amplios paisajes, uno imilado por la curva de mar, enteramente azul, que circundaba la costa, y otro cuyo término cerraban sierras ahrupias, que detrás de valles y colinas, lanzaban sus crestas á fas nubes
Era la sirviente del cortijo, mujer que á ninguna clase de trabajóle temía, y que sin ser (o que suele llamarse hombruna, tenía bien amarradas tas enaguas, y no podía cualquiera írsele, en punto á caraeler, á las manos, porque mella el resuello j»ara adentro al más pintado, y se bacía respetar de pastores y sirvientes, usando de su derecho á ser considerada como de la familia.
Unicamente con el viejo dalia su brazo á torcer, y no por estudiada hipocresía 6 por consideraciones á quien 1c suministraba el pan de cada día, sino porque realmente tenía caFiflo y respeto al sanio varón, y lo primem qnc se apuntaba en ta fren le cada mañana al levantarse, era el siguiente precepto, míe ella incluía entre tos mandamientos de la ley: do primero, no disgustar al amo.»
Pero, hecha esta salvedad, con que corres-popdla, sin proponérselo, a la merced que en el cortijo se le dispensaba! cualquiera podía ir é imponerse á la mujer, sin que del primer bufido lo echara patas arriba, j no Je valiera argüir en su favor, ni venir con quejas y furures.
liecho el repente* como ella decía, hecho se quedaba, y no había quien viniera á desfacer el enluerto.
Tuvo Anlnnía en sus mocedades un excelente palmito, que en diversas ocasiones se disputaron á guiLarrazos los roozos de las parrandas, quienes pasaban por conocer la nata y flor de los rostros bonitos y graciosos; pero Antonia dijo á todos «¡arre alfa!» sin que lograra satisfacerle ninguno, y vino á casarse a ta postre con aquel que jamás le cantó una copla, ni hizo sonar una cuerda á su ventana, ni tampoco la entretuvo con carantoñas, cosas á que se entrega lodo el que en enamoramientos se entromete,
El convenio entre ambas personas fue cuestión de £ü!pe y porrazo, ó de chaparrón, si se quiere. Yió Cielo un día en la fuente h Ja que había de ser su mujer, La cual llenaba con el caldero su cántaro, sin que el chorro de agua, compacto y uniforme, se desviara un punió de la boca de la vasija; miré la franca y expresiva belleza de su rostro; contempló la armonía vibradora de Lodo su ser, y sin acordarse para nada de la escena de Rebeca en la fuente, le dijo de tú por tú poniendo buena porción de miel en las palabras:
—Antonia, ¿quieres casarte conmigo?
í la mujer, que no esperaba semejante trabucazo, desvió sin querer el cborro de agua; partióse éste en mil hebras sobre el asa del cántaro, y el espurreado líquido fuá á mojar alegremente el vestido de Cleto.
—¡Válgame Dios y qué mal me quieres— repuso entonces el mozo,—cuandoentovía no le he dicho buenos ojos tienes, y ya me has echan el chorro de agua Tría!
—No hombre, no ne querido mojarte—se apresuró á decir ella, encauzando otra vez el arco de cristal:—es que como me ba cogido la noticia tan de sopetón...
—¿Desopelón? Puesá bíenque no la he tenío pocos días prepara, queriendo salírseme como pájaro á probar el vuelo; si de esa manera espantas mis idea*...
—¡Qué cosas tienes, hombre!
—¡(¿ué cosas tienes!—añadió dando punta* das aí pespunte el mozo, que siempre cogia las ultimas palabras de su ínlertocnlora para poder seguir hablando.—Lo que yo tengo es un cariño verdaero, y por eso quiero ser claro como el agua,
—Pero ¿quién me asegura á mí que es cierto lo que dices?
—¿Qué quién te lo asegura? Pos mi emoción mesma, Antonia. Te paece á tí que no en fluye estar un día y otro viéndote, y sujetando Ja pregunta que ca vez quie salir?
—Pero eso no basta con decirlo, porque mira tií cuántas cosas sale» del royé**
—Esta, te aseguro, Antonia, que siempre estará del derecho; conque si tú me quieres, dímelo, y trae, mientras, el caldero, que no quío que te dobres por Ja cintura.
Y diciendo y haciendo, Cielo arrebató el caldero de manos de la moza, que accediendo á la galantería» se puso á mirar la agilidad con que el hombre sacaba el agua de la fuente y la introducía en forma de cristalino ramal dentro del cántaro.
—No enmueseas, Antonia, porque me veas con la caeza gacha, que aunque tengo puestos los ojos en el agua, tengo el ofo colgao de ti.
—Pues lo que te digo, Cielo, ya que le empeñas, es que estaré, antes de contestarle, algún tiempo viendo como Le parlas.
—Eso es, á la espetaliva; pero ya veras cómo no jayas achaque. ¿Te pacce á ti que habiéndote íiuerio tanto en secrelo, iba ahora á jacerlo mal cuando Jo sabes?
Al llegar á este punió, el cántaro se coronó, lleno de liquido, de un penacho de burbujas rumorosas que corrieron por las paredes de la vasija■
Cielo, una ve/ que bulio terminado, arrolló con arle la cuerda del caldero, echóse de úna manotada al hombro La vasija de barro, y Antonia luvo por primera vez en su vida quien le llevara el cántaro déla fuente*
Ai poco tiempo eran marido y mujer, y el trabajo de Cielo producía para cubrir, aunque con dificultades, sus atenciones.
No se abrió flor alguna en el vaso donde una y otro pusieron sus amores. Pasado algún tiempo, en que apenas ai Antonia pudo goaar de su matrimonio, murió el desdichado Cleto, y entonces fue cuando el tío Sebastián tomó a la mujer de sirviente, no habiendo esta mudado de colocación desde el momento mismo en que entró al servicio del cortijero.
Antonia, corno muchas mujeres de Andalucía, que suelen parecer volubles y caprichosas, guardó fé inquebrantable á su esposo con una entereza de carácter increíble, y allá en et fondo de alma le al/ó como ;'l modo de un santuario, doedesúto penetraba, en actitud de orar, su pensamiento, con la pureza de un rayo de sol sobre la nieve.
IV: ARRE, ULTEtRO
En tlkueruela, pueblo de D. Andrés, el hermano del cortijero, notábase muy de mañana, en el corral de tina casa, trasiego de varias
Ípersonas que iban y venían en torno de dos ucidos jumentos; uno, a cuyos lomos poníanse las jamugas donde había de ¡r encajada una mujer, y otro que cinchaba un solícito sirviente metiéndote una de las rodillas en la panza, en eí cual iría cómodamente montado un propietario de pueblo» hombre como basla de cin* cuenta aftos, alto, enjuto, naturalmente distinguido, evalcalde hacía tiempo del lugar, y finalmente, padre de la desmejorada Concha, que no otra que ella era te que habla de ser conducida al cortijo, como tampoco era otro que D. Andrés, su padre, quien en compañía n un hombre conocedor del terreno, llevaría su hija cerca y bajo Ja vigilancia de su hermano*
La escasa luz del cíelo y la del candil, que otro sirviente sostenía en una de sus manos, alumbraban Ja escena que se verificaba bajo el emparrado, cuyas frescas hnjas, acusadas finamente por la fuña, fingían en eJ sudo las somJ»ras de grandes insectos.
Cristóbal, el JeaJ sirviente de D. Andrés, no veta de buen grado que Concha se fuera sin más ni más al cortijo, para estarse allá Dios sabe el tiempo; pero á él sólo le tocaba obedecer, y entre suspiro echado por lo bajo, y cómico ^pucfiero, no lograba someter á sosiego su corazón, que, dale en que había de ponerse blando, enviaba, á pesar de )a corteza que le dieron los artos, silenciosas lágrimas á los ojos, qne Cristóbal, para no ser visto» deshacía en los revuefos de la faena con las encallecidas yemas de los dedos.
[). Andrés aparentaba, como hombre que no cede en su idea y se las mantiene derechas á todo el mundo, no estar en lo más mínimo preocupado con el viaje de la muchacha, porque así creta que bien cuadraba á su haz indomable de nervios, pero por den Ira, con enérgica jirotesta de su alma, sen lía también todo peñero de blanduras, qtte antes serla capaz de matarse qne de descubrir,
Pero no hay otro remedio que resignarse á Ja partida. Concha no puede permanecer en el pueblo sin sentir más desarrollo en su naturaleza De poco Je sirven el hierro que loma á b»do pasto y ios cuidados que se La dispensan.
Su cuerpo no muestra más que indecisas curvas, k pesar de sus quince abriles, y siente todos Jos vagos anhelos Je la mujer, sin gozar ninguna de sus ventajas.
A veces, quiere llorar sin motivo; otras, se queda largas horas embebecida mirando no se sabe qué punto (leí espado, y siente como Je* ja ñas músicas e inciertos deseos que la dejan pálida y ojerosa. Los muñecos Jos tiene arrinconados, y, á decir verdad, más se acuerda do Jas palabras de misterioso sentido que le dijo uu mozaIvete, vecino suyo, cierto día, que de los patrones de veslido con que adorna sus peleles, y de) ajuar microscópico que un dfa Je trajo su padre do la capital.
Sonaban bren, según ella, en Jos labios del muza)vele aquellas palabras dichas con pudor y con voz temblorosa, que no sabia á ciencia cierta qué querían significar.
Luego, el muchacho tenia todas las señales del hombre signilicadas en su persona; la voz gruesa y Jtena de repentinos gnltos, el labio superíor Heno de hozo, la mirada valiente é impregnada del fuego del amor, y un vigor de musculos muy en oposición con el delicado cuerpo de la joven,
A la muchacha, desde el día del lance, que-tlósele en el olfato, y llegó á ser eje y tremendo pilar de su naturaleza, cierta sensación á ser humano que cuando se le borraba de la memoria, se enirelenia tn recomponer dibujando con la imaginación los trazos y lineas del mozalvete,
Una noche se inició en Concha, á raíz de una de estas meditaciones, como é modo de una ligera calentura que puso en serio cuidado á su madre y más al preocupado D. Andrés; y sin más meditar éste el asunto, puesto que tantas vueltas Je había dado en la cabeza, entróse resuello en su despacho, cogió papel y pluma, y escribió á su hermano la caria transcrita, diciendoJe que i bu á mandarle Ja muchacha á ver si á su Jado se restablecía.
Carmen, Ja madre del asomo de mujer, como avisada en los misterios do su bija, velaba como un pájaro sobre un pie, esperando, en medio de lus más discretos cuidados, ver despertarse un dfa mujer la que én Ja noebe antes se acostara cun reminiscencias de niña; pera el día deJ abrimiento de Ja rosa nu llegaba, y también fue conforme con su esposo, en que Concha pasara uu largo plazo de líera-po aJ Jado de su tío, para ver de rubar aJ aire y á los campus el brío y Ja salud apetecidos.
Muy á su pesar, pues que para tales cosas madrugaba, púsose de punta á Ja del alba, como todas las personas de la casa, la buena de Carmen, á lin de ayudar á lus preparativos del viaje, j rogar á Dios por el presto restablecimiento de su bija*
Kn tanto que su esposo y Los sirvientes arreglaban en el corral las susodichas monturas, ella hablaba en voz baja y emocionada á La joven, voz que salía dulce y tierna del cora* zón, y á veces se rompía, al lomar las inflexiones del llanto.
Ayudóle á ponerse un limpio traje, ni lujoso ni mudesiu, bien así como para viajar; dejóla vestirse algunas prendas, que eran de su agrado y que siempre tuvo la madre guardadas bajo llaves; la peinó con lodo esmero, dejando caer á cada momento besos en sus me-jülas. y ni fin 1» joven quedó hecha una Linda persona, que por primera ve* en su vida se disponía á viajar.
Con estos extremos del cuidado materno, la muchacha, cuyo carácter naciente acusaba jo fácil míe había de ser en pasar repentinamente de la alegría á la tristeza, fuese poco á poco emocionando, á semejanza del vaso que se llena de agua gola á pota, diúse cuenta, por una intuición súbita, de lo que pasaba, lo cuaí fa hirió con emoción honda y desagradable.
¡Ella abandonar fu casa! (Dejar sus muñecos j; sus juegos, su puebluysu buena madre, su niñez, en fin, é irse allá lejos, á la soledad de los campos y á vivir en otros Jugares!
Reflexionada por el sentimiento esta idea, íjue eo los poetas y en los niños la reflexión se halla en los nervios, quiso asomar el lia oto á sus ojos, y echósele un fatigoso nudo en la garganta.
¿i través del muro de Ja habitación donde se hallaba, oía cJ palear de fas bestias y el bregar de los hombres sobre el empedrado, con esa emoción que se experimenta cuando se perciben los preludios de nuestra primera salida.
De vez en cuando pasaba una ráfaga llena de misterios, de esas que corren á Ja madrugada, v agitaba las hojas de la parra, creyendo Ja pobre que ya no volvería más á sentarse a su sombra y á mirar Jos insectos zumbando en torno de los racimos.
Por una ventana abierta» veia pasar á cada instante aJ atareado sirviente, bien con una manta de aparejo en Ja mano, ya mordiendo su nudo demasiado (litro que era preciso deshacer, \ siempre seguido de otro sirviente que dejal»a dar mecidas al candil al pisar sobre el plano desigual del empedrado.
No estaba aun la naturaleza de /a muchacha (que había de ser el símbolo de la nalu-jateza misma), para tales emociones. Queda llorar, romper en quejas y sollozos, y la emoción hinchaba su pccho llenándole de pena verdadera.
En eslo dió el gallo so primera scflaL
¡Que oleada de sentimiento se levantó entonces en su alma al oír aquella voz alegre, anunciadora del alba, alargada en su final por un ronco estribillo , impregnada de recuerdos de aldea, seguida de un evpresivo silencio rolo por el removerse de las gallinas en el gallinero, por el gruñir do Los cerdos bajo el tediado, por el canlo de las codornices, por el primer limpiarse del pico del jilguero en los alambres, y por tantos leves ruidos como vienen á lomar el susurro misterioso del alba!
La voz del padre llegaba sublime á sus oídos; parecíalo más blanda y cariñosa, más llena de inflexiones que venían como á ofrecerle amparo y cariño. Hasta entonces no
comprendió que aquella era La voz de su padre,
¡Con cuánta pena diría adiós a todo; á los
sitios y á las personas, á los niños y á tos
juegos! ¡Adiós hermosos olivares tendidos en franjas oscuras sobre los caninos; adiós medrosas cañadas henchidas de lobregueces por donde ella pasó, vibrando de miedo, á la hora délos crepúsculos; adiós huerta risueña.
acostada en el valle, donde Jos hiles de Jas aranas tendidos de rosa) á rosal y lucientes como hebras del iris, dieron la primera idea del color á sus ojos’
Todo se quedaría atrás, atrás, al monótono mecerse de las bestias. Desaparecer (a ti las copas sonantes de Jos álamos de plata, las viñas fon sarmientos llenos de hojas come guirnaldas, Ja torre de la sencilla iglesia, en cuyn cruz víó dfa una noche posada 6 La lechuza, y la costa adormecida é indolente que iría cerrando lentamente el paisaje.
No podiendo resistir tan duras emociones, Concha rompió á Llorar con desconsuelo, y la madre, á falta de alas con que cubrirla, le ocultó Ja cabeza contra su pecho.
Pronto los desiguales pasos do las cabalgaduras resonaron por el largo pasadizo ^ seguidas de las de los hombres, y las beslias quedaron esperando á Los viajeros cerca de la puerta de la calle.
—¡Vamos, que se tiace larde!—dijo con voz fingidamente enérgica, D. Andrés.
La contestación fue un golpe de lamentos de madre á hija, que abrazadas salieron de Ja estancia.
Auxiliada Concha por el padre, salió á la puerla de Ja casa, Lle#ó al lado de la bestia que bahía do conducirla, y alzada en brazos por 1). Andrés, quedó cómodamente montada, y se agarró a los palos de las jamugas, por instinto.
El beso último que por Jo baje le dió su madre en la mejilla. Jo sentía agudo y doloroso como si sobre la tez le anduviera una hormiga de fuego.
D. Andrés montó pronto, para abreviar, en la otra bestia , y en medio de un nuevo y desconsolado golpe de llanto, rompieron mar cha los jumemos, sonándolos cascos sobre Jos empedrados.
Al trasponer Ja cercana prominencia que ocuJLaba las casas del pueblo, apareció á los ojos de la muchacha, en la distancia , á tiempo i|ue el alba rompía, la placa azul sombrío del mar, y por un cambio repentino de su carácter y á semejanza del pájaro míe escapa de las manos del nifio, cantó, más bien que ha* bló, llena de alegría, y deslumbrada por el soberbio espectáculo de la naturaleza:
—¡Ay qué bonito, papá!
V: CAMINO ADELANTE
El camino desde Migúemela al cortijo donde se trasladaba Concha, cogía en su comedio á la capital de la provincia, dividiendo á un lado y otro La distancia: así es que aguardaban á La viajera magníficos cuadros, primero circundados por ía íínea azul del mar que ya se había presentado á sus ojos, y Luego compuestos sólo de vides y arboledas, cuando hubiera atravesado la población.
Por lo pronto, empezaron á bajar, padre, é bija y e! hombre que Ies acompañaba, la enorme pendiente que se extendía desde el pueblo á la playa, loda erizada de trancos y dificultades.
A un lado y otro, y á cosa de medía legua, come nía ron a descubrirá la luz del día las casas de campo colgadas de Las laderas en medio del trozo de sembrado que les correar pendía; Los bardales de chumberas que encerraban cil camino en peligrosas angosturas; las ventas donde bacfan el arreglo de Ja mañana las venteras sacando á Ja puerla los frascos de aguardiente y Los yelon, ó azucarillos, para expenderlos a Jos transeúntes; tas medrosas guaridas, medio en ruinas, domfe un tiempo se albergaron contrabandistas y bandoleros y donde aun parecían asomar, por las rotas ventanas, trabucos y cabezas ceñidas de vivos pañuelos de colores; términos y lejanías velados de leves brumas doradas por et sol, y grandes manchas de olivos, alternando con hazas de cartas de azúcar y frondosos álamos y finares.
Concha, desvanecida casi Ja impresión que recibiera al separarse de su madre, parecía que entraba en un mundo desconocido, á medida que sus ojos pasaban, con La prontitud de dos mariposas, sobre tanto incidente como el camino Jes presentaba.
Nada decía D. Andrés, quien, como hombre dado á lomar por lo serio Las cosas de la vida, uuedóse rumiando con la imaginación, á medida que avanzaba, no ya su despedida, que era asunto de salir y volver, sino el paso que daba, moralmente considerado, de separarse de su hija, siquiera fuese dejándola tan bien guardada como lo estaría ai Jado de su hermano.
No era I). Andrés hombre que hacía las cosas sin antes meditarlas con detenimiento y sin poner á satvo en lo posible las contrariedades que cada una pudiera traer; pero como en esla ocasión se Ira taba de su hija, quedábale allá en Jo interno, sin embargo de haberlo bien meditado, cierto escarabajeo, como gráficamente dice Ja gente campesina, que nu Je dejaba tranquilo y sosegado.
No había para qué estar inquieto, sin con razón se miraba, porque Concha, además de tener como tendría en el cortijo, lodo el miramiento y cari fio propios de familia, estaría también‘al Jado de una mujer entendidísima en Lorio, como era Antonia, quien en más tic una ocasión había mostrado su probidad c inteligencia, ya atendiendo con solícito cuidado á aJgun pastor enfermo, bien velando al lado mismo riel Jecho de su amo, y haciendo, en torio caso, aqueJloque á su coriuiciún rie mujer correspondía.
Solamente su carácter huraño, pero en eJ fondo extremadamente bondadoso 1 carácter parecido aj higo chumbo, que si punza por la corteza es todo miel jen el centro, pudiera disgustar y cohibirá la muchacha; y tampoco era esto inconveniente ni causa para no dar ef paso, porque ya iba advertida ía mnchacJm ríe este pormenor, y pasados Jos primeros días, con un poco de esfuerzo de Antonia por agradarla, y otro pocu de hacerse querer de parle de la joven, el asunto vendría ¡i parar en una perfecta armonía y quedarían a salvo los inconvenientes.
Entretenido en estas cábalas, y tratando á sí mismo de persuadirse, dieron con las andariegas cabalgaduras en la playa, y oyeron el chirrido de Ja primera noria que lentamente vaciaba sus cangilones en Jos trémulos círculos de agua de un estanque.
Cristóbal montó, en finiendo pie en la llanura, sobre la parte trasera deJ rucio que guiaba D. Andrés, siguiendo una costumbre muy general en el país, y empezó k desquita rse de la caminata que había traído al lado de la joven,
—Güen día mus se presenta, D, Andrés— rezó el buen hombre, dejando caer las piernas á los lados del burro.
—Demasiado bueno; el sol ya nos hormiguea en la espalda y todavía no ha dado Jos pn meros pasos.
—¿Dónde van esas bestias cardadas de /ruto, papá?—dijo terciando en el diálogo Ja muchacha, ansiosa de recoger noticias.
—A la capital, hija;—reposo el padre, más cariñoso que de costumbre.
—¿Dónde nosotros?
—Sí; pero ellas se quedarán, y nosotros se* guiremos.
^¿Hasta la casa del 1 (o?
—Justo, y allj te quedarás A vivir tu, y nosotros nos volveremos.
—¡Míre usted, papá, qué pájarof—salló de pronto la jóven absorta ante la figura de un pavo real.
Un ave de este nombre, de Ja que Byron ha dicho que es un ave augusta, abría la brillante cola soore el fresco brocal de un pozo, y ensebaba todas Jas deslumbrantes rosas de sus plumas,
A su Jado, miraba con perfecto descaro, en Ja puerta de una venta, echado sobre sus patas traseras, un perro madrugador, y á Concha le sur prendí ó aue á semejanza de Jos poco sociables del pueblo, no rompiera en furiosos ladridos y viniera á morder las patas de Las bestias.
Todo era desusado y sorprendente para La muchacha. Las personas que pasaban á su lado, i más de no saludarla, cosa que hubiera sido desacato en eL pueblo, ni decirle siquiera buenos días ó adóndeie encaminas, iban abstraídamente haciendo su marcha, Jos jinetes dejándose mecer por Jas cabalgaduras, y Jos de á pie con aquella especie de obligación de andar que se imponen tos transeúntes en las carreteras.
Era, en verdad, particular todo aqueJLo para quien jamás vió otro sitio que eJ encerrado en el aniJÍo de montabas de su lugar.
La vista de un coche le sorprendió grandemente; parecíale muy elegante aquel rodar sereno y aquel deslizarse sobre el polvo, impalpable por lo batido. Los rayos de tas ruedas atrajeron más que ninguna otra cosa su atención: no podía comprender como eJ reflejo del sol pasaba de un paio á otro con aquella ligereza, y cómo siempre permanecía vivo y en el mismo punto,
Un os jacotes, 6 barqueros, que atravesaron por la playa, cerca de ellos, con las redes de pescara! hombro, fueron asi mismo objeto de su atención Sus píes se hundían calladamente en La arena ú crujían sobro rodales de guijas y de conchas con broncos y agradables rumores, Encontraba á los hombres rudos, pero vestidos de una manera artística, como cuadraba á gente criada en La costa. Pantalón arrollado á media pierna para poder chapalear el agua, faja enroscada á La cintura, camisa abierta, que dejaba á Ja vista los recios pelos y el aspecto salvaje del pecho, y gorra ceñida á la frente, á manera de los charranes de h playa, que charranes y no otra eosa eran Jos bohemios de mar que Fe sorprendían.
Luego vinieron á grabarse en sus relinas Jas atalayas negruzcas que albergaban á tos vigías y que se alzaban sobre peflones y montañas luciendo su marcado aspecto morisco.
El recuerda de su madre, como los pelotones de agua que se deshacían en viento y en espuma, se desvaneció por completo en su cabeza, y en aquel instante, ni una célula vibratoria de su cerebro hubiera recordado el dolor de aquella escena de despedida á la puerta misma de la casa.
Andando, andando, toparon en una venta, donde ion aires de Don Quijote, por lo grave y enjuto, acercó D+ Andrés su jumento para pedir un vaso de agua, haciendo Jo misino Cristóbal
Ír su hija, que también pidieron vasos de agua rosca. Concha, comonjfia al fin, pidió eJ suyo con azucarillo para dar regodeo al paladar.
Debajo de la parra bahía unos mendigos que hacían su viajeá pie á nn pueblo vecino. Un niño, vestido de andrajos, alargó La mano hacia Dh Andrés, pidiéndote una Limosna. Concha, anle aquel cb¡cuelo, que ya imploraba la caridad, si ni ió grandísima tristeza y se entregó de súbito y por completo á un agudo dolor. Sus nervios pertenecían á la impresión del último objeto, más si lo que venta á herirles era el sentimiento de bump.’iidad y compasión.
—¡Papá, mire usté que niño! dele una limosna.
«-Toma—dijo D. Andrés—dasela tú, ¥ puso en su mano un real en una pieza, breve como
La muchacha inclinó e! cuerpo sobre el rocín, alargó la mano hada la gorra del niño y soltó Luego el reatilLo, que, pareciéndole al nuevo duefto cosa demasiado excelente para no entusiasmarse, hizo varias pirueta* y se Lo llevó á uno de los ojos, dejándolo allí á guisa de lente, con la cual miró, riendo, i La muchacha.
Una carcajada de ésta corló el nudo angustioso que ya iba formándosele en la garganta,
Puestas al paso las hostias, se internaron nuevamente en la carretera. El sol caia como en pleno Julio sobre campos de Andalucía,
Las reatas, cada vez mas numerosas, entraban por los caminos accesorios al principal, dando leves quejidos bajo las cargas y pateando sobre el polvo que en nube espesísima se levantaba.
Las pilas de á orillas del camino, recortaban su somljra sobre el suelo y se cutirían de una impalpable polvareda, que más hacia sentir la idea del sol y los calores.
Los charcales parecían hervir á medida que el día llegaba á su plenitud, y solevantaba de ellos eso vapor movible, perceptible apenas á los ojos, que se exhala de la tierra en los días ardientes de eslío* El viento oslaba echado, mudo, rendido por el peso de las horas, y dejando en paz los remolinos de hojas y fragmentes*
En Jos morales cercanos á la carretera, las cigarras sonaban de trecheen trecho su única nota, larga, interminable, salida de vigoroso órgano que no cesaba nunca de sonar.
Los alambres del telégrafo hacían comba de palo á palo, y corrían siempre á La misma distancia, echando al suelo su sombra entre baches y montecíllos, como si sobre el deslumbrante dorado de la luz hubíérase ido extendiendo dos delgados hilos de seda*
Jadeantes bajo el fuego caído á plomo del sol, Los arrieros poníanse los pañuelos en forma de sombrajos en la cabeza, masticaba alguno su almuerzo á compás del paso de Ja bestia y otro entonaba una copia con dejo á canción de siega, que hacía recordar los caballos trazando círculos en la era, los rostros curtidos de Jos 11 aces de espigas bruñidas
A pesar del breve quitasol que Concha había abierto para librarse de la quema, sentía en su cabeza como una leve destilación de luz que le penetraba los huesos y Ja sumía poco apoco en una insacudíhle modorra,
Ya se había apagado en ella la Locuacidad, su» ojos se hablan candado de ver continuamente aquella mancha de sol sin límites, blanca de puro brillante, abrasadora, seca, y sólo á veces rota por Las matas de juncos, en (orno á las cuales volaban los locos violeros.
Entre este insoportable ambiente de fungo, llegaron á la capital, que produjo una impresión terrible de entusiasmo y temor en Ja muchacha; atravesaron sin detenerse calles y plazas, y dieron vista nuevamente al campo, en esto accidentado por las puntas de sombras que empezaban a sal ir de los peñascos,
AJlá/enla ultima distancia, después de un buen rato de camino, divisaron, del tama fio de un pañuelo desplegado, la casa del noble cortijero, situada sobre una prominencia, desde la cual,veíanse el mar y las llanuras.
Por una rara casualidad, el viejo, que estaba en ascuas sobre la venida del hermano, se ha* bia puesto á mirar con un catalejo al camino que conducía á la capital, y muy tejos pudo reconocer la figura de su hermano montada sobre el jumento, y las otras dos personas que le acompañaban.
Era mucha la impresión que Je causaba al cortijero la venida de sn hermano para que por un momento no perdiera su habitual seriedad.
Mandó enarbolar una sábana en un largo
Ítalo, a uno de los pastores, la flameó éste en a explanada de la caía, á la serta!, como avisados que oslaban los viajeros, contestaron sacándolos pañuelos de los bolsillos, que pudieron allá ser vistos con el catalejo.
Aquel reconocimiento arrancó á todos una vibración de alegría. Cristóbal sintió que sus labios se contraían en forma depueñero; Concha dió un grito de placer, porque le agradaba lo nuevo y desconocido, y 0« Andrés disimulando su sentimiento, adelantóse un poco del grupo, metiendo espuelas al jumento, pornue 5 todo correr se le venían las lágrimas ú los ojos.
VI: PIE A TIERRA
—¡Venga acá el Gusano «fe luz!—dijo adelantando por el empedrado de la pol lada el tío Sebastián, extendiendo Jas manos para bajar de un abrazo á su sobrina,
—¡Ay mi tío, ay mi tío Sebastián!—exclamó la muchacha, ¡lena de alegría, dejándose robar por eE cortijerofc que /a cogió por la cintura y Jo puso n colmo de besos en Ja cara* Luego, no suelta todavía, clamó hablando de tú por lú á su lio:—¿Sabes ipie eres un viejo muy simpático?
Olra vez el hombre, míe sentía molerse en su ser como agua por Jos huecos de uua esponja, toda aquella frescura y juventud, oprimió In figura gentil de la joven y le enterró Ja cabeza contra su pecho.
la nina aspiró, en medio de aquel aura de ternura, la sensación que se Je quedó en los senlidos desde su entrevóla con el mozalvete; y la única diferencia une de una manera súbita notó entre ambos olores, fue la de que eJ de su ifo era más intenso, bien asi como en^ tre un vino joven y otro viejo, se notan variados perfumes y diferencias.
Todo esto, por supuesto, fue obra de un segundo y juagado de una manera intuitiva,
—¡Pero si estás hecha una mujer!—repuso anegándose en sus ojos luminosos el viejo; yo te hacía más pequeftiia, más pequeflíla.*..
—¿Por qué, tío?
—Porque. .. que se yo...- como me hablan dicho que estabas tan canija
—¡Ja, já* canija!
Realmente, el buen señor no sabía lo que hablaba ni lo que le sucedía; él se había formado otra idea de su sobrina. Se sentía, pudiera decirse, en suspenso.
Pero como á todo esto no se hubiera ocupado mas que en dejarse iluminar de cerca por la joven, Clamó D. Andrés-poniendo los brazos en actitud de quien va á coger una pareja de baile.
—¡Pero, hombre, no vaya a quedarse todo para la hija, que aquí esli La motón el padre que desea un abrazo!
—¡Ahí—dejó escapar con sorpresa el cortijero, como si en aquel instante tuviera la primera noticia de ta presencia de su hermano.
—¡\en acá, hombre!—siguió diciendo en tono de broma D. Andrés.
—¿Cómo va, cómo va?—preguntó dulcemente el viejo.
—¡lien, y Iri, ¿cómo Jo pasas?
~Pues como siempre; aquí metido, y so* fiando con la venida de este arrapiezo, para ver de dar alguna animación á mi vida.
—Pues ahí la tienes deseosa de quedarse contigo y de ponerse sana y robusta, A ver si me La devuelves con los carrillos lo mismo que manzanas,
—Así los tiene ella de lindos—dij'o sin poder desenganchar los ojos de su cara el cortijero; y siguió dirigiéndose á Cristóbal; — Bsle nombre, si viene á vuestro servicio, puede quitar Los aparejos a Jas bestias y meterlas en Ja cuadra: Antonia!
—¿Qué manda usted, señor?
—Di á Matusalén que venga á echar pienso á estas bestias. Nosotros, acerquémonos á La casa.
El reducido grupo atravesó de punta á punta el empedrado, y llegó al escalón de la puerta, dunde bajo Las hojas de la parra, batía mal colocadas sobre Las piedras unas cuantas sillas.
Concha, á causa de su continuada postura
en las jamugas, sentía adormecido toda el cuerpo y había perdido la manera de echar el paso. Homo si pisara sobre corcho llegó á la puerta de ta casa, catre su padre y su tío, y alli so puso á mirar la cortina de rosales que cubría Ja fachada, donde había también madreselvas y pasionarias,
—¡Conque le gustan las flores!—exclamó observándola el viejo—¡pues á fe que tía y pocas en la huerta! Toma este capullo que está para abrirse. Tu, Andrés, siéntate, que pronto iremos á la mesa.
La muchacha, subsanando el descuido del cortijero de no enseñarle ante todo la casa, metióse por allá dentro movida de curiosidad y empezó á escudriñarlo todo, Ja cocina y las habitaciones, Jas vistas que enseñaban Jas ventanas tías los cristales» y Ja serie de toldos, ya empezados á arreglar, porque la vendimia de moscateles no tardaría mucho en empezarse-Loque más parecía interesar al Gusano de laz era subir aJ piso y asomarse al baJcón para contemplar lo que desde allí se descubriera, Fortín tropezó en un ánguto con unos escalones, y sintiendo más que nunca eJ entorpecimiento de píes, empezó á subir, viéndose ¡pronto en una gran sala, á uno decusos extremos se veía un dorado montón de albarico-ques, en otro unos cíipachos de cerezas, y donde quiera gratos productos de los campos.
AJ friso del balcón, se agarraba una enredadera, Jiena de azules campanillas, que Je recordaron por una de esas imperfectas comparaciones de las fantasías ardientes, Jas andas de la Virgen del pueblo con sus bellas campanillas de píata. "
Despedía la sala aquella un aroma especial, sano v hermosa, que traía á la imaginación la idea de la abundancia.
Asomóse al antepecho, y se halló con el cuadro de naturaleza más hermoso que hasta entonces había presentado- Un espacioso mar al fondo, por donde pasaha un buque que dejaba una negra línea de humo sobre el agua; más cerca, hazas de cana que ponían franja verde á la playa; á la izquierda, casas ac campo, unas cerca de oirás, con bandadas de paloneasen los tejados que al romper en estridente vuelo se abrían como impensados abanicos; á la derecha, crestas de montanas con largas sombras en las faldas y luces en Ja cima, y aquí y allá listas de vides y árholes frutales que se venían abajo al peso de los frutos.
Tomándola por una piedra disparada, como suele acontecer á veces» Concha indinó de pronto la cabeza y dió un Tuerte grito viendo venir hacia ella la que no era sino una golondrina, Ja cual, rozando casi su cabeza, entró por el hueco de) balcón y fue á revolotear en torno del nido*
La exclamación puso en pie al padre y al tío que conversaban sentados á la puerta, y vieroo subida en el pulpito á la rapaza, como dispuesta á dirigir un sermón al auditorio,
—¿Qué haces ahí, muchacha?—preguntó sorprendido D+ Andrés.
—Nada, había subido á ver esto.
—Bien hecho. Así como así—añadió el tío— yo he sido poco amable que te he Llevado á verlo; no he caído en la cuenta, bija. Pero ven, que voy á ensenarte cosa que más te guste.
Era el mirador á lo que se refería.
—Allá voy—clamó, echando a correr, escalera abajo, la joven.
Antonia* aue para recibir á los viajeros habíase colgado ios fondos del arca, salió en esto á Ja puerta y dijo que estaba dispuesta la comida. ' 1
Concha se encontró* al hajar, con Ja mesa llena de copas y botellas, los cubiertos simétricamente ordenados, Jas servilletas oliendo intensamente á limpieza, Tas sillas en su silfo, y á Antonia acusando un afán de servir, que no habla más remedio que traer una cómica risa á los labios.
—Mira lo que nos sale al paso; no portemos ir donde quería; ¡á comer ante iodo'—dijo á la muchacha el tío Sebastian, poniéndola á presidir la mesa. 1
Las luces de la larde huían con lentitud por las laderas, y en Los valles trazaban comernos de fantasmas las sombras.
En ta bolella del agua que tenia delante de si Concha, reproducíanse de un modo invertido Jos árboles y Jos caseríos, ía lejana carretera por donde seguían pasando hombres y diligenciáis y ía lisia distante de la playa.
YA mar quedaba tan reducido por ja lente, que á Concha le Ñamaba la atención el prodigio, y su admiración por lo maravilloso hizo perder más de un viaje á Ja cuchara
—¡Come, muchacha!—solfa decirle el lío cuando notaba su abstracción, y, sin querer, quedábase, do paso, mirándola sin saber qTué le sucedía-
Ella venía en sí de sus íniflfiinarias excursiones, sonreía mirando La aguilena nariit y el bigote canoso y recortado del viejo, que le hacían una gracia extraña, y volvía (te nuevo á la molienda.
La comida se prolongó un largo espacio. Habló i). Andrés de lo grande y misterioso de la religión, de la esperan/a que sabía derramar eo los corazones, y de la mano que ten* día á Jos seres dispersos para rcumrlos en torno de una misma mesa*
KJ cortijero alternaba en aquel diálogo, y aunque se conocía que hubiera llegado á ser un San Agustín, no era tampoco halda de paja,
Concha, por su parte, uía de mejor grado que ta falda mística, la vaga salmodia de los grillos, que á su modo sabia descifrar, é incrustaba sin parar en sus retinas la imagen del viejo, de la cual no sabía desprenderse.
Cerrada la conversación, como era de costumbre en el cortijo, razó el lío Sebastián, después de Ja comida, los cotidianos Padre nuestros, que fueron contestados por los demás, con ese murmullo semejante al de religiosas abeps en la colmena.
Concha dejó caer, distraída, dentro de la botella del agua una gola de vino, ^ del mismo modo que el rancio licor fué haciendo ondú* laciones y se espació lentamente dentro del seno de cristal, el sueño fué espaciándose poco á poco por su espíritu, y algo después, con la puerta del cortijo perfectamente atrancada, cayeron en el lecho rendidos de cansancio, los viajeros. Concha colocó en una copa llena de agua, junto á su cama, el capullo que por la tarde le había dado su tío. Quería ver si amanecía abierto una mañana,
En el empedrado de la puerta, un corpulento perro de esos que vigilan las casas de campo, metía con recelo la oariz en la sombra venleaodo los vagos ruidos de Ja noche.
El viento se estrellaba en Jas esquinas agitando los rosales líenos de llores, quejábase de un modo indelinido en el vaJIe, subia des-
mea por Jas laderas, y volvía á quejarse en a mootana.
Envuelta en las blancuras del Jecho, Concha respiraba, á medida de irse hundiendo eu el sueño, el aíre hermoso y sano lleno de perfumes campestres, y su cuerpo sentía como uoa filtración de bienestar por sus huesos, y algo así como si ansiara obedecer á siitites llamamientos de vida.
VII: LA FIESTA EN LOS LAGARES
Decididamente el viejo senlja algo extraño en todo su ser desde Ja llegada de su sobrioa.
A noque no acostumbrado á especulado o es metafísicas, como al recuerdo de la joven sentía correr raras sensaciones por su cuerpo, llamóse á sí mismo á examen de conciencia una vez que vióse tendido en el lecho, porque, desde luego se puso receloso, y quedó ante el tnbunal de la razón.
Lo primero que alegó, queriendo hacer el proceso de aquella emoción, en el extraordinaria, fue que los ojos verdes y luminosos de Concha, todo transparencia, y su boca linda y
fresca como hendidura en granada de layo, produjéronle una impresión por él no sentida desde bada muchos años, impresión no parecida á la que nace de Jos afectos familiares.
Una cosa sorprendente voy á decir, y á alguien parecerá acaso inverosímil. Parézca lo ú no lo parezca, es Jo cierto que el viejo, después del ligerísinio exámen, di6 entrada en su cerebro á una idea relacionada con el amor, que le bulló dentro del cráneo como abejorro entre cristales, y quiso huir acelerada.
—¡Diablo!—se dijo, no seguro de sí mismo, tentándose las ropas del lecho; pero el insecto halló la puerta de salida, y se fugó dejándole un rastro de fuego en eJ cerebro*
Como el que acaba de pasar un susto, el hombre quedó con el pecho palpitante, pero sintiendo aun correr rafagas de intensa emoción por su cintura*
—¡Ave María Purísima?—repetía con el acento de terror del que acaba de ver pasar junto ¿ sí atgo tremendo.
La idea huyó, pero no se alejó de su cabeza.
A semejanza del tábano que describe incesantes círculos en torno de la piedra donde ba de parar el vuelo, quedóse haciéndole ronda, y no le abandonó en toda la noche*
Cuando el sueno empezaba á invadir et cuerpo del hombre, parábase el insecto en su frente y le hacía experimentar cierto temblor como el de Jos círculos de agua en el lago;* despertaba entonces, y alejaba con la voluntad el insecto; mas apenas empezaba k quedarse adormecido, volvía la idea otra vea a rozarle con las alas.
En medio del sueno vela el tio Sebastián dibujarse, como trazadas por ud pincel divino, dos esferns verdes llenas de adorable juventud, que se destacaban en las tinieblas.
¿Era un principio de enamoramiento lo que sentía, y el instinto de La lógica alejaba de un modo inconsciente la idea? ¿En que consistía el fenómeno, que en el viejo venia á simboli* zar todas ian aberracionex del amor?
Aunque parezca rápido el naciente afecto del cortijero, hay que confesar que no Jo sen-liria con mis tardanza cualquiera anle Ja ori-gjnalísima figura de la muchacha, compuesto de cosas extrañas, y parecida, en lo interesante, á una Sarah Uernhardt de Los campos.
Su cuerpo, rodeado de una perezosa distinción, á pesar desús cortos años, incitaba algo aJ sensualismo y recordaba á tas mujeres orientales; sus manos eran de una finura inverosímil; su pelo, negro y magnífico, proyectaba en su frente cierto misterio, el misterio de la nina pronta á convertirse eu mariposa.
Había que mirar sin mucha fijeza aquel interesa ntc capullo de mujer, ya recibiendo órdenes de que se levantara su pecbo, de que sus mejillas se redondearan, de que su rostro se tiñera del color de los frutos, de nue el pincel de la naturaleza pasara, mojado en rojo carmín, por sus labios, y sus ojos adquirieran vaguedades y misterios,
¡Andando con el pensamiento por Los indecisas trazos de este fcsbozo, hallábase sumido el viejo, y espantaba á intervalos el insecto, cuando i\ eso de las diez de la noche, hora on que ya no habla alma despierta en la majada, en suspenso el espíritu y conteniendo la respiración, descolgábase Hoque, un nuevo personaje, sirviente del tío Sebastián, por Jas tapias del corral, puesto á tmlo esto de tiros largos, corno que se exponía y pasaba por cima de la voluntad del cortijero, por el gustazo de ir á ver á Rosario, hija de otro hacendado, tras de la que andaba en dulces pretensiones ame-rosas,
Roque, con esa agilidad de los campesinos* más aun de Jos pastores, se escarrió como nna salamanquesa por la hendida pared abajo, desvió varias veces Jos ojos para ver á que altura se baílala, y dió por último un ágil salto sobro el suelo, que promovió un poio de ruido, el ruido macizo que hacen al porracear los talones,
Al encontronazo, saltóle al prófugo, del ala del sombrero, la boJsa de la yesca, que »endo á dar en una seca pámpana* al/ó un inerte ruido, el cual avisó á los perros, que se acor* carón al mozo formando culebreos con el rabo.
—Toma Canelo, loma Manchao—rezaba por lo bajo Roque, catequizando á Jos animales, á fin de que no soltaran el ladrido.
Estos, siguiéndole por entre las cuatro casas que componían eíancho albergue de tos paslores, Je despidieron con sentimiento á la entrada de la vereda, que blanqueando en medii» de la sombra, se perdía y volvía á aparecer entre las vides, y corría á internarse en la oscura lobreguez de la cañada.
Roque» una vez en el camino y salvo de toda contingencia, apretó un poco el paso movido de ese instinto que nos hace bmr del pe* ligi o, y á una regular distancia volvió el rostro con recelo para revisar una vez y otra lo andado.
Al cabo ocultóse el cortijo á sus ojos, y em-
Sezó á distinguir Jas arboledas de la hondona-a, sumidas en ese misterio de la naturaleza que hace todos los tugaras sagrados*
Necesario era, con el miedo que sentía Roque* que amara mucho á Rosario, para arriesgarse á ir solo por aquellos sitios, no acompañado más que de Jos ruidos de las culebras al arrastrarse por las pámpanas, y de las alimañas, que no se sabe k punto fijo desde dónde emiten su voz.
Al llegar ala cañada, Ja sangre empezó á escurrírsele al corazón con sigilosa buida de reptil, y su recelo lomó proporciones que le hacían volver muy a menudo la cabeza.
No era para menos aquel trozo de camino pegado á la margen* con sus cañas puestas de punta como blandones; sus sauces* que á Hoque le parecían á aquella hora cabezas desgreñadas y rendidas de sueño; sus álamos de resonante copa* por cuyo tronco parecían su-hir abrazados seres extraños, y la maraña espesa y apretada de los zarzales, por donde andarían tañías y tan espantosas visiones, luego, Ja música del manantial que surgía de unos mastranzos poblados de insectos, aumentaba lo medroso y vago deJ silio. EL agua caía impasible produciendo las mismas é isócronas golas, ya semejando besos de co-
Kas finísimas que se quedaran vibrando por lo ajo* ya rodar suave de cristales desprendidos desde las ramas como lluvia fantástica, tan pronto sones de lira oculta en la fuente como coro levísimo de gnomos y xanas que so asomarían al
Porraceando como enorme campana su corazón. Roque, que nada sabía distinguir de sonidos, pero que sí sentía con extraordinaria insensatez el miedo, asentó á largos pasos las alpargatas en Ja vereda, y fuera del paso peligroso y distante va del cortijo, se arriesgó, para disimular el miedo, á cantar Ja siguiente copla que despertó miles de ecos en la ca-nada:
El cantar rodó por las laderas vecinas, describiendo una circular ondú sonora. Dando de pena en pena, despertó fantásticas voces, las cuales fueron repitiendo el recitado, como si en cada petia hubiese un amador oculto. *
El acento melodioso produjo rebullirse de pájaros en las arboledas, hizo afianzarse mejor en la rama al mochuelo de ojos redondos y pico en pronunciada curva, echó la rana á la posa donde díó repetidas coces bajo el cristal, é hizo mecerse á Jas arana» colgadas entre rama y rama de mis lardos hilos invisibles,...
Roque empezó á subir el repecho de la loma. Al dar en La cima, distinguió á lo lejos la Luz de la casa de Rosario, y llegó hasta sus oídos el rumor de la tiesta, que aquella noebe se celebraba,
No rimaba bien lo de ser fiestera con el porte distinguido de la joven; pero fué un deseo suyo íj ne aquella noche se reunieran en su casa todas las mozas del contorno.
Roque experimentó una grata sorpresa, pues aliciomulo :t haííc y fiesta, vió ocasión propicia para echar unas mudanzas ton Rosario y seguirla á püla~pitta en el alegre baile del fandango.
La distancia se le hizo corla. Con el hervir de Id sangre moza que da agilidad y destreza á los músculos, dijo; ^Pies, ¿para qué osi¡uie^ ro?», y en un santiamén subió el repecho que conducta á la puerla de la casa.
Lo primero que oyó entre el rumor de tos plaiiflos y los punteos de guitarra, fué una copla que le echaban a la bailadora, ) que decía:
—Dios guarde á wtéee, caballeros—dijo pisando el umbral de Ja casa Hoque, sin que nadie oyera sn filudo en medio del Atronador bullicio de la tiesta*
En seguida buscó con la mirada á Rosario, \ pasando por medio de la gente, logró colo-caree tímidamente á su Jado,
Las personas asistentes al fandangazo, como llama la gente andaluza, por instinto onomalopéyico, á las fiestas de gran bullicio, se hallaban espaciadas en /a cocina, dejando un marcado óvalo en el centro, donde á la sazón bailaba* repicando las castañuelas, una moza en frente de un campechano labrador, el cual, dando de talón y de puntera, hacia ron las vueltas y pasadas unos que te veos y no te veos, que constituían el encanto especial de la mudan/a.
Los mozos, en grande y regocijado número, se extendían detrás de Los asientos de las mujeres, dándoles, instintivamente la preferencia, y por todos lados salían diálogos llenos de alegría, en que se trataban cues l ion es amorosas,
—¡Con que te casas, Teresa!
—¿Yo? ¡quién ba dicho eso„.. ¡ay, hija!
—5J, mujer; con eL hijo de Hipólito, el de la huerta.
—Tío hay ná, miijé; lo que es que han dao en ese run, run.... *
—¡Pues cuando el río suena!,...
—No hay rio que valga esta vez.
—Entonces, ¿cómo dicen que es pa fin de verano?
—Como pudieran decir que era pa Naviá; no tengo quien me ronde los pasos.
En otro sitio oíase esta animada conversación:
—¡Váígame Dios, y que corazón lan duro tienes!
—¿Duro, porque digo las verdades?
—No, porque no armitesel carino de quien Le quiere,
—Señal de que no podré corresponder.
—¿Y quién lo va á impeir, Ramona?
—¡Toma! alguno que anles me linva dicho alfío.
—¿Antes que yo, cuando te he querto siempre?
—Como nunca In digiste»,.
—¡indal ¿pos y los ojos, de qué ?irven en Ja cara?
—Poco he podio conocer en ellos.
—Será que no habrás querido asomarte,...
De loa lagares vecinos llegaban á cada instante mozos puestos de tiros largos, cnn las galga* en los tobillos, pechera cuidadosamente bordada! una vardazca de olivo en Ja mano, y la coz de la pistola asomando por entre los pliegues de la faja,
Como la cocina se hallaba llena de bote en bote, los mozos que entraban se iban acomodando sobre el muslo de los ya sentados, llegando á reducir el óvalo del baile de tal modo, que la pareja no podía hacer sus evoluciones sin rozar materialmente las piernas de los convidados*
Asi cantó el que tocaba, y un mozo, recogiendo la indirecta, buscó unos palillos que arrojó en la falda de la moza, entre un vivo puftado de lazos.
A poco, las figuras quedaron en el centro de la fiesta ella con los ojos fijos modestamente en el suelo, y él en mangas de camisa para mover á su antojo los brazos.
Las coplas, durante el baile salían á pares de los labios y eran acompañadas por la guitarra.
Olro c¡mló, poniendo extraordinario sentido en tas palabras:
Y otro más melancólico:
Un mozo gorjeó como un ruiseñor estos cuatro versos:
Pero lo de más efecto estaba aún por manifestarse. Al acabar su úllima mudanza llosa rio y quedar haciendo una hclla postura de baile, Moque [levóse la mano á la cintura con disimulo; montó el gatillo de la pistola aplicando el cañón contra el suelo, y en fcefial de triunfo por su pretendida, soltó un tremendo Itroá sus pies, une á vuelta de apagar la luz y echar cacillos y peroles á tierra, hizo retemblar la casa y llenarse de humo de pólvora la escancia.
Las risas surgidas por el incidente; los chistes, más llenes de espontaneidad que de ingenio; les chillidos de las mujeres que en todo hallan motivo de retozo, y el barullo de voces, todas pidiendo fósforos para encender.
dominaron un momento en Ja cocina hasta que se hizo de nuevo Ja claridad» y el candil rasgó can punta de oro las tinieblas.
Así, de escena en escena, prolongóse el jolgorio hüsla el día. Al despuntar eí alba, volvió Roque por Jas mismas veredas á ganar* sin ser visto, el cortijo, para simular que a aquellas horas se levaniaba.
A su regreso vió poco á poco desvanecerse las visiones que tanto le habían amedrentado en el camino. Las canas, alumbradas débilmente por el día, dejaron de ser blandones funerales; las zarzas sacaron de la sombra sus redondas moras maduras; los pámpanas no conservaban huella del paso de Jas culebras, y el manantiaJ seguía sonando sus polas, sin imitar los ecos de liras de cristal.
VIII: LA ROTURA DE LA CRISÁLIDA
Días después de la llegada de los viajeros al cortijo, la mañana de un hermoso día traja un alegre despertar para todos, excepto para Concha, á quien su estado especial, pronla á pasar de él, hacíale quedarse más tiempo que el de costumbre buceando en los abismos del sueno.
Callando y de puntillas salió Antonia del cuarto de la muchacha donde quedábase á dormirlas primeras noches para estar cerca de su lecho,
Por más que á Ja sirviente no se le hablan pegado las sábanas, encontróse ya levantado al lío Sebastián, algo ojeroso como de haber pasado en cavilaciones la noche, y hallóse también de punta al diligente don Andrés ocupado en ver aparejar las bestias en Ja portada» porque es lo que dijo A su hermano apenas tuvo tiempo de echarse de la cama.
—Tú sabes, Sebastián, los negocios que me esperan; más ahora, que la vendimia so viene encima como quien dice; lengo qne contratar gente en el pueblo para invertirla en mis larcas; si hoy es ocasión, porque los jornales no están en alza, un solo día puede hacerlos subir» y esto echaría mis planes por tierra. Te dejo, ya que he pasado unos días en tu compañía, y le dejo lamhien á Concha para que recobre la salud, Volveré, despachados algunos asuntos, y entonces podré quedarme más tiempo en el cortijo,
V con aquel raciocinar del hombre ducho y l]eno de experiencia, que siendo afable y calinoso. para nada tiene en rúenla los extremos, siguió hablando en igual sentido á su hermano, que. como astilla del mismo palo, díjole que hiciera Jo une gustase, aunque se prometía fuese más prolongada su estancia.
A todo esto, iba Antonia y venia desde la puerta á Ja cocina y de la cocina al corral, entretenida en fas tareas de Ja mañana, pues quería tenerlo todo punta con punta para Ja hora del almuerzo, y lucir, como en los demás días, sus habilidades culinarias, en obsequio principalmente de la joven, que le había sido simpática
Aparejadas las bestias en el empedrado del cortijo» y dispuesto todo para la marcha, entró D, Andrés en el cuarto de su hija con oh~ jeto de despedirse.
(iozalm Je nn sueño Lan apacible, y por otra parte hubiera sentido ella tanto la despedida, qno á IK Andrés dióle lástima despertarla, y acercándose sigilosamente al lecho con esa suavidad incomparable de los padres, le dió un beso tan leve, como el roce del ala de un insecto.
Volvióse de puntillas, y fné á unirse á su hermano, que en la portada del cortijo le esperaba.
—So he querido despertarla—dijo—¡hubiera sentido tanto mi marchal
Antonia, hecha una verdadera pieza de plomo al saber la noticia de la ida, se habla quedado á la puerta de la cocina con el cuchillo y un trozo de pimiento entre las manos, muy disgustada y mohína, porque se habla echado la cuenta «íe que permaneciera más tiempo D. Andrés en el cortijo.
Su entusiasmo de toda la mañana, que lo había pecado con sartenes y peroles, sólo tendría un éxito á medias, puesto que de los huéspedes sólo Concha podría ya otorgar merecido premio á su habilidad.
fil ruido de Jas bestias sobre el empedrado, sobresaltóla é hizo caer el trozo de pimiento de sus manos y balancear entre sus dedos el cuchillo.
Arrojando un suspiro, vuelta en sí, se apresuró á mirar, compunjida y triste, la escena.
Abrazáronse ambos hermanos, entre el culebreo de rabos de los perros, y montando
)rimero 1). Andrés y luego Cristóbal en sus vestías respectivas, partieron dando un última adiós á la gente. Antonia, movida á sentimiento, pasóse el pico del delantal por Los ojos, enjugándose dos asomos de lágrimas.
Detrás del tio Sebastián entró la mujer en el cortijo, y se hundió entre Jas ondas de humo de Ja cocida que arrebataron de la vista su figura.
El cortijero no dióse cuenta de una de esas emociones que á veces pasan por nosotros; jiero «U quedar dutño de la muchacha, sintió una profunda sensación correr por su cintura y picarle de gozo en el estómago- Distraído cod la despedida, dí se percató de semejante incidente, b pesar de que, cod Ja vista tendida en el paisaje, traía á su memoria reminiscencias de otros tiempos c impulsos de vida que le llenaban de dulce bienestar, haciendo parada su pensamiento allí donde recordaba sus tiempos más felices. l.a muchacha, como si se tratara de ardiente gaseosa, llenaba de risueñas burbujas Ja cabeza del viejo, y Je hacia adquirir aliento desconocido.
Algo extrañado de si estaba el cortijero, distraído cod lates reflexiones, cuando Concita dejo oír voces angustiadas en demanda de auxilio, que a todo correr l'ue a prestarle Antonia, sobresaltada de pronto, y con inenos seguridad de sí misma que si estuviera peD-diente de nn hilo de araña.
—¿Qué ocurroV—gritó temblorosa aJ entrar en el cuarto de La joven.
—No se; ureo que esto) mala, repuso Con * cha, aun no bien despierta, y asustada como si acabara de cometer un crimen.
—¿A ver?—clamó Antonia, ajándola en vilo de una manotada. Luego, JJena de indecible alegría, añadió:—i l'ero, callel ¡si es que ja tenemos mujer! il)igofc y cuando se ba ido I)* Andr«s! |Sr- Sebaslíánl \$i\ Sebastián! gritó fuera de sí, sin ver que en males como el de In joven, solo ella en la casa era la llamada á intervenir Despavorido con los vozarrones, precipitóse el cortijero hacia el cuarto de Concha; pero al hacer ademán de entrar, cayó Antonia en su imprudenciap y dijo con voz semejante á una mano abierta que sujetaba.
—¡fio entre, señor, no entre! No es rn:is sino que ya tenemos mujer.
—¿Cómo raujerV Pero ¿titie ocurre?
V como el sobresalto le hiciera penetrar uo momento en la estancia, comprendió de una sola mirada Jo que sucedía.
En Ja copa de agua que el Gusano de luz pon ja cerca de su lecho, a parecía el capullo regalado por el viejo, hecho ya rosa, y en la joven verificábase el mismo poético misterio que en Ja flor.
IX: AL SON DE LA CIGARRA.
Con la entrada de Agosto entra la animación en el cortijo, Va están contratadas las cuadrillas para Ja vendimia, todas ellas venidas del reino de Granada- El traje que visten conlrasta notablemente con el de Jos hombres del lagar, pucsá medida que éstos usan el vestido común á los campesinos andaluces, loa de aJlá
Jíevan holgados zaragüelles que bacín el efecto de cu agüela sí justillo que dejan abierto, igual que Ja delantera de ía camisa; faja ceñida en ¡nli ni las vueltas k la cintura; calcetas que cubren la pantorrilla y dejan Los en franquea del pie metidos como en un estribo de punía, v aIbarcas ó alpargatas, con Jas imprescindible* galgas liadas al tobillo y la captUd de escasas medidas.
Como las cuadrillas llegadas de Guarcho y Albuhol no caminan sin la cuchara, cada trabajador muestra la suya clavada en el sombrero, recordando el antiguo tricornio estudiantil, y de eHa ge auxilia paro comer, en unión de La navaja de corva punta, que, á falta de agua en muchas ocasiones, humedecen Jos hombres, de no muy aseada manera, y La limpian después en las cuerdas de cánamo del alpargate, pañuelo obligado para algunos usos de su cuerpo.
Gente del cortijo y hombres Llegados de fuera, bullen sin descanso á espaldas de la casa en las vivienda» de los trabajadores, entretenidos, unos en hacer sogas, otros en remendar capachos, estos en recomponer á golpes de martillo los formantes, aquellos tapando agujeros á los cenachos, esle cosiendo las aguaderas, otro forrando de tomiza La olla, el de más allá afianzando el asa al caldero, eJ de aJ lado dando mazazos á una estaca, aquél machacando esparto, y Roque, que si es tímido en declarar su amor á Rosario, se desquita siendo Listo como ninguno en dirigir una tarea, dando órdenes á diestro y siniestro, y haciendo también de paso su trabajo.
—«Vengan acá esas lomiuis, vaya allá cae capacho, eche usté una mano á esta carga, (Irle listé dos puntos á esa estera», Hoque se desganita y hace lomar vuelo a ta faena, ^ue bajo su dirección crece y cunde, y conquista ochavo po*L ochavo Jos salarios.
Estos, más subidos que en los demás lagares, como que para trabajar con el señor Sebastián, tan excelente es su trato, Ja gente acude como moscas á Ja miel en demanda de empleo, llega á la rifra subidísima de ocho reales, uno más que lo ofrecido en tos demas cortijos, Cuanto ;i Ja comida, porque no se trabaja á secas en eJ lagar, los tajamales de tocino caen en La olla que es una bendición„ y la morcilla se pavonea en medio de los garbanzos, y también cuece algún timo de carne de vez en cuandoP sin contar con la manteca rancia que hace el caldo como la nieve, y las costillas de cerdo que dan sustancia exquisita á Ja vianda.
No es echar semilla en la arena tener considerada asi á Ja gente, pues aunque el cortijero no lo hace con segunda idea, los hombres, si habían de trabajar como cuatro, trabajan como cinco, y miran Ja cara ai amo á ver qué se Je antoja.
—¡A la síiÍú de los presentes!—cxuJama de
irunto en tono de broma Matusalén, el antidi-uviano sirviente del cortijo, alcanzando ln jarra del garabato y echándose un trago de agua entre espalda y pecho, que levanta el misino ruido en su gaznate que arroyo rodando por las piedras.
—¡pe salü sirva, abuelo!—respondió Roque recogiendo la frase retozona del viejo—¿esla-mosdebiten humor?
—Es que ia via hay que pasarla á tragos. 1 ~pero de otra agua, tío Ruperto.
—¿De cuál? ¿á ver?
—De la que echan de sí aluera las uvas; donde esté esa no hay maniantal posibre; qiifc in digan, si no, los que me escuchan.
—Yo digo quedeben de sor de agua — insistió Matusalén.
—Creo que llene razón el abuelo—anadió un chusco, el más borracho de la cuadrilla,
—Asina debe de ser^rcpnso Roque;—pero ni no eres voto pa eciyo.
—¿Por qué no es voló?—clama ron algunas vocea.
—Pos, justamente, ¡(jorque nunca ha probao el agua y no sabe qué gusto tiene!
Risa íl la ocurrencia del mozuelo, guiflos maliciosos de uno y otro lado, y amagos de zumba y fiesta en los trabajadores.
—¿Yaya ijue no se atreve el abuelo-dijo un moao,—a contarnos como te habló ñ la primera novia que tuvo?
La frase despertó una viva curiosidad,
—¡Que io diga, que lo diga!—se apresuraron a repetir algunos.
—Sí, tío Ruperto—recalcó con evidente interés Roque, á ver si él bailaba Ja fórmula de tirar et alpargate, como en Andalucía so dice á declarar el amor, á la que deseaba tener por novia,
V Matusalén, que en viendo alegre A la gen le le importaba una higa ser el blanco de las risas, comenzó íi contar de la siguiente manera:
—Andaba yo mello en una melencolía que me traía el color de las acelunaa h la cara, y
■J este era el que no comía ni bebía pensando en los ja mores, sin dar con el qul de cciye á la moza «mira que te quiero.b Llegaba yo toas las noches á su vera, porque (tambos servíamos en el mesmo cortijo, y Jos labros mesmos eran Jos que mese jacían uno solo en cuanto quería niermurá «buenos ojos le pudras,u —Buenos ojos tienes— corrigió con premura Korjue,
—Corriente, pero ella no tenía Jos ojos en mi, ú por lo menos asín lo íeguraba, porque paecía complácese en atorméntame, y ío mes-flno era senlarme yo á su lao, que enderezar ella la fina parmera de su cuerpo..*.
—¡Ejem! ¡tío Rupertot —¡Cuidiao!
—¡*os enmo digo: una nuche me acerqué á Ja querencia de los pastores, y vino la cosa de perilla, porque en aquel presentóse praticaba de lo mesmo, y sin decir oste ni moste, me senté pa oir ío que decían.
1—¿V qué decían, abuelo?
—A eso voy* EJ jefe é la majá espricaba de esla conformía la cosa; o No hay mas que cortar un palito de jiguera, apresrmarseá ía mujé á quien se Je quié jablá, y cciye:
—¿lie que es este palito?
—«De jtgüera—contesta en el momento la moza.»
—¿Usté me quisiera*—dice uno, y ya está la cosa jecha.
—¡Pos es verdad! Asín quea arregla la ecforación por el mesmo ca&ao de las palabras.
—De manera—empezó Roque, vivamente interesado—que se saoa el palito y se dice;
—¿De tjüé es es le pal i lo?
—«De jiguera» —debe decir ella.
—¿lisié me quisiera*—dice um»5 \ ya que a :»rreg¡¿ la cesa,
—Justo talmente—clamó Matusalén, que golpeó una mano con otra en señal de acentuación vigorosa.
^Pues yo creo—dijo uno—i|iie Roque leu-drá que dar la listón cuando Lin bien la quié aprender.
—Eso digo yo.
—V yo tamnicn.
—Señores, que el lio Ruperto eulovfa no Itn acabao de contar el cuento—clamó el aludido desviando el giro de la conversación.
—Pos al Gnal, la co.^a es clara, asin lu jice— siguió diciendo Matusalén
—¿V qué pasó? ... preguntaron lodos ansiosos.
—¡Que me dió unas calabazas, que perdonen los presentes, pero eran lo mesmo que le najas!
Risa basta desencajarse las mandíbulas en todo el auditorio.
—Pero eso sería—apoyó Roque cobrando esperanzas en lafórmnfa—que no !e quedríaa usté ia moza, ¡porque si le iuá querloL».
E hizo (irme propósito Je declararse por aquel sistema.
La tarea, alentada por el placer de la conversación, que si unas veces ala Jas manos, otras las mueve más de lo ordinario adelantaba con rapidez y lucía como nunca, siendo todo satisfacciones para Roque, pues de un lado el trabajo, y de otro ía receta de declarar amorestraíanle tan alborotado el magín, como gallinero donde se í*trena gallina nueva.
Las espuertas, encajadas unas en otras, subían piadas al muro, basta dar casi en la enramada; las capachos también se amontonaban a nn lado á medida que se les iba echando los remiendos; los afianzadores de caña para sostener los papeles de Los lee Líos, ponían subido col mu á una caja, y todo lo que eran preparativos ijuedaiia aL corriente para acometer con decidido empuje la vendimia.
Entre Las ramas de un árbol que cerca de un toldo mostraba su verde penacho, cantaba emboscada en Jas hojas, una cigarra, como presidiendo La escena de verano, y todo parecía someterse á su voz, pues La pesadumbre de su nota se imponía á todo lo cercano, mientras Languidecían La» ramas y arrastrábase el viento bochornoso y pesado, como Jleno de invisibles partículas de opio.
Por las veredas lejanas veíanse algunas cuadrillas, que ya habían empezado Ja vendimia, llevar sus cestos de uva á Ja cabeza y adelantar uno tras de otros hasta dar en los paseros de algún cortijo cercano.
Tal cuaJ hoja seca, caida prematuramente de los árboles, rodaba con lentitud lie cepa en cepa como buscando compañera con quien correr, y al no encontrar hoja caída, seguía su marcha de tropiezos, llevando en los (¡los el siJbido casi imperceptible del aire.
El horizonte era nn horno inflamado donde las moscas, aj cruzar, quemábanse las a/as.
La cigarra seguía entonando su romanza como uo rasgueado uniforme de vihuela; su armonía clava base en Jos oídos, que embolados con Ja música, dejaban de ocuparse de ella como si fuese una faial imposición de la naturaleza.
Cuando JJegó U hora de i» comida, que ya tenía preparada Antonia en el cortijo, formaron los ira bajadores una mesa de cajas y labias, y pusieron en derredor trozos de pino por asiento.
Roque, aJ ir á avisar que podían Iraer Ja vianda, con Ja imagen de Rosario molida en Ja cabeza, repelía por eJ camino, dispuesto u declararse á ella y como niño que dice en voz tilla ta retahila del mandado:
—¿I)e qué es este palito?
—¡»e jig tiera.
—¿Usté me quisiera?
X: LA VUELTA DE MISA,
Muy esperanzado con el paso que a dar se arriesgaba acerca de los amores de Rosario; el jusIjIJo de los domingos mostrando en su pecho todos sus ramillos, bordados y hojuelas; la chaqueta ribeteada de trenciJJa, con goJpes de arabescos, colocada con primor subíe sus hombros; el camisón de mil labrados, dejándose ver por las abiertas hojas deí justillo, corno se ven fus grupos de majas al través de las caladas hojas de papel en ta vislosa caja de pasas; el sombrero de barqaütai con moLas y morillas en el ala, derriliado sobre el ojo cíe donde partían los significativos guiños amorosos^ los zapatos cuajados de torzales, con un solo cerco de clavos, ccftidos extraordinariamente á Jos pies, y el pantalón á vivas rayas* pegado como fuerte venda á Las piernas, saJe de ta majada el acicalado mozueJo, y apóyase en Ja enorme porra, uue es el complemento de su atavío, llevando asimismo entre la faja un palito de higuera, que, como objeto oue había de Llegar á manos de Rosario, babía de antemano primorosamente Labrado á punta de navaja, y esculpido en el con amorosa paciencia el nombre de su dueño,
Los pámpanos caídos á uno y otro lado de Ja vereda, se abrían para dejar paso al pre-íendiente, y las hojas de tos árboles, sacudidas por el aire, batían palmas de entusiasmo á su presencia.
La gente de los lagares por donde pasaba, admirada de verle tocado de tan rica manera, salla á la explanada para saludarle y para decirle:—¿Ande vas, Roque, que tan bien vas engalanao?
Pero él miraba con cierto desdén á mozas y mozos que salían á enterarse de sus proyectos, y metía el talón á Ja distancia* no dejando de vez en cuando de sacudir eJ polvo á Jos zapatos, con un pafttielo que para el caso llevaba de repuesto.
Al dar La espalda á algún cortijo, Llevaba con disimulo su mirada desde Jas puntas de los zapatos hasta eJ pecho, con en lera satisfacción de su orgullo, y dábase los retoques de mano necesarios para no dejar decaer su traje en Jo más mínimo.
La petaca, obra de arte supremo, donde iba colocado un diminuto espejo, requeríala con hondo deleite y echábase un vistazo á las pa-lillas, ensayando algunos guiños que había de hacer á Rosario, como preliminares del golpe decisivo del palilo.
A veces, al atravesar Ja explanada de una casa por donde pasaba la vereda, veníasele encima un peí razo enorme que abría el estuche de los labios y le ensenaba dos filas de dientes; pero Roque dejaba caer la chivata contra el suelo, partiendo una losa deJ porrazo, y el perro enfundaba los dientes temeroso de perderlos. Seguía ladrándole el mastín y hasta daba carrerillas á alguna distancia como queriendo hacer presa en sus piernas, pero una mirada de soslayo del mozo helaba la sangre del perro, que retrocedía al punió de partida.
Como domingo, la animación era más escasa que en los demás días puesto que algunos trabajadores descansaban, pero en cambio tropezaba Roque en los cruces de los senderos con grupos de mozuelas que regresaban de oir misa; entonces daba á su persona (os rumbos y donaires neecesarios, ponía bien abiertas Jas hojas del chaleco, y dibujando una sonrisa que realzaba eJ valor y Ja elegancia de las patillas, contoneábase al pasar, y echaba un apasionado guiño á Jas mozas.
De trecho en trecho oprimía el labrado palito que asomaba por los pliegues de la faja, en unión de la coz de la pistola, la cual, con seis halas metidas en el cañón y llena de tacos hasta la boca, apuntaba á interioridades de su cuerpo tales, t]ue si el tremendo tiro saliera, no quedaría, á buen seguro, Roque, con más ganas de andar melido en lances y cébalas de amores.
Paso pasito y echado de Largo á Largo en La confianza de ser correspondido, dejó atrás la medrosa cañada por la cual había cruzado con tan incomprensible miedo, subió después por un largo repecho, atravesó la cima de una Joma, y al cabo descubrió La casa de Rosario» emboscada á Jo lejos en un magnífico velo de rosa Les, y alumbrada por las brillantes Jucos de La mañana.
Allá por el camino que conducía al cercano pneblOj divisó también á la familia de la moza, y á éíta, pe verificaban Ja vuelta de misa, y como presumió que de continuar al paso que iba, daría en la casa á punto de caer en la sopah puesto que era Ja hora precisa del almuerzo, quedóse oculto en una cañada viendo por enlre el ramaje adelantar y acercarse al cortijo La familia.
El mozo erraba esla vez al dirigirse a mo-zuela que no era de su dase, y para que se vea la distancia que separaba al humilde mozo de Hosario, presentaré al lector á la familia (acabando con el dibujo de personas), mientras sigue en dirección de la casa.
Manuela, como llamaban á la madre de Rosario antes do casarse, y doña Manada, como hoy La llaman en el con torno * es La esposa de I). José, y á un cuerpo de baja estatura y algo lleno de carnes, sí bien de aspecto de* litado, une el ser un poco dada á Los remilgos y un mucho á Lo meticuloso, con Lo cual, y atendiendo al moverse de pus ojos asustadizos, no pecaré de exagerado al ca I i tica r Ja de dama de la media almendra, sin que esto quiera decir que dona Manuela se de fácilmente, y asi como asi, ajo ridiculo, ni que no sea poseedera de lodo aquello que constituye el principal encanto de la mujer, como es bondad, honradez, castidad, y cierto aire pud que hace que se la mire* y que luego su Ja vuelva á mirar, y que cuando iia pasudo nns deje dentro del alma un olor mevplicable, que se olvida fácilmente.
Itosario es morena tirando de largo y muestra encendido ese color moreno por la sangre luminosa que baña su semblante; sus mejillas recuerdan esas rosas de tono rojo oscuro, cuyas hojas parecen estar Lechas de terciopelo. Los ojos que campean en medio de ese tono do color y que le tienen destrozada la cara, son negrísimos, ile un ne^ro de cuervo, malo, fo cual da á Ja expresión algo de cadavérico y siniestro, pero que por lo mismo es de una b&-Hoza extraña y enloquecedora El cuerpo con que hace junto este rostro el viaje por ía vida, es bien proporcionado, más bien alto que bajo apretado de carnes, con Lo Cual hace pensar en las cosas de la tierra, y de una soltura y mov imientos armoniosos.
Todo este tesoro va vestido con la mayor sencillez, y hasta con aire poco correcto; pero no sé lo que emana de la joven, que donde ella echa a rodar Juces de los ojos, todo queda en una legua á la redonda como aristocratizado,
f). José es un severo señor, todo hidalga Ja, qiio parece hecho, por lo enjuto y elegantemente arrugado* de cáscara de avellana, y que denota un vigor de nervios y una enterez» de carácter en completa armonía con el ambiente de antigüedad que envuelve su casa de campo, sus sobrias coalumbres, y lodu lo que de él procede. Es D. José uno de esos hombres en los que el traje* ó mejor* el aire del troje, parece como que es parte integrante de ello?, y los define y retrata mejor que el más diestro pincel. El día que se muda D José de chaqué-la, ya no es el mismo hombre; se necesita ver invariablemente en é! sus zapatos de becerro blanco, que su pie estrecho y elegante bace presentable á tos ojos; su pantalón de lana á cuadrilón que jamás conoció mancha alguna ni rodilleras; sil americana de ligera dril dan* do aletazos en torno de su persona á medida que el aire Ja remueve; sn chaleco indeJeclí-blemcnte desabrochado en algunos bolones con lo cual pone á la vísta la inmaculada camisa, y su sombrero de paño flexible, color de pasa, que él se pone de un puñado y arruga artísticamente sin saberlo; con cuyas prendas y con cu}as circunstancias, D. José es el hombre de porte mis simpático! honrado y franco, que vieron hidalgos de Galicia y nobles cosecheros andaluces.
Las tres personas, colocadas en Ja vereda por orden natural, es decir, Rosario delante, ja madre detrás,, y el padre en seguimiento de ésta, adelantan y charlan á su sabor, sintiendo que ya el sol empieza k caldear y hacer hormiguear su sangre,
[». José, entregado á su natural abandono, ha tirado, con aire distraído, de Ja punta de un sarmiento de los que dan aj camino, y se ha quedado con un frondoso tallo de pámpanas en la mano* con el cual se abanica de vtt en cuando. Rosario dice que es necesario que su madre le compre un vestido igual al que le ha yisto aquella ma na na á fa hija del maestro, «porque ella no quiere ser menos que nadie,»
—Eso á tu padre—le responde doria Manuela, tratando, en tono de broma, de quitarse la petición de encima +
—Yaya, papá—dice Rosario apartándose para que pase ía madre, y poniéndole una mano en el hombro a I»- José cuando se pone á su nivel:—¿Me lo comprará usted? ¡Nunca me quiere comprar nadat —Yo no; las mujeres son las que entienden de eso—añade afectando acritud 0. José, aun* que hecho por dentro una breva madura.
Y en seguida le echa una mirada tal Ja hija, inclinando Ja cabeza 3olire su hombro, que ne* cesita el buen señor ser su padre para no decirte en eJ momento que sí.
Dilucidando quien va á ser el jue por fin Je compre el vestido, Ja familia Jlega á dar vista á la casa, que allá en la suave Falda de un monte y sobre un valle formado de fértiles huertas, ensena sus muros blanquísimos enlre Jos árboles y se destaca tras Jas frondosas Jibias de vides que se extienden por las laderas, La casa resplandece en eJ paisaje, alegre, pura, nsuefla, llena de claridades de Ja mañana y cercada de bandos de palomas, bien distante del pueblo, del cual sólo llegan, al caer Ja tarde, Jos ecos tristes y niel a n célicos de la campana, parece como hozar eneanlado. I Seno de suaves conciertos, y rodeado de ocultos manantiales de dicha.
Lo mismo cuando Ja confusa luz del alba cierne sus rellejos sobre su blancura, que cuando al morir el día se envuelve en agradable rumor de grillos, insectos y susurros de ramas, la casa parece colgada dulcemente al paisaje, y no resuena en toda la comarca, en
Épocas de quietud, otra voz c ta lanzada por ia familia, ei can lo del pastor, cuando vuelve, entro el repique de las esquilas, de los campos. En Jas diáfanas noche? fie luna, entran por Jas ventanas impalpables bandas de
Elaia, que van á dar en el suelo, simulando t aerea sombra de un crista], y dibujan eu derredor el follaje de Jas madreselvas enredadas a Jos hierros, como si la luz pasara, antes de llegar al suelo, por el gracioso calado de una mantilla. EL rayo de luna lucha entonces cou Ja claridad de la luz artificial que sobre uno mesa alarga sus dormidos reflejos, mientras D+ José se entretiene en ajustar en silencio las cuentas del dia, levantando leve y crispado rumor con Ja pítima, que recuerda el crujiente papel del furioso y ofendido moro Tarfe.
Ni un tumulto, ni un eco del mundo, ni un lejano resonar de voces qtic vaya á interrumpir el amable sosiego de ia casa.
Ya cercana á ella Ja familia, que á toda prisa desea alcanzarla, resplandece bajo el sol déla mañana que la llena de luces y reflejos; un
Sayo rca| hace vistosamente la rueda colocado ajo un limonero; en el caballete de un tejado, destaca su aereo perfil un gato que se pasea sobre las lejas viendo el andar menudo y engallado de Jas palomas.
La planta baja de la casa, típica de Jas casas de campo andaluzas, se compone de cocina, un cuarto en un extremo con una ventana ba» cubierta de follaje, y otra sala, también con ventana, )lena cíe tiestos y verdura-En el piso alto y único, anunciase la habitación de tos frutos por el intenso olor á pasas y algarrobas; la dd vino por el misterioso
zumbar de los mosquitos y el ruido levísimo de las efervescencias; la de comestibles por el olor á íos jamones y morcillas, y Ja de trasloa rolos por un especial e inexplicable olor á madera vieja, que anuaria su presencia. El pajar está colocado en la parte lrasera de la casa, y en tos rincones a líos se admiran telarañas dé todas dimensiones, y se percibe el grato aroma de la paja. En un extremo del corral, cubierto por frondosa parra, estala cuadra, ron sus estacas y pesebres, y en ella se siente el con-Un no patear del caballo y los fogosos relincho* que dispara.
A unos quince pasos de la vivienda, se ve la fuente, con su eterno y monótono ruido, sus hoyos hechos en el suelo para poner los cantaros, y sus ramajes cayendo sobre el manantial,
—¡Jesús María, que calorl—dice al fin entrando en la casa dofla Manuela y soltando en una silla el devocionario que trae en una mano*
—¡Uf, qué solí-exclama al mismo tiempo llosa rio, abriendo el abanico y echándose bocanadas de aire en el rostro.
I). José nada dice, pero se abanica igual* mente con el lallo de pámpanas qne aun conserva en ía mano, y se suelta iodos los botones del chaleco, pasándose después el patínelo por la frente, Y como inlenta quitarse el sombrero para refrescar más pronto la cabeza, le interrumpe dona Manuela dando un grito, y adelantando las manos á sil esposo:
—No te lo quites* no le lo quites, que te resinarás.
A poco, no bien calmado todavía el sudor do su cuerpo, dona Manuela empieza á dar órdenes á los criados para que arreglen el almuerzo.— jPronlo—dice—prontof Rosario principia á quitarse los alfileres de la mantilla y á echarlos en la mesa, donde rebotan al caer. Lucro, y antes de despojarse del velo* va á mirarse al espejo, colocado frente á Ja puerta, guiada de ese afán de las mimres fie verse antes de descomponer su tocado para apreciar cómo se bailaron delante de Ja última persona. Tráese después con la mano, torciendo la cabeza Ja enredada mantilla, y Ja empieza á doblar por las sena lea que se marcan en el tejido* El oJorcilIo á esencias y á mujer que se desprende de su cuerpo, incita á cerrar voluptuosamente Jos párpados y á dar rienda suelta á los sentidos. Cambiándose después de traje, safe á Ja cecina con los enseres tle labor en ias manos, y se dispone á continuar el bordado á que dió principio el dia anterior,
—A almorzar—dice en esto don» ManiicJa; y sin más tardar, la familia siéntaseá la mesa, y principia alegremente e\ almuerzo. k Cuando se han levantado de Jos asientos, dofta Manuela váse por aJJá dentro á entretenerle en algunas tareas domésticas; Rosario se pone & bordar detrás de la hoja de la puerta,
ÍD» José se va á una hábil íteión interior done hay un caire abierto incídentafmente, quítase Jos zapatos dejando ver Jos pies cubiertos por blanquísimos calcetines, inmediatamente se desprende de Ja chaqueta, y toma Ja línea horizontal, no tardando en dar señales de que ha sido invadido por el sueño.
Mientras borda ta joven, una pluma do ga-
Dina, blanda y suave, es empujada por el aire casa adentro, y rueda con dificultad sobre las losas, perdiendo y ganando terreno, según que el aire la mantiene en flujo ó reflujo.
En el espejo de enfrento de la puerta, se reproduce gran parte del paisaje, que forman primero tablas de huerta, Juego oscuras copas de limoneros, y, por último, una enorme mancha de sol, por medio de la cual se prolonga una larga biJera de caltas, que movida por el aire, forma evolucionen de grande y alineado ejército desplegado en campo de batalla.
XI: ¿DE QUÉ ES ESTE PALITO?
No bien pasó el tiempo suficiente para que La familia diese de mano á Ja cuchara, cuando Hoque, saliendo del escondite de árboles, puso otra vei el pié en la vereda, dió algunos retoques de uñasá su pelo, estiróse ambas hojas de la chaqueta, y asegurándose de que llevaba entre Ja faja el palo de higuera, sonrió con aires de triunfo y empezó á darle puntadas al camino.
En verdad que eJ mozo, puesto al servicio de tan c¿mica idea, obcecado por Ja licción oída á Matusalén, armado caballero de declarar amores pues la espada llevábala Llena de labores y filigranas en el cinto, parecía algo asi como D, Quijote yendo tras alguna soñada Dulcinea, ó una viva representación de La Locura,
Pudo Roque emplear fórmula distinta de declaración, como la de aguardar el santo de Robarlo para rondar su caita, afianzadas las mañosa dos enormes limones, y en el momento de verla pa*ar tras alguna puerta ó ven-lana, largarle un tremendo Innonazo» que tanto más expresiva sería su declaración, cuanto con mayor fuerza Fuese disparado el proyectil; perú se contentó con adoptar h fórmula de la higuera, sin recurrir á libro alguno de dictar carias, A recado por medio de zagal, ó á alcahueta de oficio» intermediarias que lanío abundan en todas parles.
Llegado qne hubo, por Gn, al empedrado de la casa que, entre otros diversos adornos, mostraba bellas combinaciones de guijarros y chinas de colores, abrióse por última vez el justillo para enseñar la labor ue pechera, y exclamó metiendo la chivata en Ja casa y clavándose en el escalón liasla no recibir contestación á su saludo:
—La pa e hios sea en esla santa casa,
—Ven con DioSj noque—contestó Rosario, qne se bailaba sola en fu cocina.
—¿Se pné entrar?—continúo eJ moro adelantando más aun la porra.
—Entra y sicnlale*
—Con premiso de tos présenles— añadid Roque, que soltaba el plural sin venir ácuento, y se acomodó en una silla, á cuatro varas de distancia de Rosario,
—¿Qne asunto te trae por aquí á esla hora? — preguntó ella, ignorando el amor y las pretensiones del mozuelo.
La pregunla, hecha así ó boca de jarro, desconcertó al mozo basta ponerle la cara como el bermellón, y por un movimiento automático acudió con la punta de la porra a detener Ja pluma que en el suelo rodaba de un lado para oiro.
Luego, sin querer aun ponerlas cariasboca arriba, continuó hablando á tropezones:
—Ná en talmente rae trae, si vamos al decir, sino que dije digo., ya quizás haigan vuelto de misa en cá C D. José* y allá me voy á pasar el rato.
—Te agradecemos la visita y puedes estar el tiempo que quieran; acra muy ¿rala la compañía siendo tuya.
El corazón de Hoque pasó, al oír las últimas palabras, de la más honda emoción del miedo á la más fuerte de la alegría, y quiso decir mil frases de agradecimiento, pero se contentó con llevar la porra segunda vez A la pluma, y darle varios empellones para alraerla, —Y Uí, ¿has oído ya misa?—siguió la muchacha por romper ef silencio con algo,
—SL.. no.... es icír.*»
Y hecho un tarugo, pues iba de tropezón en tropezón, exdamó como pudo, sin dejar quieta la chivata ,— Me se jtso una vnijiya tarde, y cuando caviJé, ya venía Ja gente é giierta; no gorverá á pasame, lo prometo.
—Vamos, se te olvidó que hoy era domingo, y por eso no has ido a misa.
—Repito Ja semejanza de que no gorverá a pasame.
—¿O será más bien—repuso afablemente Rosario —qne habrá por ahJ quien te robe el liempó, y por eso marchas retrasado?
^Ojala y quien yo quiero me lo robara, ^iQué! ¿No sabe ella que Ja quieres?
Aquí Hoque, que para guiñar era para lo único que tenia Atrevimiento, y que no podía tener Los párpados quietos cuando ola dos palabras tiernas, irguióse de la manera que saben hacerlo los enamorados, torció la cara para poner A vistas el ojo elocuente, y acariciando con la mano el palito de higuera, pegú uno y otro arco de pestañas, disparando por medio de ellas toda la malicia de su idea* Rosario ni se percató de aquella señal amorosa, y clavó Jos indiferentes ojos en el bordado.
Como Hoque dejó sin respuesta su pregunta, La jóven anadió, metiendo y sacando la aguja en la tela.
—Nada respondes á Lo que digo, lo cual prueba que habrá algo de cierto.
—Hay y no hay, si vamos al decir-—¿Cómu? esplicale más claro.
—Digo que yo cavilo por una mujer que me trae triste y melencólico, pero ella, ni esto sabe de la cosa,
—¿Y por qué?
^Toma....
—No se lo habrás tú dicho.
Sí fuera posible expresar exactamente un suspiro con palabras, esa serta ia contestación que yo tendría que escribir, Roque volvió á enfilarse en la silla, dióse un par de primorosos tirones de la chaqueta, púsose airosamente de soslayo, y unió nuevamente los párpados, lanzando otro chispazo de malicia.
Ni por esas. Rosario no vela Los atraganta-mientos del mozo, ni se paraba en Jos £ii¡ftos que le dirigía.
Entonces, para atraería atención de la modela, recurrió el enamorado á los fingidos golpes délos, y preparando un tercer entontamiento de pésima,
^Ejem, ejem—tosió mirándola de hilo en hilo, creyendo que esla vei no marraría el pistoletazo*
Como á La tus siguió una pansa en que ni miró Kosario ni pronunció palabra alguna,
^Ejeni* cjem— volvió á repetir* abriendo y cerrando el ojo* como esos farolea que á causa de contener aire interno, abren y pliegan su luz.
—¡No será et constipado por Lo que madrugas!—dijo al fin la mozuela, para reanudar la conversación—porque cuando pierdes la misa....
—No es por eso, pero es por otro respetiva*
—¿Por cuál, á ver?
—Pues.... porque yo no duermo ni escanso* porque una mujer me trae la volunta perdía, porque tú no sabes Rosario lo une puc un queré, cuando el queré es de oro tino.
—¡Acabarás! Si hubieras empezado por ahí ja sabría en (jué consiste lo qne le pasa,
—¿Y qué dices, ahora que lo sabes?
—Que ¿qué digo?
—SI, jabra,
—Pues* qué quieres que díga.*»
—Te cuesta trabajo, ¿ch?
—Lo que digo es que eres un ingrato ron ella*
—¿lugarto, cuando hasta daría mi reata de burros por un su suspiro?
—¿Y qué iba ella a hacer con lanto burro?
—Es un decir, Rosario*
—¡Yai
—Lo que hay es que los labros me se cosen en viéndola, y no pueo jabrí la boca.
—Pues mira, eso no es bueno para decirle que la quieres; pero si lo es por aquello de que en boca cerrada no entran moscas*
—Tú quieres marlirinne llosa rio, ¿No ves misjanbelos* no ves mis causas?
—Muchas son, ja lo veo.
—Entonces, ¿pW qué no mormuras pos esto?«
—Es que yo no sé si te podría aliviar de esa pena.
—¿Aliviarme? Como que epende de que tú jabres,
—Pues bien, digo lo que tú quieres que diga, y es el único modo de complacerle*
¿Es verdá esoí ¿Con que al fin íapiadas?.,,. ¿Con qué aJ fin?,...
—¡Pero sepa yo al menos quién es ellal
Un chorro de hielo que cayera en pleno invierno, sobre Jas costillas del mozo, no lede-jára más frío que las palabras de Ja joven.
Movióse con la color completamente pálida, quiso articular aJgunaSTpftlabras, y una emoción intensísima se lo impidió,
Luej?o carrcwpeó con la garganla no se qué ccos de moribundo, y ochóse la cabeza enire las manos, apoyando los codos en las rodillas. ^ .
—¿No quieres decirloí^siguiá sin alzarlos ajos del bordado Rosario.
Roque, levantando sobre si su ánimo como si fuera un peso de veinte quíntales, irguiúse como pudo, y dijo con voz venida de oíros mundos:
—Si te empcflas„„
—Tío causándote perjuicios,„ dilo.
El moribundo quiso jugarse el todo por el todo; requirió el palito de higuera, y presentándoselo k Concha, á tiempo que aparecía de repente su madre, dijo;
—¿De qué es este palito?
Mas como al ver Roque á doña Manuela, guardara el írozo de higuera, la pregunta no pudo quedar refiriéndose más que á la chivata del mozo, que de lodo podría tener menos de jialito.
Rosario, al ver en mauos de Hoque Ja porra, dijo toda risueña:
—¿Que de que es esc palito? ¡ 1'ues vaya un palito!
Y como quería comunicar k alguna otra persona su regocijo, clamó dirigiéndose á su madre;
—Mira lo que me pregunta Roque; ¿que de qué es ese palito?
—Con él le daría yo en la cabeza á este zanguango— repuso doña Manuela,—á ver si no parecía más por aquí. ¡JE! demonio del paleto!
Aquella segunda puftaíada puso en pié á Roque como cadáver animado por el galvanismo; echó el paso como pudo,, y al salir, sin decir «adiós» de la casah la pluma que no hahía cesado en sus retozos y cabriolas, alzóse en remolino impelida por el aire del cuerpo del mozo, y á semejanza del muchacho que se burla en la calle de los campesinos, dióle o n pescozón en la cabeza ¡ como si enterada del suceso quisiera demostrar su regocijo.
XII: LAS BROMAS CAMPESINAS
Habiéndole sorprendido á Roque la noche en el camino, pues se entretuvo eJ resto del día de lagar en lagar viendo de distraer su pena, no nudo estar de vuelta á tiempo d« asistir al clasico gazpacho*
Hombres y mujeres que dieron de mano, esperan bajo la enramada el momento de la cena, confundidos entre las pirámides de pasas que suben de ios fruteros.
Antonia, como el Gusano ^¿««manifestara deseos de comer del pfato andaluz, puso lodo su empego en sacar a las mil maravillas el majado de pan. ajo y pimiento que había de dar base y origen, como si dijéramos, al gazpacho.
Un lebrillo, lleno hasta los topes, asoma al fin traído por dos robustos hombres, y es colocado sobre una mesa, en torno de la cual forma circulo apretado Ja genle, que pone en movimiento Jas cucharas, después que Matusalén ha exclamado con acento patriarcaJ: «¿En el nombre sea de DiosU y ha cargado Ja suya con varias moles de pan, sostenidas milagrosa-menle sobre el peltre.
La gente que no quiere estar de pie, se acomoda en asientos consistentes, bien en un capacho puesto boca abajo, ja en un montículo de cajas vacías, a Jas veces en un trozo de
Eino, ó bien en una descabalada silla con más oquetcs que eneas.
El movimiento de brazo de loa que cenan, establecido del lebrillo k la boca, y La remada, digámoslo así, de la cuchara, cada vez que entra en el liquido* producen una bulliciosa marejada en el interior de la vasija, haciendo dar vueltas vertiginosas al alimento, el cual aligérase pronto de sopas y conduce las restantes entre chispas de pepino, pequeños Irozos de pimiento y alguna tajada de tomate.
Un rapaz de esos de carácter observador t[ue tan a menudo se encuentran en los cortijos* ya mermado el alimento* mira la única sopa que da vueltas en Ib vasija, y observa cómo cada persona desea darlo caza con el mayor disimulo, y cómo en la imaginación de todos bulle la misma idea, cual es la de que, anhelando cada campesino la sopa, ninguno* sin embargo, logra embarcarla en Ja cuchara por más trazas que pone en ello*
Pasa la sopa por una orilla» hunde la cuchara un comensal, y huyese al centro la aludida, formando remolino; alarga hasta allí el peltre otro pretendiente, y izas! la sopa va ¿i la margen opuesta, arrastrando consigo mil chispas de pepino y regodeándose de haber escapado-mete allí el brazo, tras ella, otro solicitante, y dando una revolaina, escápase en derredor de la phta hurlando otras cien y cien cucharas, todas rebosando en deseo de cogerla, pero ninguna lo suficientemente diestra para lograrlo.
Cuando no queda en el fondo del lebrillo masque el líquido suficiente para echar la colai se hace ésta derramando un poco de aceite en las espesas zurrapas del gazpacho para luego sacarlas á sopa limpia, ó á pulso¡ como dice la gerite campesina, mellen do luios el pan cogido con los propios dedos y sosteniendo I¡t salsa con la yema del pulgar, ó llevándolo otros ai fondo del lebrillo clavado en 1a punía de la navaja, y alM hornagueándola para que los residuos monten bien sobre la supa* Como es pleno verano, los hálitos entre cálidos y frescos de la noche, pasan por las frentes de los hombres y contienen las leves granulaciones de sudor que principian á manifestarse sobre la piel,
—Roque mus ha negao esta noche—clama de pronto Matusalén metiendo en el lebrillo una de xu# sopas, que es, como si dijéramos, un cuarto de hogaza,
—Debe traerle sacao de quicio alguna moza, porque eso tan sólo podría apartarlo de la tarea—añade un mozo, que en medio de lodo reconoce las buenas cualidades de Roque,
—Pos si juera asine —agregó de nuevo Matusalén—seria cosa de que salieran osles á daye un susto en el camino, porque no se pescan truchas á bragas enjutas.
—¡Je* je! no está mal pensao, tío Ruperto — masculló con brutal alegría un hambrona-zn, que en punto á bromas campesinas había mostrado su inventiva en varias ocasiones,
—¿loa paece á osles—siguió diciendo el giganle- que se le dé la groma?
—Sí* sí, gritan todos apurando las últimas sopas, v entonces añade el hombronazo, que responde al nombre de Miguel.
—Vo creo que lo que se debe jaser es pega-ye una perdigoná.
—No, repuso el tío Ruperto; el tiro*.,. podría alborotar la comarca.
—Entonces—volvió á decir Miguel—en lugar del tiro se le debe pegar una paliza.
—Tampoco mes paere bien; es nejcsario buscar cusa iuás pruente.
—Pos entonces no queft otro ri turco que ha* cer la semeja nza de un hombre jerlo, en el camino, que pega lamentos porque ten pnao los ladrónos.
—Eso ya no mes paccc tuaJ.
—Entonces manos á Ja obra; ¿quién es et que va á jacer de je río?—repuso Miguel, que se declaró súbito director del juego.
—Tu pues serjn—añadió uno;—los demás nos esconderemos pa veyo venir y nimios del caso.
—Corriente—clamó Miguel como si pusiera la Arma á un contrato.
Y no hubo necesidad de más* Cogiendo la£ mantas de Jos camastros, envolvióse cada cual eu la suya, imitando á brujas y fantasmas, y se destilaron sigilosamente por el camino que, arrancando de Los toldos, iba á perderse en dirección de otros lagares.
Viniera del lado que viniese Hoque, no tenía otro remedio que pasar por aquel sitio, porque no hahfa ramal alguno que desembocara más cerca de] cortijo, ni tampoco trocha conocida.
El escenario elegido para el drama no estaba» pues, mal situado.
Atravesaron por una cafiada llena de batimentos de sombra, donde la hojarasca se quejaba con ecos medrosos.
Ücsde Jejos, no se percibía oirá señal en 1 nombres, que las chispas surgidas del ped «al y del aeero at encender alguno su cigar
Subieron, arropados en las mantas, por vereda que conducía á lo alto de ia loma, y allí, i tajo robustas encinas de profuso ramaje, distribuyéronse convenientemente, tumbándose coica del camino Miguel, patai aguardar el descuidado paso del mozuelo.
Este, que al verse de regreso y con la noche por delante, había \a sentido su miedo inconcebible, se anunció allá lejos por una copla que lanzó al aire para desvanecer su temor, y que filé poco á poco diciendo al salir de su boca:
A poco, en medio de ese silencio de? campo que permitiría oír hasla el voftear en el aire de un insecto, percibiéronse muy lejos las pisadas de Roque, cuyas piernas razaban los sarmientos, haciéndoles dar fuertes varetazos.
—¡Miguel, ahí viene!—clamó uno por lo bajo, agachapado bajo una encina.
—Sí, ya lo siento,
—¡ía el primer alario.
^No* olavía no.
El mozuelo cantó t&la segunda copla, que se espació gradualmente por la comarca y rebotó en las cuencas vecinas:
Poraue me ve hablar contigo tu madre ma desprecian; pero yo sigo en quererle manque me díga zanguango.
—¡Ay, ay Dios mío!—clamó con voz acongojada Miguel, y como si realmente le hubieran cosido h puñaladas.
La primera emoción de Roque, w\ oir La vui de aquel hombre que espiraba, íué la que á veces se siente, en Ja duda de si se está despierto ó sonando.
Era tan inesperado el suceso» que el mozo, con algunos temblores de piernas, echólo á una de esas vagas escenas que Gngc la noche en medio de su augusto silencio.
—¡No lia)' quien me favorezca, mailre mía, no hay quien me ampare!—suspiró Miguel nuevamente, con vo/ tan débil como un sutíi hilo de agua»
Ya no era ilusión Lo que ola Boque; la queja seguía sonando, y sonando cada vez más cerca. Lo atestiguaban los ladridos de los perros, que con la tristeza de sus clamores, respondieron á la voz moribunda desde todos los cortijos de la comarca.
—¡tiuuuj guau, guau!-ladraban sin parar los lebreles, y latían como si fuesen descubriendo la caza.
—¿Qué es eslo, Dios mío?—lloró Roque casi, y se clavó en la vereda como si de tronío hubiera echado rafees; ¿qué me econ-tece á mí? ¿qué me ocurre?
Y pasado el momento del asombro» echóse a un lado de la vereda y se liiza de dos alas, que Jo hubieran puesto a salvo, si no hubiese vuelto á clavarle en tierra la voz de otra fantasma que decía:
—¡Tú lambien habrás de morir, no corras, no corras!
Como acontece á veces en tas pesadillas, que ti ti eremos salir» toda carrera, pero que ü pesar ue nuestro esfuerzo no abandonamos el mismo *itio, Roque movía inútilmente tas piernas é invocaba Lodos Jos santos del cielo.
En medio de eslp paroxismo, víó salir de las próximas encinas, uno, dos, iras, cinco, diez fantasmas envueltas en amplios mantos
Síc el miedo centuplicaba, y que puco á poco an hacia él, como [a* ánimas en pena de los cuentos.
—¡Roque! ¡encomienda tu alma á Dios, que ahora mismo vasa morir]—clamaban con vnz de profanáis las visiones, acercándose cada vez más al fascinado.
El hombre se agitó con eléctrico temblón», hizo la bendita señal de la cruz, y cayó de rodillas cía mando;
—¡Perdón, perdón, almas del otro mundo, que yo no soy sino un infeliz que viene de recibir desprecios de su novia!
—¡De tu novia!—siguió con wz cavernosa el coro—jy guien es esa novia?
—No es sino Rosario la del lagar, almas mías; perdón y no me matéis.
La cara de Hoque al decir esto, rjgida por el miedo, lenta el color azul del relámpago.
—Trae acá las armas que lleves.
—¿Las armas? No lleve más que esta pis^ tola y esle palito.
—¿Un palito? ¿á ver?
-— A«|ni está.
El hombre que lo cogió, dándose cuenta rápidamente de que era el del cuenlo de Matusalén, dijo al mozo, haciendo á los demás la seíía convenida de qne se descubrieran, y poniéndolos en idea de lo que pasaba para que contesíaseo á coro:
—¿De qué es este palito?
Uejif/uera-\respondió tristemente Roque»
Los mantos cayeron de las figuras, losliom-bres se aproximaron al mozo, y con una espantosa carcajada que atronó los oídos del fascinado, clamaron todos á un mismo tiempo: Usté me quisiera?
El bromazo no tuvo luego límites.
Del corlijo, mientras esto sucedía, ei zagal, .con los ojos hinchados de suefto, sacaba el jumento, al cual habla de ir á darle agua á Ja fuente,
—¡Arre, platero!—gruftó tirando del ronzal de la bestia, y la aproximó á un rebellín desde donde dió un ligero brinco y quedó esparrancado sobre los lomos.
Salió en dirección al manantial, y el cortijo empezó á irse retirando de! muchacho, que trocando su suefto por recelo, lo vió con pena quedarse atrás y blanquear en la distancia.
Miedoso también el zagal en grado sumo, pasó por las honduras de una cañada á tiempo que la campana del dislantc pueblo, dejándose escuchar débilmente, dió el toque de ánimas con religioso misterio.
¡Tas ánimas! El muchacho, á medida que avanzaba hacia la fuente, creyó ver allá lejos una fantástica procesión compuesta de almas en pena, que no era otra que la de los hombres. La ronda de los murciélagos que giraba sobre su cabeza, le pareció una funesia profecía.
En las albercas de los huertos cercanos reflejábanse las estrellas como llores caídas en el cristal; los ramajes se agitaban como queriendo referir historias de pájaros extrangula-dos por serpientes; brillaban á lo Jejos los puntos de luz de los candiles en las casas del pueblo» y el zagal tomaba poruña sospechosa visión cada peñasco que descubría.
Por fin llegó, paso Iras paso, á la fuente. El agua caía lenta y rumorosa en Ja superficie, saliendo de Ja negra hendidura de una roca, y los rosarios de golas se sucedían unos á oíros como Jas desgranadas notas de una me-Jodía.
El burro Jmndió enn ansia la boca en Jas ondas trémulas, que en medio de su perenne vibración retrataron la tosca cruz formada por eS hocico y las orejas del jumento*
La salmodia de grillos c insectos, resonaba con apacible misterio; las golas caían, caían en la fnenle como tas perlas de un collar...,
Saciada la sed abrasadora de) burro, olfateó con recelo en ta oscuridad y apuntó con las orejas a las malas de juncos que echaban sobre el suelo sus medrosas sombras de luna; silbó luego el zagal con lilailas notas, incitandoá beber más á la beslia; dió esta la última hocicada, dejando caer por Ja nariz dos delgados hilos de agua, y vuelto hacia el cortijo el muchacho, metió los lalones al jumento, á tiempo que en algún cortijo lejano, el perro acostado en la broza, lanzaba ladridos entresuelos, cre^ yendo ver aún La larga procesión de lanlasmas que poco antes vagara por el aéreo perfil de la colina.
XIII: LA BUENAVENTURA
Una vez que se verificó la evolución de Concha! comenzó á dejarse ver en «Ha la mujer,
bjpii en una impensada actitud del modelado cuerpo, ya en un dicho juicioso, aunque eran menos frecuentas; ora en el a «Jar, y en el mirar mismo, que tomaban, augustos movimientos el primero, y vaguedades y deseos el segundo.
Aquel Aviso misterioso que parecía querer venir á decir á su pecho que se levantara, á sus mejillas que tomaran Untas de rusa, á su» ojos que adquiriesen rayos valientes y á su ser todo que entrabe en la plenitud de Va vida, ilegó de prisa \ corriendo, y de [a nina enclenque surgió bella é inmaculada la virgen, como del capullo sale y se despliega la corola„
Faltaba todavía qne llegasen algunas curvas á su cuerpo; pero Jos ángulos desaparecían bajo formas esculturales, y bahía mfts inteligencia en itu rostro y más reflexión en sus ideas.
Su simpaba por el viejo, una ve* que ocupó más sitio en el aire su pecho, so hizo intensa y profunda, y se desvió de un modo imperceptible hacia lo que llaman amor, sin que la joven, ignorante hasla de lo más sabido, se diera la menor cuenia de ello, y sí sólo gozara de un modo inefable sus delicias.
Aquellos cambios de carácter rpie la hacían pasar de tos más hondos arrobamientos á las supremas alegrías, no huyeron por completo ile ella, sino que le dejaron algo en su carácter, como el vaso guarda el aroma de las flores qne contuvo.
Lo que da ha idea, sobre todo, de su modo de ser, era Jo irreflexivo de sus obras que ejecutaba por naturaleza, la cual mandaba á su razón.
Capaz hubiera sido d© emitir la más atrevida idea aun en perjuicio de su decoro; pero nadie podría ver en ella sino lo franco de Ja espontaneidad y Jo impremeditado deJ pensamiento*
Lo positivo era que llegó á amar al cortijero, á pesar del espantoso contraste, y que en oposición á su exquisita sensibilidad, los rasgos duros y enérgicos de un rostro, el aplomo que dan al hombre los ahos, Jas canas . 'que acusan seriedad y nobleza, y esa confianza que ofrece ia presencia de ledo hombre de carácter, cosas que bajo una apariencia tranquila reunía el lío Sebastián, gustaban en exlremo á Ja nueva mujer» y por el contrario, dejaban su naturaleza impasible los esbozos de hombre, en Jos uue elJa no encontraba aquello que le llenaba de un modo tan completo Jas retinas.
V asi era todo en la joven, Si se trataba de paisajes, anles prefería las sierras ingentes y Jos peñascos abruptos, que los cuadros de tonos de idilio y notas pastoriles*
Cuando el mar acumulaba alboro'ado sus ondas en la costa, cogía llena de ansiedad el catalejo, y miraba con éxtasis de amante la rompiente. ,
Hechos constar estos detalles, Concha, que por un error de la naturaleza parecía tener la inteligencia en los sentidos, cuando va intimó Lo bastante con el viejo, tomó Ja costumbre de sentarse afablemente en sus rodillas, y en tan familiar postura quitábale el sombrero y hundía en el la nariz, buscando en Los viejos forros de badana aquel especial olor que jamás pudo olvidársele*
Si entre una colección de sombreros le h¡-rieran buscar el de su Lio, por el olfalo lo acertaría en el ni omento,
Tal era el poder de adivinación ifesn sentido. Minuciosa en extremo, poníase á observarle al viejo Las palas de galtn, que encontraba muy en su punto y lugar, y en más de una ocasión hizo por medio de cualquier ardid reir á su tío, sólo para ver cómo se acentuaban aquellas arrugas, y cúmo de tos ojos brotaba un vivo destello de malicia.
Luego dábale repaso al bigote, á aquel bigote canoso y graciosamente recortado, que en unión de la boca, formaba una especie de ho-ciquillo de gracia inimitable, y enseguida caía en sus investigaciones sobre el cuello, de una cenceñez y elegancia de pájaro, donde las yugulares se destacaban entre un suave mazo de tendones levemente iniciados baja la piel.
Las manos del viejo eran también constante lema de la joven.
Se las cogía y empezaba a oter (siempre el olíalo) aquellos dedos rosados y finamente cor* vos en las puntas, produciéndole extrema complacencia el aire de nobleza que revelaba en ellos el continuo roce con el oro.
La íigura entera del tío, gusiaha en fin á La gentil enamorada, y las dulces y apacibles facciones del simpático hombre poníase misteriosa mente á descifrarlas como se descifran Las borrosas tetras de un escrito amoroso.
El, por su parte, no sólo sintió crecer su simpatía hacia ella, sino que paulatinamente dejó de rodearse de amor y de luz, como ansioso que estaba de ternura.
Lo que empezó por extraña simpatía, acabó por encender el fuego eo su pecho, y aquel afecto primero, que do puro sútíl ganaría at tejido tfcl aire, cobró poco á poco consistencia, contra las mudas protestas cJh! hombre, y acabó por enroscarse tena/ á su espíritu, apretándole cada vez con mas fuerza los anillos.
Su primer movimiento, al sentirse enamorado, fué de horror hacia lo míe tanto él había anatematizado» y de asombro a) verse totalmente poseído de su sobrina. Se llamó ásí mismo, se premunió por Jas causas del fenómeno y no halló palabra que contestarse. Era nn enigma sin demostración posible, una aberración contra ta cual no habla cálculos ni lógica posibles.
En su edad de joven, cuando alguna vez pensó en los amores monstruosos y en Jas uniones entre personas de la familia, sintió toda la repugnancia que hacia el amor de su madre puede sentir un hijo; pero ahora se pasaba con armas y bagajes ai enemigo, y muy á su placer, pues á pesar de sus honradas protestas y sus propósitos, á cada mirada de Concha daba un paso hacia adelante, que ya era imposible retroceder,
Sin embargo, llegó un día en que se llamó ¿ seño raciocinio, y se propuso dominar su pasión.
—¿Qué sería si no—preguntábase en sus reflexiones-^de la confianza puesta en él por su hermano, de consideraciones debidas á la familia, de su honradez intachable y de tanta acrisolada virtud?
Luego, la campanada de su enamoramiento, dada á público en el contorno, expondría su respetabilidad al ridiculo y 4 la mofa, y sería zaherido, jólt que puso su nombre y su Jama por cima de todas Jas cosas de la tierra.
Tan saludable modo de pensar fortaleció sanamente su espíritu, y Je dio inusitados aliemos para la Jucha.
Esla se libraba en el fondo de su espíritu, sorda y oculta, sin que subiera á la superficie una sida burbuja que delatara la borrasca ^
Avisado por la experiencia, pudo notar que en semejante pecado incurría, de una manera inconsciente, su sobrina, y como ésta no podía prestarle auida en su resolución, tendría él que afrontarlo ludo, desviar el afecto de la joven, y no poner los ojos en ella, cuando una fuerza superior, irresistible, Je bacía no apartarle un solo momento la mirada.
Las secretas energías del viejo, que siempre hicieren de su carácter una segura línea recta en to que se referían al amor, (laqueaban por la ternura, y la línea se llenaba de curvas y de ángulos que no era posible enderezar.
Armado de los invencibles proposites que le dieron sus relleviones, provocó un día, seguro de su Iriunfo, la batalla, y cuando más temible creyó el momento de pasear su indiferencia ante la muchacha, corrió á buscarla á su propia habitación, á la hora de la siesta, cuando, escondidos en tos árboles, respiraban con la lengua fuera loa pájaros.
A causa del calor, Concha se había despojado de los adornos del cuello, y rendida por la siesta, dormía mostrando al descuido las nacientes mitades del seno, que se mecían apaciblemente como columpio mágico y divino.
Empujó el viejo la puerta no creyendo que sft haílára en tal disposición su sobrina, y la fuerza adquirida en sus razonamientos, la energía de que revistióse para acometer su hazaña y el inquebrantable propósito de su indiferencia, se estrellaron como flor de cristal lanzada contra el suelo, ante el cuadro de juvenlud y de belleza que presenciaba.
Quedó vibrando sobre sí como locomotora parada de repente, y al ruido que levantó al salir el viejo, despertó Ja muchacha y echóse de la cama, renunciando al sofocante dormir de la siesta.
Impresas las arrugas de Ja almohada en su mejilla, en medio de arreboladas ráfagas de sangre, salió con andares de suefto á la puerta, y somió de un modo negligente á su tío. Este, con el espectáculo aferrado á Jas retinas, senlóse á Ja puerta del cortijo, á aquella hora ocupada por una banda de sumbra, que ta llenaba de punta á punta.
Llevada de su costumbre, fué á senlarse Concha en sus rodillas; pero el hombre la rechazó, disimulando su estado» y cambió de postura en el asiento* Era una verdadera lucha a la que se hallaba sometido.
izo, afectando indiferencia, un cigarro, encendiólo en la yesca—que como siempre le pidió Concha para olfatearla, —y echando Ja primera bocanada de humo, se puso con mirada de autómata á repasar Jos incidentes del paisaje.
Por la lejana vereda que blanqueaba en medio de Jas vides, avanzaba una mujer con un enorme huJto á Ja cintura, y Concha que por razón de Ja edad tenia la mirada más penetrante, dijo mirando al horizonte y apoyándose en el nombro del cortijero:
—Tío, ¿quién vendrá por allí?
—¿Por dónde?—repuso con \oi sorda el martirizado*
—Por allá, cerca de Ja cañada; es mujer y trac un bullo á la cintura,
—Será Ja de los trapos.
«^¿La vendedora ambulante?
—Así creo.
El Gusano entró precipitadamente en la casa, cogió el catalejo de encima de la mesa, y volviendo al mismo sitio, póseselo delante de los ojos, haciendo pasar primero por la lente nn trozo azul de mar, luego una lisia de hazas de canas, algunos árboles después qne pasaron en confuso torbellino, y por último, después de algunas vacilaciones de puntería encaminadas hacia un punió, quedó la distante mujer metida en el catalejo y moviéndose como una muñeca de á pulgada.
—Sí, es ella—añadió después de loda esla operación /a joven. Parece giíana, ¿no, lío?
—Sí; viene de vez en cuando k ver si se quiere algo de ropa—contestó mas sosegado el viejo.
—¡Lleva la tienda á la cintura! ¡Ja, já!
—Y además echa las cartas, para acertar
vidas y secretos.
—¿Tendrá tos diablos en el cuerpo, lio?
—¡Qué diablos ni qué demonios! no creas en eso, mujer.
Quien tenía los diablos en el cuerpo era el cortijero, y de buena gana se lo hubiera confesado á fa joven. Luego repuso tratando de hacerse más amahie.
—Dice también la buena ventura; ya Ja oirás si quieres.
—Sí que quiero, tío; quiero que me diga,.,* con quién me he de casar.
Como movido por un resorte incorporóse et viejo en la silla y preguntó con una voz en él nueva y nunca oída hasta entonces.
—¿Por qué quieres saberlo?
“Por ver sí es contigo.
Tan inesperada fue la salida, que el hombro dió un bote como si le pincharan alfileres, y ahadió con las entrañas ardiendo de alegría, pero Heno de marlírizadoras ideas el cerebro, — Jtfira, Concha, no vuelvas á decir eso; ¡bueno fuera! iHabráse visto el arrapiezo!
—S¡ te quiero. ..
—Que calles, digo.
La espontaneidad de la jóven, tan de súbito contra liada, llenó de vergüenza su roslro é hizo pasar por sus mejillas un encarnado velo de Amapola.
yuitólc el tío el catalejo, sin añadir palabra y regulándolo para si, pues lo estaba conforme á 1a vista de la muchacha, enfocó k la gitana y exclamó liando inflexiones distintas á su voz;
—Prometo comprarle el pañuelo que más te guste, si es que los trac; ¿quieres?
—Sí.... — respondió en lono apagado la joven.
—¿Lo dices disgusíada?
—río,... señor;—contestó retirándole el tií, de pronto, como acontece con frecuencia an semejantes casos á ios adolecen tes*
—¡Qué! ¿ya no me tuteas?... pues apenas si eres .sensib/e; no se te puede decir nada.
La llegada de la vendedora disipó Ja emoción de Concha, mas cuando la zwen llegada dejó oír su cháchara, por el Gusano desconocida, y solió el bullo sobre el suelo.
—Qué pañuelos (raigo, aenó—dijo la vendedora tomando de guipe Ja palabra y con el tono y [os aspavientos de las de su clase. Tráigalos de color de fuego» que pa Jas morenas es la cuestión del anillo al deo, Vienen azule, jencarnao, verde y de los los colores. Traído además mantone de Manila que son una gloria con fieros, y mantillas pa ponele reja i\ los ojos, no sea que un querer bien se los lleve. Mire la joven este género onde lo ios malice é la primavera están reunios y echándose fuera unos á otros, como queriendo ca uno ser dueño de la prenda, Vea este pañuelo de Manilla —y lo desplegaba conforme Jo decía.—tapao de punta á punía por los ramos, ratnillos, pájaros y plantas, que le dan su aquél y señorío, y píen Job hombro» de una buena moza como ía presente pa envolverla en una alegría de colores.
—¿^ué precio tiene?—preguntó el lío Se* bastían ante el prodigio, que lo era realmente, pues todo el pañuelo se componía un soberbio bordado de flores.
—Para usté, señor Sebastián, no vale más que dos yuntas de duros, á razón de cincuenta duros por buey.
—¿Te gusta ef pañuelo, Concha?—consultó el viejo antes de decidirse á comprarlo,
La joven, que había estado embebecida en la retahila de la gilana, tuvo que hacer un esfuerzo para venir sobre sí, Una vez hecbo su juicio, contestó afirmativamente.
^-¿Cun que doscientos duros?—repuso el viejo ajustand* Ja cuenta de Jos bueyes.
—Ni un chavo menos, zefló. Bien lo merece la moza , que es la reina del contorno, asi Dios la bendiga.
EJ pañuelo acabó de desdoblar sus pliegues produciendo un deslumhra míenlo en las reinas de la muchacha;-arreglólo la vendedora para colocarlo en los hombros de Concha, pii-soselo ésta participando de la alegría del adolescente y do la vanidad de ht mujer, y su rostro resalló do entre el vivo sembrado de flores.
El ' iejo estremeció tudos sus miembros de gozo al ver encerrada en aquel incomparable manto á su sobrina, que parecía el símbolo de Ea primavera.
—Cara es La prenda, y será necesario que la arregles. J
—¿Cara? zefló, Cara dice su merzé, que apalea las onzas, y es dueílo de toilo lo que descubre la vista y de lo que no descubre, con item más las piaras de cabras y borregos, y las parejas de bueyes, y loa ía masada i[uc es la gloria del Paraíso.
Concha ofa embobada la retahila, como si las pa labias fuesen filtro que Ea hipnotizasen; jamas habla ella oído semejante juanera de hablar, y solo cuando las palabras hablan pasado, datase cuenta, á inedias, de io que significaban.
—Tres mil reales, anadió el tío Sebastián, doi por el mantón* y cuenta que esla bien pagado.
“Zenú, no me deje su menté manca las parejas de bueyes, que con una mea no anda un carro, y pa dos carros dos parejas. Que no diga, la moza que su merzé regatea lo que le
dh tanto del aquél y señorío por cima del que eLIu tiene, y se mira en La cifra cuandu soto debía mirarse en sus faicionc* Parejas más desacordes que la de su mené y la moza ha reunió Dios y Jes ha colino tas bendicione. El hombre ha de tener anos, porque con ellos viene La experiencia . y la mujc que lo es espuma y cosas delicás, nejccita de una mano que la guíe.»
Empezado á encerrar en el círculo de hierro infranqueable en que la sagaz y melosa gitana, (que durante la probatura del pañuelo pudo notar algo de aquellos ocultos amores,) quería meter al viejo para lenprlo de su parte, éste cortó ía relumbran le sarla de palabras, muy parecida al collar de falsos corales que la' vendedora lucía en el cuello, y dijo para terminar, antes que la bruja enredara nuevamente Las cerezas.
—Voy á dártelos doscientos duros, \ punto concluido.
Entró inmediatamente en la casa, saliócon el dinero, y lo puso en manos de ía mujer,
—Ahora" querrá la moza que lo diga la buenaventura y le acierle con quién se ha de casar.
—¡Sí, sí!—gritó más bien que habló Concha, fascinada completamente por la bruja,
Ufzose eí desentendido el cortijero, cogió la vendedora la mano izquierda de La joven, y rodeándose del aire de adivinación de Los iluminados, rompió en explosión de palabras, que no parecía sino que iban untadas de jabón, según lo que bulan y se deslizaban.
—En el nombre sea de Dios-dijo penetrando en sus misterios la gitana—y en el^ de
las lies personas de la Santísima Trinis* Le cant;i la estrella déla mano ¿i la mi reina, á Ja mi virgen, á la mi rosa hecha de gloria y ambrosía, que no falla un tiJde al carino de una persona que se desparece por ella. No lo digo por enlabiarla con palabricas dulces y ronceras, que no soy la brujidiabla embaucadora que levania chismes y cuentos, y ningún ütil be de sacar de la monserga*
Tú escuchas una voz por de dentro que repite ei nombie de una privona que no está Icios de U, y aunque ella no le pone boca arriba las cartas y te declara lo que siente, le llama por el remoquete de asu gloria.»
Allí donde ubique tu persona allí eslá su ca ri üo, y pn edes qu e re ríe sin hace r I e re l i rá de lus amores, que siempre te tratará con mimo, y nunca te bataneará la espalda con palo con porra. No es ningún garzón el que en secreto bebe sus lágrimas y se muere por tos negros aladares de tus rizos al mismo tiempo que echa en secreto sus lastimerfas y kirieleisones, sino que antes bien y con ventaja, es un viejo cabal. y en esto puedes fiarle* Ko hayas penas de que le olvide, que cada y cuando que quieras tendrás su corazón en prisiones, y éJ nunca querrá atravesar paso malo para Ja tu vida.
No se mustiará lu hermosura con el aquel de las cavilaciones, porque nadie arma ceJá contra tu pecho, y Ja persona que te quiere será el antemural de lus revese.
Hia fe si lo que dige no es cierto \ te sé punto por punto tus pensamientos» les ápices más leves de su carino le corresponden, y ya puedes temar huelgo de su amor que en su pecho no cabe y se rebosa. Cierto nunca (lijóle te querja, pero el intento üe decírtelo llega á su boca y se vuelve, señal de que quiero con fatigas.
El es muy lu aficionado y acecha tus movimientos para recrearse en lu hermosura, y cuando Lú vuelves Ja cara, ál mira distraído a otro tao* AJ son y compás que tú andas, el sufre la pena de no echarse á tus píes, y se aleja devorando gemios qne suenan, que son los qne acusan los verdaderos amere.
Ya le he dicho qué clase de persona es la que está pendiente de tus gracias; ahora dale algo á ía pobre gitana y te diré el nombre de la persona. No será cosa de mayor marca Ja que te pida; que suene eJ argén en la otra mano, y dispuesta para Ía tarea te diré cúnm se llama eJ enamorao.»
Encendida como lina des!nminadora flor de granado, palpitando de emoción y alexia, que en la joven borraba Jos recuerdos instes por recientes que fuesen, y sin traer á su memoria para nada ía regaña del tío, pidió á éste una moneda que, atributado puso en su mano, y quedó Ja joven esperando el secrelo de la gitana.
Rebullíase en la silla el viejo vacilando entre dejar seguir á la bruja, ó cebarla á patadas del cortijo, y en medio de Ja situación de cada persona, acabó de este modo Ja gitana:
—El viejo que redobla por tí. Ja mi azucena, los golpes de su pecho y sufre martirio de quema entre el escuadrona miento de tus pestañas; quien le lleva y te trae en el magín y ni durmiendo te suelta; quien no se atreve a abrir los labios para decirte que te quiere, cicrlo os ) de no dudarlo qtie Je conoces, pues con él vives, á su mesa te sientas, y á Ja continua escuchas su cantata. Ahora averigua tú su nombre, buena moza, que no es difícil, á fe de la gitana que le adiestra,»
Guiñando el ojo hacia el viejo para que Concha acabara de descifrar sus palabras, hizo apresurada el bullo de ropa, sospechando que se cernia cerca h tempestad, v )a muchacha corrió, sintiendo un goce agudo eu sus entrañas, hacia su tío^ diciendo, en tanto que coqueteaba echándola de mujer y arrastraba Ja deslumbrante caída del pañuelo.
—¡Contigo me caso, contigo me ca..,.
—¿Crees acaso en lo uue dicen las brujas? — salló colérico el lio Sebastián, mientras tiraba de un fuerte empellón á la giiana, que partió como una furia por el campo, arrastrando los génerns de su tienda* ¿Crees en Jo que dicen estas embaucadoras de oficio para engañar lontos y sacarles dinero? Mi a es Ja culpa que creyendo proporcionarte risa solamente, he perrnilidu que oicas su retahila sin sustancia* á que ni siquiera he puesto oído.
—¡íice que me quieres, y que no le atreves á decírmelo,
—A ver si callas y no dices más disparates.
Entróse el tío Sebastián en la casa, echó Concha el pañuelo sobre una silla, y llenan* dose de repentina tristeza, quedó mirando, sin verlo, eJ loJdo de moléculas luminosas que cubría el cuadro magnillco del campo.
XIV: EL AMASIJO CAMPESTRE
Reprimendas echadas aJ amor por causas del amur mismo/ ¿un palabras esr ritas en el viento. Concha, después de nuevas regaña* de] tío, volvía á hacer las paces con él, y éJ tornaba á dejarle iluminar por Jos ojos de el La.
En medio de La más completa armonía de una y otro, llegó, después de pasado tiempo, la viscera de uno de Los días de amasijo, y come á la joven interesaban las escenas campestres, dijo, antes de acostarse, que Ja llamaran ¿ bora oportuna, pues quería ver, en unión de su Uo, Ja tarea.
Arriba, que ya es hora!—gritó á La puerta del cuarto de Antonia, que era la obligada directora del amasijo, el madrugador y diligente Roque, muy antes de venir el alba, V fuese luego con más tiento á llamar en la habitación del amo, que también deseaba presenciar la faena del amasijo.
Una vez de punta el Uo Sebastián, cercioro se de que hacía Concha el arreglo de su toca* do, A decir verdad, ésta no pegó ojo en toda la noche, primero por aquel imponible amor hacia el viejo que se le habla metido en los tascos, y segundo porque interesaba á su curiosidad la escena que habría de verificarse antes del día.
Así como en la época de la matanza, el cerdo hace levantarse antes del alba á la gente*
poner a hervir «1 agua en la caldera, afilar eu i dad osa mente los cuchillos y preparar vasijas y camales, así el costal de harina pone en animación á Jos campesinos y /os alista para el trabajo.
Clavado en el muro el candil, que se agarra con uña de hierro á una grieta, alumbra bajo si el lebrillo pegado á la pared y colocado á un metro de altura del suelo, en cuyo vidriado fondo mírase la porción de harina morena, ya cernida y limpia de afrecho, en que Antonia, dando principio al amasijo, melé al Qn ambos brazos remangados hasta arriba y comienza á hacer el hoyo donde habrá de caer la levadura que la noche antes re&entó para tenerla preparada.
Envuelta entre delgadas hojas de acelga, sácala Roque de la orza, y en el centro del lebrillo, una vez que el agua ha diluido la sal, cae la agria masa que las manos de Antonia oprimen con manejo y aprielan hasta dejarla escapar por entre los dedos, yendo á confundirse con el salino caldo y con los primeros derrumbamientos de la harina.
Los que se hallan dispuestos para meter los puños en la masa, bien como gladiadores para la lucha, son Roque, otros dos trabajadores, y Miguel» capaz por si solo de hacer un amasijo mediante cualro empujes de sos muñecas.
Concha, animada á Ja vista del trasiego, quiso también tomar parte en el trabajo, y ai efecto remangóse las mangas y lavóse con todo esmero los brazos, que, al caer sobre el lebrillo, arrancaron una honda vibración al cortijero, el cual jamás vió desnudos aquellos dos prodigios de estatuaria de su sobrina.
Habíase desarrollado notablemente Concha durante el último tiempo, y habla también perdido las vagas indecisiones de Ja nifia.
En su pecho, cuando la respiración era fatigosa, parecía que temblaban ondas de mar y se mecían en dulce balanceo.
La garganta de rosa, habla adquirido un brillo de marfil y ese aire virgíneo parecido al velo hecho de"polvo de oro, de que se visten tos frutos en las ramas,
Ancha de espalda cerca de los lmm6platos y estrecha y bien regulada en la cintura, preparaba la vista á caer sobre las anchas y soberanas caderas, que se abrían en curvas sublimes.
La quijada redonda, llena de un vello tan leve que haría sonar con las noches de luna, tenía también un sello de fruta en sazón y ese particular encanto que poseen en esa parte del rostro las mujeres. Sus ojos se hablan majestuosamente agrandado, y aquellas esferas verdes de sns pupilas eran ya capaces porst solas de encerrar un amplio paisaje, que sería para ella paisaje divino, si en él descollaba la bondadosa y simpática figura del cortijero.
En túda la mujer se vela ía redondez y plenitud de la curva, y la piel satinada de la virgen, atirantada por el bello manantial de la salud.
A buen seguro que si el padre de Concha la viera en aquella actitud desafiando el trabajo y envuelto el rostro en una claridad de alearía, lanzarla «na exclamación de sorpresa, atónito y absorto ante el prodigio.
Detrás de este cuerpo que poseía lodas las clásicas Líneas de fa escultura, estaba el infeliz cortijero Luchando consigo mismo, viendo rodar sus propósitos de indiferencia A cada ondular de aquel soberano conjunto de curvas y belleza.
¡La emoción del lío Sebastián siempre que se hallaba en presencia de la moza, era la misma que se experimenta ¿inte aquello que nos domina y avasalla, como la contemplación del mar ó la asombrosa vísta de una pirámide.
EJ aire que al andar Levantaba la diosa, lo hacía tambalearse como débil junen á pesar del brío que había adquirido su naturaleza. Dijerase que al andar, snnaba el cuerpo de la mujer con ritmos de (lautas pastoriles que Llenaban eJ alma de hermosos recuerdos de los campos.
Era su pisar ligero, como el de ser á qnien no pesa la vida, y se derramaba o na elocuencia de sus movimientos como jamás se vió en poesía alguna celebrada.
Envolviéndolos á todos en aqnclltt claridad que emanaba de su hermosura, Jos llevaba sin sentir en el trabajo y Jes hacía apetecer la tarea, bien ast como el motor hace andar briosamente el complicado laberinto de las ruedas.
—¿Cómo se hace esto? ¿que se hace ahora con aquello? Venga acá ese cuchillo. ¿Dónde se pone el jintero....
Todas estas preguntas bacía la mujer presa de calurosa inspiración, y cuando más interesada se hallaba en la tarea, ¡zas! daba un fuerte encontronazo á su vecino que le arrancaba francas carcajadas, porque la torpeza iba envuelta en nn mundo de girada y alegría.
Antonia, conlagitirU del entusiasmo, hasla ]leflú ú olvidar la tenaz idea, Gja en su mente, de haber sorprendido ai viejo, en noche pasada, dando nn beso, no muy familiar, á la muchacha.
En poco tiempo, Antonia hahía cobrado ííran carino al Gusano, y su carácter indo* mable se hacia de mieles y manteca ante el menor capricho de la joven.
No habla medido nunca sus fuer zas en punto á encararse con el amo y decirle cuatro verdades a! respecto de la joven, pero llegado el casólo haría, lento confianza en ello.
Tío tan dueño Roque de aquella faena del amasijo como de Ja de dirigir una escena de campo, andaba aloriolado de un sitio para oiro, y á cada empellón que dábale Antonia al tropezárselo, medía con el cuerpo Jas losas, 6 andaba á cojitrancadas por ia cocina.
—tQuila allá!—decía con cara de vinagre la mujer;—siempre estás en medio como el miércoles.
El soportaba el empellón pateando con Jos clavos, y á veces resbalaba a naneando una estrepitosa carcajada del concurso.
—¡Yaya con Ja señá CorajúaJ— respondía él en son de burla, y buscaba un sitio lejos del suyo para seguir metiendo los puños en la masa,
—¿Pa qne le vas ahí? Yen y verás como te casco las nueces.
—¿A mí?
—Más hicieron contigo aquella noche cuando venias de ver la novia. ¡Dejarse mantear!
—¡A mí no me mantearon, mentira!
—¿Dónde ibas con el palito de higuera?
—Pues á hacerle á usted una aguíya de ja-ce r media*
—Déjame, Concha; verás ese desver^onzao cómo le hago tragar la masa. ¡Mira!—dijo imperiosamente,—anda y menea con el garabato el horno, y métele otra gavilla.
—¡Bun, hun, lía Garduña!
La boca roja del horno, brillaba á aquella bora como un ojo candente, y arrojaba ondeantes chorros de llamas que lamían el negro cañón de la chimenea.
En el interior de la caverna ardía la íeíla metida en fuerza de fuerza con la horquilla^ y los sarmientos crugfan y silbaban embalando filados pitidos.
Cerca del horno, cacillos, peroles, anafres imitando bonetes de cura, tenazas como descomunales tijeras, y un complicado muestrario de botijas, alcuzas y almireces, ocupaban buena parte de la estancia , dando marcado caractcr á la habitación de guisar ó trascocina.
En el suelo tejían accidentada alfombra resecas gavillas de sauce con otras ariscas de sarmientos, y les hacían compana ataderos llenos de nudos, una pala de sacar pan cou la placa mellada por los filos, y una colección de garabatos y jurgoneros,
—Ya está atizao el jorno; ahora falta meterla á osté pa que pague lo que debe—rezó el mozo después de haber metido la calda
—A 11 es al que hay que meterle á ver si te quean ganas de juego; ¡anda, namorao!
Concha se refa de los hablares y decires campesinos.
El cortijero, que en viendo conatos de jolgorio tornaba [a de dar la espalda al concurso para dejarle en libertad, fué á sentarse en h poriatia de la casa bajo el pabellón de madreselvas y rosales, sacantfo aIti ía petaca y quedando embebecido en las ideas qne te traían atormentado.
»0 podía él continuar más tiempo de aquel modo.
Su falla de resolución de no enviar ya con su padre á Ja muchacha, le sublevaba ía con* ciencia y Je Llenaba de tenebrosas ideas el cerebro. Quería acometer fa necesaria separación de su sobrina- pero entonces, una raíz qne hubiera afianzada á sus huesos y que quisieran arrancarle de pronto, no le'haría tan terrible efecto como Ja idea de la separación. Tenía ya á la mujer dentro de sí, la respiraba, la vivía. Acostumbrado á ver la reducción de su propia figura en aquellas celestiales pupilas verdes, creía que se iban á apagar de pronto los asiros sí por acaso se ias retiraban, Al pobre se le habían encalabrinado los cascos* Le habla caldo un rayo de sol en la sanare, Concha, echando Je menos, en un girar de cabeza, á su tío, corrió por la casa hasta encontrarle sentado á la puerta, y según costumbre, que ejecutaba por irreflexión, después de amenazar abrazarlo, con las manos Menas de masa, se sentó en una de sus rodillas pre^ gu otándole si estaba disgustado.
La emoción que experimentó el viejo, fué como si le abrieran los huesos de alegría y le bailara un tropel de diablos en el estómago.
—¿Te gusta el amasijo?—preguntó con un leve viso azul extendido t»or fas facciones,
—Sí* pero como te viniste...
—No es cosa de que esté allí entre la hroma, mujer; anda tú y ¿¡viértele*
—Prefiero estar contigo, déjame.
El Le hizo instintivamente cadena con eJ brazo á la cintura, y le dijo en tono indescifrable, pero en el cual parecían oírse como lejanas inflexiones de llanto»
—Mira, Concha; es necesario que no seas exagerada, que cambies de manera de ser, y que no quieras pasar por cima de Las cosas naturales; yo no puedo consentir que me quieras de ese modo que sólo le caería bien á un joven como tú. Aprende de mí. que
Las inflexiones se hicieron pronunciadas hEisia et punto de que, notando Concha algo extraño en Ja voz de su tío, se le agolpó el sentimiento á los ojos, y clavándole con el saliente pecho en el muro al darle un afligido abrazo, le dijo hecha toda una congoja:
—¿Que tienes, tío? parece que dices eso así no sé cómo...»
—Lo que dijío, Concha, es que es necesario que te marches con lu padre; ya estás completamente buena*
—¡Con mi padre! ¡me despachas de tu tadoí ¡no quieres que esté aquí!—dijo soltando un aguacero de lágrimas la mujer, las cuates cayeron sobro el convulso pecho del cortijero. Los gemidos en uue rom pié, como hücaro en perfumes, el pecho de Concha, hicieron pa* snr un velo de tinieblas por los ojos del viejo, que vió oscura de pronto la plateada noche de luna.
Rígido y estupefacto como quien acaba de matará traición, asombróse de Lo que había dicho, y agregó sin poder barajarlas palabras, bien como ocurre con la sarta de cuentas desatada, míe entre querer sujetarlas y contenerlas, (tan todas desparramadas en el suelo.
—¡Qué! ¿lloras? ¿porqué?¿que fie dicho yo? ¿he dicho que te vayas? i no, quédale, quédate haz lo que quiera?! ¡Pero no llores, no Llores por l»ias!
—Si me quisieras no me descacharías.
—Te quiero, si, mujer; pero entérate de lo que digo.
—»o vayas ahora á querer enmendarla.
—Lo que digo es que puede traer malas consecuencias que tengas esos extremos. Quiéreme, pero de la manera que yo lo bago....así ...
—¡¡Cómo! I—dijo ella agolpa ndo á los ojos, en expresión de ansiedad, toda Ja fuerza de su ser.
—Así.,, como lío tuyo que soy,..,
Concha buscó, por un impulso natural, los labios del viejo con los suyos propios, y en au pasión, despojada de toda malicia, Je estampó un beso en la boca el cual torció el curso de la contestación del hombre é hizo estallar, en cambio, sus labios en un diluvio de besos, que fueron á formar ardiente y arrebatado collar en torno del cuello de La joven.
Los últimos chasquidos llegaron á oídos de Antonia que venía en husca de la joven» y no pudiendo contener un tremendo impulso de cólera» tiró de un brazo de la muchacha llevándosela para adentro, y mordió y trituró al-Kunas palabras como si estuviera entre sus dientes el rayo*
—Mala muerte para el viejo-dijo,-que ya es la segunda y me va á pervertir á la muchacha.
—¡Antoma!—balbuceó ésta sin conocer, en realidad, su situación.
El guiarlo &
—No es la culpa tuya, no; ea de tu lío*
—Pero si te quiero,.,.
—Tú eres una loca que no debías ir en bus* ca de él,
—Voy porque soy su sobrina*
—Porque no sabes lo que haces.
Sin que nadie pudiera notar el incidente, entraron el Gusano y la criada otra vez en Ja estancia del amasijo, y Antonia disimulando
Sor reflexión, y Concha por instinto, se unieron e nuevo á la tarea,
El viejo, semejante á una estatua de hielo, quedó sin saber qué partido lomar.
Sin mover el más pequeño músculo, permaneció sentado en Ja sitia á modo de rígida estatua, que venia á blanquearla Juna para que fuese más completa Ja ilusión.
Sin ideas, porque en las grandes emociones no se tienen, quiso meditar, y se le había borrado Ja costumbre de hacerlo; Juego movió automáticamente tos brazos, y púsose en píe tomando Ja dirección de su cuarto-El amasijo adelantaba á toda prisa. Antonia con Ja furia que le andaba como torbellino por el cuerpo, cogía sobre el jintero fas bolas de masa, y en un decir amén fas vapuleaba con una y olra mano, Jas volvía, Jas tornaba á la anterior posición, y salla el pan hecho de sus manos, yendo á incorporarse á las filas de Jos ya terminados, que formaban hileras en un camastro tendido sobre el suelo.
Rooue pesaba Las hogazas y tas ponEa cerca del lebrillo, y los demás se entretenían en sobar los peffuffone# á fuerza de pulpejo, empleándolos mismos movimientos del lavado. El horno mientras tanto, empedrado de vivas ascuas, se agitaba con rugidos de marea, formando fiera» explosiones de llamas. Cuando se acercaba alguna persona y removía eJ fuego con el garabato, apagábase de pronto la lumbre, y después de unos instantes, una brusca detonación precedía a un espantoso vómito de llamas que eí horno disparaba al encenderse.
Hechos y enfilados todos los panes, y una vez á punto de cocerlos, Antonia ios saeteó con una aguja de hacer media, pensando en que lo mismo punzaría la cabeza del viejo, y enseguida otó á la punta de un palo el barredero de matas, no sin graniles miedos buscado por Roque en tas afueras del cortijo, y lo movió con gran manejo barriendo el pavimento del horno.
Puestas después las personas en ñla desde el lecho de ios panes hasta cerca de la roja caverna, fueron pasándose las formas de masa de unas manos A otras, hasta que catan sobre la pata, que manejada por la sirviente» las ponía en lila dentro del horno caldeado, corno antes hablan estado sobre el suelo.
La puerta lapó Ja boca de la cueva, y la gente fué á lavarse Jas repelladas manos en un gran lebrillo de agua, que se linó de un color marcadamente blanquecino.
El atba adornó después, con líneas liradas á regla, el horizonte; el día recogió del cielo las estrellas, y el sol, asomando (ras las crestas de los montes, fué briosamente á romperse sobre el rocín de Jos cañaverales.
XV: BATALLA
Furiosa como león que da vueltas dentro de la jaula, iba y venía Antonia, á la mañana siguiente» desde la cocina á la sala y desde la sala ¿ la cocina, ocupada en las tareas del almuerzo, sintiendo aun en todo su ser ía ira de la noche anterior, tema que la tuvo desvelada toda la nocbe y con el oído alerta, por si notaba que el viejo salía, con no buenos Tines, de su cuarto.
Ningún incidente turbó las doce mortales Lo--ras de la noche: á la mañana, vistióse Antonia como de costumbre, púsose Roque á ordeñar la cabra que daba sus vasos de leche para el cortijero y para Concha, y el espacio se llenaba con los rumores del trabajo, que se activaba más que nunca en las tareas de la vendimia.
Titilándole las miradas como pistilo dentro de cáliz de flor, salió Concha de su habitación sin atreverse á dará Antonia los buenos días,como que en su interior algo exlremecíale la conciencia y le acusaba de Ja escena pasada con su tío.
Sentóse tímidamente líenle á In puerta dejando ir los ojos por el paisaje, y sintió, sin atreverse á volver la cabeza, los bufidos de leona que daba la sirviente yendo y viniendo con Jas viandas, y las palabras de cólera que lanzaba á media voz contra el viejo que de tal manera se conducía.
Este, que en lances expuestos como en algunas veces le hablan visto, sacaba de sí un valor que haría palidecer al más valeroso * se dejaba vencer y avasallar en punto á susceptibilidades de pudor, y esto era lo que á las nueve de la mañana le retenía aun en su cuarto, no atreviéndose á afrontar la mirada de aquella honrada Antonia, que durante los anos de prestar su trabajo en el cortijo, nada había encontrado que echaren caraalviejo,ni la más leve desviación había notado en su conducta*
Intenciones.venianle al hombro, movido de su completa desposesión de orgullo* propio de las naturalezas bondadosas, de ir á Antonia y pe* dirle perdón por su culpa prometiéndule firme propósito de enmienda; pero contra ésto se alzaban las mirasen que tenia que permanecer como dueño que era de la casa, y Jas que era necesario guardará lodo trance. Aquel paso de la estatua bíijando de su pedestal para pedir perdón por su culpa á una criada, destruía por completo Ja armonía que él establecía por movimientos instintivos, en Lodo, menos en las cuestiones amorosas, y le traia como á modo «le un calorciíio de vergüenza al semblante. No era posible afrontar la cuestión por este latín, líe otro, sólo quedábale el recurso de salir como en los demás días deí año á ocuparse en «us quehaceres, dejando en su cabeza esfumada como un sueño la escena que embargaba por completo su ánimo.
Asi la vela et á veces, perdida como un gi-vón de niebla en su cerebro en fuerza de pencar en ella, y á veces hasia creía que nada ‘tahta habido de real, y que todo seria acaso in espejismo aferrado con ansia á sus sentidos. A ralos recriminábase fuertemente por su ilta de valor en no haher mandado ya con su termano á su sobrina y se miraba como el ser nás despreciable de la tierra; otras veces deslía pasar un intervalo- de tiempo en que no meditaba, en que su cabeza no encerraba ra-¿ón ni idea alguna, en que sólo andaba por Neutro de ella la sangre arremolinándose como leaje sordo y poderoso.
Lástima daba ver la cara, generalmente apacible, con cierta emanación de celestial bondad, del cortijero, ahora expresando una borrascosa Incha interna* medíante Ja cual sus ojos so habían hundido y parecían mirar como desde una esfera de Id íocura, y con las mejillas demacradas á causa de la vigilia* que tampoco á el le había permitido dormir en toda la noche.
Su carácter, entero j sin desviaciones en todas las cosas de la vida, vacilaba* como he dicho en asuntos de amor y de ternura, y ta susceptibilidad del niño reemplazaba a Ja firmeza del hombre, haciéndole esto padecer horriblemente, Su naturaleza tendía fisiológicamente al sensualismo, y este enemigo, que en eJ ardiente y iogoso carácter de su sobrina llegaba ai compendio y á la síntesis, le empujaba á su pesar hacia los encantos avasalladores de la virgen, y le tenia en Jucha constante y dolorosa.
Sus facciones hablan contraído durante el monólogo interminable de su pensamiento, un ajamiento simpático de abandono, un algo dr una atracción poderosa que excitaba á Ja compasión, un aire de mistica bondad que era Jo que de ordinario hacia á Concha sentir en el estómago los recios picotazos del impetuoso anioi que Ja envolvía. Este aspecto del viejo producía en Antonia efecto contrario que en la joven. En la sirviente despenaba la compasión y la misericordia que se siente ante la desgracia dih un hombre, y entonces redoblaba sus cuida dos guiada deí acendrado afecto que le tenía
Un ajamiento en el rostro del vipjo en qm sus ojeras se acentuaban y adquirían una vaguedad poética, quedando como envueltas en una sombra de luna, y en que un efluvio incitante y voluptuoso envolvía en un nimbo miserioso sus facciones, era el espectáculo más (leseado pur Concha: entonces, ei»rca de Ja figura de su lío, no sólo se extasiaba en el sen-HuniUmo místico que le producía la contemplación de su rostro, sino que llegaba á ella la jtuh nación, más densa .más impregnada de fosfato de huesos y decajorcillo desangre* como i]iie el cuerpo exhalaba á causa del estropea-miento un sutilísimo vaho á descomposición.,,*
No del lodo sobre sí, á pesar del esfuerzo «|!ie verificó para conseguirlo, salió al fin «'ocina adelante dispuesto i no darse en nada por entendido, Y llegó cerca de Conrha, lomando asiento a su lado y mirando de igual modo el paisaje.
Como ía joven volviera el rostro para contestar al saludo, notó el viejo Ja languidez que ií esparcía por las facciones de ella, y sintió m dolor inexplicable y también ira de que alguien pudiera haberla maltratado.
—¿Que tienes?—dijo secamente, echando nía mirada Antonia que pasaba mascullando icablos y dando sofiones.
—Nada, tú si que parece que eslás malo-
—«.Tc ha maltratado alguien?
—No.
—Entonces, ¿por qué tienes esa cara?
—Si no me pasa nada*
—Como haya intentado alguien ofenderte, tro á Dios que he de hacer lu que no he hc-ho nunca. Aquí soy yo el amo y no hay quien 'alde m&s alto que yo*
—Pero si no tengo nada, tío; ¿por qué te LJones así?
—Es que oo consiento ni que el aire mismo te roce.
—Nada me ha ocurrido*
—¿Te ha maltratado Antonia?
—Su Lio es quien la maltrata y quiere dar pasos malos paro cíla,—bufó sin poder contenerse Antonia, que pasaba con una fuente en las manos.
—Tu sólo tienes que callar, ¿entiendes?
—Tío callo cuando las cosas están muj y son contra personas que no saben Jo que hacen.
V como Roque entrara con un herrado de Jache* puesto en alto, para entregárselo á Antonia, dióte ésta un empellón que Jo tiró patas arriba, rompiéndose Ja vasija y quedando el mozo cubierto del blanco licor.
A nadie hizo reír el incidente, que en otru momento hubiera hecho desternilJar de risa á una reunión. noque bie^ti contra eJ suelo, como pájaro alicortado, alzando formidable estruendo de herraduras con los clavos, y un;* vez en pie y soltando por cada pelo de su cara un hilo de leche, miro malhumorado á Antonia r¡uc se disponía 6 darle el segundo empellón y alejóse sin pedir explicaciones*
Levantóse el viejo de súbito, ciego por U ira con intención de extrangularla, lal efecto le hizo Ja forma bestial de ta criada; pero cay de nuevo en la silla viendo que se trataba íl« una mujer en la cual no debía un hombre de jar sentir su poderlo,
—¡So consiento en mi casa semejantes maneras.
—Pues me iré á la calle y estaréerHodel Re) —Puedes hacer lo que quieras; no estoi aquí para sufrir coces de nadie.
—Ahora mismo me voy, sí; ahora mismo; así tendrá liberta el perro viejo para cometer una fechoría con la muchacha,
—¡Antonia! ¡Antonia!
—Me voy ahora mismo, ahora mismo*
—¡Pero líol—clamaba verdaderamente con* movida Coocha, pues era la primera cuestión en qne se hallaha.
—En dos zancadas, qne hicieron retemblar roda Ja casa, llegó Ja sirviente ¿i su habitación, puso boca abaju el arca para ir sacando de tos Irapos ef que no fuese suyo, y hecho el equipo tin menos de un periquete salió nuevamente liara despedirse.
Al ver la marchita cara del viejo, en la uue mtes no había reparado y notar eJ súbito des* Mejoramiento de su persuna, sintió una ráfaga ■Je blandura correr por todo su cuerpo, Instin-i va meóte, y aun en medio de la cólera, dió paso hacia la cocina, movida de lacostum* 're, para sacarle el cotidiano vaso de Jecho; ►ero vino de pronto en su acuerdo, y se tragó i pregunta que acerca del estado del viejo vi* ¡eronie compasivos deseos de hacerte.
—Va está separada mi ropa—dijo*—V dando o paso hacia Ja puerta, hacia aquella puerta «jo escalón bahía pisado durante quince años otrando y saliendo en Jas tareas de Ja casa, eJ L'nt i miento de La mujer estalló en nube avaluadora dentro de ella, y tuvo que hacer un fuerzo increíble para decir en tono de triste espedida aquella sencilla fórmula en que uno despide de sus semejantes, tiajó ei viejo Ja cabeza, en vez de contestar, '»nio si sintiera írsele parle de su vida, V Con-ha que no sabía cómo mediar en aquefla lucha, Ungió tener que hacer á Antonia uníi pregunta y I» hizo entrar en la casa, condu-riéndola k Ja cocina.
El ni ornen lo era terrible para ambas personas» para La que se iba y para la que se qmi daba, La costumbre y el roce con aquello* que fueron nuestros leales amigos, crean Jagos tan vigorosos como sí á causa de ir trocando con el tiempo alegrías y penas, ideas y seo ti míen los, un alma se vaciara en otra aJuia y un cuerpo formara parle de otro cuerpo.
Preguntó tioncha no sé que á ía sirvienlr tratando de dilatar la despedida, y se puso :¡ persuadirla de que se quedara.
La colección de platos adornados de pájaro-y flores, por los cuales hahía bocho correr Ao Lonia lautas veces Jos chorros del agua, pan' cíale que se convertían en oíros Laníos ojo* qu ■ la miraban, que suplicaban, á su modo, )« permanencia ue su antigua compañera en i! cortijo: dijerase que en las mudas vasijas lia bfa algo que formaba parte de ella*
Un perro entró haciéndote caricias con *1 rabo y echándole las manes encima, y tal ci « la apegada costumbre, que sin darse cuenta « ■ que ya no pertenecía ¿ la casn, alcanzó de ■ chimenea la comida de Jos perros y la ecl como de ordinario en el lebrillo donde suIÍíl i hundir eJ hocico Jos animales.
Enseguida pisó la cocina un trabajador qi nada sabía del suceso, b preguntara Anión i qué se hacia con unos objeto* que lo prosei -taba, y en un dos por tres dió las oporturi-disposiciones.
Salió nuevamente donde se hallaba el en tijero.
EL aspecto de éste, como el del que ha sostenido una colosal batalla consigo misino, trajo nuevamente La compasión ni pecho de Antonia, y ha^ta creyó qire conjetfa nn verdadero crimen con no ir á consolarle.
Se mantuvo, sin emhargo, en sus trece, y dando á Concha un abrazo de despedida, mediante el cnaJ se desató el petrificado raudal de sus lágrimas,
—¡Qnede usté con Diosí—dijo al cortijero, y atravesó por ultima vez el desgastado escalón de la vivienda.
—¿Te vas?-decidióse á preguntar el hombre.
—Si, no quiero estar más en esta casa.
Como Antonia, ni $e había acordado de que en el cortijo se le adeudaban algunos meses de sueldo, que ella por voluntad propia habla dejado de cobrar para ir reuniendo algunos ahorros, anadió el viejo antes de que Antonia pmprendiese Ja marcha.
—Espera á que te dé la cuenta, que no voy á quedarme con nada tuyo.
Cayó en lina silla Antonia hecha un copioso mar de lágrimas, y Omcha quitóle el bulto de ropa de las manos y la hizo entrar en el cortijo.
—Mañana podrás irte; hoy no me hallo bien y no puedo darte ta cuenta, dijo lomando cocina adentro el cortijero.
Aquel día fué de duelo para todos. Hasta el viejo vid, en un momento, horrarse el paisaje porque se le interponía el inseguro velo de las lágrimas-
Allá á la tardp, cuando la brisa del mar llegaba fresca y húmeda murmurando no se sabe qué pura salmodia de las playas, y los pechos lodos habían desahogado su tristeza exhalando sollozos en secreto, Ja imaginación de Las (res personas volaba por la serenidad de aquellos espacios, considerando, como se hace detrás de fas recias batallas morales, lo grande é inconmovible de la naturaleza, Ja grandiosidad del sol brillando como bestia sania en misa eterna sobre Las ciclópeas cumbres de tosmon-tes, y la sinfonía de abejas, mariposas é insectos que pasean su zumbido sobre los cálices, abiertos para recibir la lenta y divina destilación de gotas de sol.
Entonces se recorren con el pensamiento todos les circuios de nuestra vida, se aviva el carino hacia las personas ausentes, y ansiamos borrar nuestros pecados, emprendiendo una vida nueva en que no volvamos á enredarnos en el fiero zarzal de Jas pasiones.
XVI: ¡LADRONES!
Cerró la noche huracanada y negra como boca de lobo. Temiéndose que acabaran en tocata celóte la hinchazón y el aparato de que empezó á revestirse el tiempo, mecharon convenientemente les toldos; en tos de lienzo, desarrollando éste á lo largo de los paseros; y en Los de tablas, abriendo la sucesión de las mismas y colocándoles piedras encima para que el viento no las levantase. L
Repartióse el cotidiano jornal á los trabajadores, que emprendieron el camino de su albergue; cerróse á piedra y lodo la puerta del cortijo, y después de oírse el susurro del rosario, que echó, hosco y serio, el patriarca do
Ja casa, el lío Sebastián, dió Concha media vuelta para su cuarto llevando lauto sueño sobre sus floridas abriles como cansancio en iodo su cuerpo; tomó el viejo cocina adelante en dirección del suyo, y Antonia, después de dar una vuelta por la segunda cocina para tomar
Í»recaliciones contra el fuego, puso la tranca á a puerta del corral, echando antes fuera los perros, atravesó La casa entre Jos vacilantes reflejos del Dandi], y se introdujo en su habitación para acostarle.
La luz estuvo asomándose por las rendijas de La puerta durante un breve rato, al cabo del cual la casa quedó sumida en las más profundas tinieblas.
Una noche de viento en una casa de campo, es de cuantas cosas puedan imaginarse» la más fantástica y medrosa.
Apenas el sueno empezó á trazar los giros de su ronda en torno de tos cuerpos, las rendijas todas de las ventanas, las grietas tendidas á lo largo de algfin muro» los boquetes de la oscura chimenea y lodo lo susceptible de producir silbidos ó rumores, se convirtieron en otras tantas trompetas de órgano que comen* zaron á ejecutar como una imponente sinfonía de la noche.
El huracán llegaba á estamparse en ellargo frente de la casa y producía un medroso ruido de hopalandas como si se desgararanen el saliente rafe del tejado. La puerta principal di-jérasc que sacudíala una persona que debía de tener fuerzas de gigante á juzgar por lo rápido y enérgico de Ins movimientos. Por la chime* uea parecía que se descolgaba con estruendo un rosario de duendes agarrados unos á otros y que luego corrían por las estancias cual si quisieran tomarlas por asalto. A los graves sones que alzaba el enhiesto cañón destinado a] paso ascendente del humo, contestaban con altas y furiosas notas lodos los intersticios de las maderas; al rumor del trasto volcado* seguía la especie de fatigosa respiración del aire pululando por las habitaciones llenas do sombra; al revolverse de las palomas en su hueco buscando cómoda postura y arrojando su arrullo que borraba y desvanecía el eco del viento, acompañaba el quejido extraño de algún mueble viejo que partía alguna de sus fibras con doloroso e»tallido.
Rachas de furioso huracán pasando sobre !o? caballetes é imitando el paso de hombrea sobro los lechos; golpes do viento que sacudían los latios de los rosales colgados en Ja portada; remolinos y espirales de hojas revueltos con tolvaneras furiosas que corrían en torno de la casa como visiones de la noche ante las cuales lanchan lúgubre aullido los perros; el aire poblado de fuerzas, cual si en el nadaran manos invisibles que tirasen de lodos los puntos salientes del edificio; rumor de copas de árboles fuertemenie sacudidas, que con e) bronco y profundo ruido del mar formaban algo como una peroración do huracanes en los montes; lodo venía á acentuar lo medroso de la noche y agitaba una serie de nebros sudarios en derredor de la casa solitaria,
Ya empezaba Concha, cuyos ojos se habfan divorciado del sueño, á senlir irresistibles deseos de gritar en demanda de auxilio, y también Antonia y el viejo sentían como á modo de invencible recelo, cuando levantándose un ruido más fuerte qne Los anteriores en Ja chimenea» asomaron por el negro cañón las
tilernas de nn hombre, no fantasma, sino bom-irc de carne y hueso, el cual dio en el suelo, colgado de una cuerda, siendo después seguido de otro que se deslizó de iguaj manera, y luego de un tercero que tras de penosas contorsiones para evitar ecos de alarma, quedó enclavado en la cocina.
Nada indicaron del peligro tos perros, que seguían ladrando como antes del suceso, si bien percibióse un aullido de muerte, el aullido que lanzó uno de tos a ni nuiles al sentir una hoja de acero en las entrañas, Encendió con sigilo uno de Eos hombres un fósforo para hacer la luz en una lin Lerna * y prendida que fuá á duras penas, pudieron verse unos á otros Las caras, en medio del espacio lleno de sombras y reflejos.
Km el primero, fornido, con loa labios remangados y una selva de pelos en el rostro; otro era bizco, fuerte de músculos y de regular estatura, y del tercero pudiera darse idea diciendo, que tenia el movimiento del péndulo en La cabeza, movimiento que poseen las terribles fieras incansables en ir y venir dentro de Ja jaula; la ferocidad salía y manaba de su rostro Como el resplandor de una hoguera. Encorvados los cuerpos y sacándose de las cinturas Jos cuchillos, salieron uno tras de otro de Ja cocina, subiéronla pequeña escalera queseparaba ésta de la estancia principal, tomó aJtf cada uno dirección distinta como quien re* conoce el sitio donde pisa, y planteada la forma de ataque, reuniéronse de nuevo y detuviéronse un momento para asegurarse y cobrar confianza en el golpe.
A buen seguro que en el pecho de aquellos criminales no sonaba un latido más de prisa que otro; eran aseónos de oficio, y no hahía el más peuuefio temor de que se desconcertaran, Impulsados a aquel intento por la bruja de Ja buenaventura , mala pécora, conocedora del cortijo, que ¡sabía guardábanse en la casa buenos patacones, iban con ánimo resuello de no dar el paso en vago, y su resolución era inquebrantable.
Revolviendo como un ojo medroso la linterna en medio de aquellos golfos de tinieblas donde entraban» rasgando, Jas hojas sutiles de la luz, dieron con la puerta tras «le la que dormía Antonia, y con ánimo de que cantase de plano acerca del Jugar donde estuviese escondido ei dinero, sitiaron Jos tres hombres la estancia, y uno deslizó una cautelosa ganzúa en Ja cerradura que hizo instantáneamente su oüeio. VoJvieron Ja linterna de otro Jado para que no entrara Ja luz de repente en el cuarto, y asomó uno de ellos Ja caneza para indagar hacia qué Jado caía el lecho de Ja mujer.
¡Terrible y fantástico momentol Eí aire, más furioso que nunca, traqueteaba todas Jas puertas de Ja casa; mugidos semejantes á los del león encolerizado, resonaban incesantemente en Jas grietas, y atiplaban sus ecos según que soplaba con más ó menos fuerzas el viento; Jos rumores deduendes se extendían con estruendo horrible por toda Ja casa, y á la puerta llamaba el huracán dando aldabonazos como sí una persona estuviese pidiendo auxilio desde fuera.
La obra de los criminales se desarrolló y ler* minó en breves momentos; filé obra de un rápido intervalo de tiempo. Kntraron lustre*decididamente en el cuarto de Antonia, que al verlos, despierta como se hallaba, púsose en guardia de un solo salto que Ja dejó en pié enhiesto junto al lecho; gritó con voz que se stbrepuso á lodos Jos ruidos deJ viente—«¡¡la-dimes!lw—y amartillando en su cuarto un revólver el viejo, que no se sabe de dónde sacaba su wlor extraordinario en Jos momentos terribles, tiróse de la cuma como se tira el que á media noche es asaltado por crimi nales, encendió el velón colocado cerca de su cama, y salió con Ja luz en una mano y en Ja otra el arma de fuego, con eJ espantoso martillo levantado.
Su paso basta llegar al cuarto de Antonia fue breve y rápido. Dió un portazo al entrar, haciendo huir acorralados á los ladrones al fondo de la estancia; apuntó desnudo completamente como su hallaba, al montón de bandidos, con una imperturbabilidad de valor que hada correr el miedo en forma de chorro de nieve por Jas venas; dejó ir una baJa que rebotó en Ja pared con golpe seco, y cogiendo los hombres Ja pucrla, huyeron atropelladamente buscando un punto de escape por la casa.
A La detonación, echóse lambían loncha del lecho, y en vez de temblar, como sería propio de su edad en vista del ya evidente peligro, recató rápidamente su pudor y se Lanzó resuella en increíble defensa del viejo y Ja criada.
—¡lluyel—gritó el cortijero al ver que exponía su vida, sintiendo vacíJar por esto su valor.
Corrió ella á su cuarto donde se encerró bajo llave, pero quedó totalmente colgada del oído, U carrera del cortijero detrás de los Ladrones, fué por todo extremo imponente* Las ha* las que contenía el arma ríe fuego las fué disparando una tras de otra sobre el azora-, do tropel de fugitivos, sin que ninguna fuera á daren los cuerpos á donde iban dirigida*
Los ladrones dejáronse ir sobre Ja ptier'a deJ corral, haciendo saltar en miJ pedazos la tranca con grave eslropeamiento de la cerradura, salieron acelerada mente saltando en atropellada carrera las tapias, y emprendieron á través de los campos la fuga.
El rostro del viejo estaba como al principio de Ja lucha; severo, grave* impasible, Cerró Ja puerta do nuevo para evitar tjue entrase bramando el huracán, corrió á cubrir con un vestido su cuerpo para ir A tranquilizar a la muchacha, tirtiel revólver, todavía caliente, sobre el asiento de una silla., y salió inmediatamente en busca de Concha,
Esta, al ver á aquel héroe que mostraba aun en las manos Jas negras manchas de la pólvora y le sonreía del modo más dulce y afable, sintió la sensación amorosa correr con más brío que nunca por su cuerpo.
Después, cuando pasada la alarma, lodos meditaban con recelo, cada cual en su lecho, sobre eJ suceso terminado, Concha, lejos de medir con el pensamiento el peligro, se extasiaba en la contemplación de aquel hombre que surgía ante sus ojus tal como Jo hahfa visto en la Jucha, fiero, imponente, valeroso, y dibujado con trazos de lumbre en sus retinas, lo mismo que si fuera la desnuda y vigorosa estatua de ía energía.
XVII: EL JUEGO DE LAS BRUJAS
No podré decir si fué que un trabajador del cortijo notó algo relativo á los amores del viejo y su sobrina y el trabajador mismo empezó á formar la bola de nieve, ó si á Antonia es-capósele, en la furia de que hallábase poseída aquellos dias, alguna palabra acerca del asunto; pero es lo cierto que el run run, como dice la gente del campo, en que se comentaba el suceso, fué primero como un leve susurro de viento, después como correr atropellado de arroyo, más tarde semejante á río que dilata su zumbido por la costa, y últimamente la murmuración tomó las proporciones de mar que canta con todas sus lenguas de espumas el himno valiente de sus olas.
A todo esto, como acontece en casos tales, lo mismo en la aldea que en las grandes poblaciones, los enamorados eran los únicos que nada habían notado, y después de aquella batalla en que partiéronse los guiñapos y Antonia quiso dejar la casa, el viejo seguía más apasionado de la muchacha y esta del viejo, no habiendo esfuerzo posible de voluntad que rompiera con aquel fenómeno del amor.
Cada paso que daba la joven haciendo ejecutar á todos sus miembros de diosa lina melodía sin ecos, una hermosa canción de vio-vimientos en que todo era equilibrado y bello, el ritmo magestuoso del andar, el discurso elocuente de las curvas, lo gallardo de! continente y la elegancia de los modales, arrancaba una ovación é lodns Jas fibras del viejo, Jas cuales á falta de manos con (¡lie aplaudí r, i u e« I á lia nsc v i lira nd o la rgo ra to romo Jas golpeadas cuerdas de un instrumento. Con la abierta nariz quedábase recociendo en el aire el aroma de virgen que ella dejaba romo rastro al pasar.
No era hombre «juc entre una idea grata y otra triste, siempre que Ja primera fuese amorosa, queda rase pensando en ta segunda; di-jérase que la fatalidad le conducía, como á niflo que ignora el modo de evitar Jos escollos, haría el punto donde él hubiera dado hasta su vida por no llegar.
Por su parte, ella vibraba como un arpa por la roa [resbalaban sólo notas deamor, cada vez que sostenía en sus ojos los del viejo. Tendíase, dijérase, la mirada de Concha, solicitando la del amante, v la de éste cata encima, imprimiéndole como el grave peso de su alma.
Si en el retinado sensualismo, en ese que forma sus torres y rnslillos de oro en la inia* ^inación y que proviene de la complexión delicada de una naturaleza, hay algo de espiritual que nada amengua Jas nobles condicio* nes morales, ese eupiritttalixmo cruzábase en las miradas de ambos y verificábase entre ellos el invisible matrimonio de las palmeras.
Antonia volvió á Jos pocos días á dejarse Nevar de su cúlera, en vista de los pasos que notaba, a su modo» dar sobre lo andado al viejo* y volvió á andar en un pie y á tener ojo avizor como rrn ti riela á quien tocaba velar por el hnuur y la virtud de ambas personas.
lín esta disposición hallábase el cortijo, lodo coieado por las animadas tareas de Ja
vendimia, cuando llegó una noche designada por los trabajadores, en que desearon represen-lar, en obsequio de la muchacha, unos juegos campesinos, para ver de distraerla y moslrarlo fa espontánea simpatía que Je profesaban.
Pero como en esta clase ríe fíenle puede más que Ta cortesía el afán ríe averiguar ocuf* tos secretos, y la murmuración acabó por des* nerla r en toríos. deseos ríe saber Jo que pmlrfa haber ríe cierto en Jo que rícl amo y su sobrina se relataba, vieron de elegir un juego, mediante el queso pusiera, si no claro de! todo, por lo menos trasparente el enigma*
Va bañaba Ja [una, hien cerrada fa noche. Ja ancha explanaría ríe! cortijn cubriéndola de una poética nevada de lux, y bajo la enramaría de Ja puerta agrupábanse, formando rueda, el tío Sebastián, Concha, Antonia, que sólo permanecía á ratos porque la llamaban obligaciones al interior de la casa, y alguoos trabajadores, cuando haciendo callar á la guitarra, que tan bien suena en las noches del campo y que de antemano locaba un campesino acompafianrío andaluza* canciones á otro que con voz melodiosa las entonaba, aparecieron en el umbral del cortijo varios mozos disfrazados de fantasmas, señal de que al momento se darla comienzo al juego tfe la* brujas, novedad que trata sumamente intrigada á Concha, como que no sabía hasta dóude llegaban los donaire* propios ríe la gcnle del campo* Se trataba de una comedia fantástica, de un patullo en que Roque, el despierto muzo ba-ría las veces de guarda, y oli os representarían á las brujas que habían ríe caer, revueltas en negros mantos, cu el circulo de la ronnzún. SorptenderíaJas Roque en el momento de precipitarse en el círculo, é interrogadas acerca do su vida bajo Ja amenaza de malarias, responderían cómo se JJarnahan, cuáles eray sus propósitos, y con qué objeto venían á celebrar sus fiestas en ta explanada.
El quid del cuento oslaba en que cada bruja dijera ser una persona de Ja reunión y relatara de pe ápa su vida^y milagros, cargando Ja mano en Ja parte censurable, puesto que á cosía de tas flaquezas de unos, habrían de sacarle los chistes que hicieran desternillar de risa á los demás,
Dispuesto lodo para el juego, enmudeció Ja vihuela y cesó ta voz det que echaba Jas coplas, y saltó la primera bruja aJ ruedo vestida de amplío miriñaque sobre el que lucía un viejo vestido de Antonia; después cayó en el ctr-cuJo otra fantasma, también revuelto en negro manió; Juego invadió Ja pista una tercera; después una cuarta sombra penetró por entre Ja gente y fué á hacer compartía á las anteriores, y Jas brujas todas quedaron en el centro de la fiesta esperando ser sorprendidas por el guarda. ’
Empezando aquí su principalísimo papel Roque, á cuya voz habían de decir su nombre Jas brujas, entró en medro de la reunión con una caña aJ hombro imitando la escopeta, y dejando caer en et sueJo la punía y lomando una postura conveniente* se expresó de Ja siguiente manera:
—¡Eh, malas brujas! Aquí no hay niños a quienes dejar chupaos por la noche, ni lámpara de tjue llevarse el achile pa sazonar vuestros cuchi nírilos, ¡A veri Hable la primera y diga cómo se llama, que juro á tos los santos de! cielo he de hacer una soná si no dice de corrió su vía y milagros.
—Soy Antonia — repuso sin hacerse esperar la bnrj a p—la garduña ti el cortijo, y sirvienta deJ lío Sebastián: como á un brujo que vive con nosotras se le han en calabrina o los cascos por una brojíla joven de la cual está euamorao, ando encendía de cólera queriendo impedir que el brujo jaga una mala irastácon nuestra hermana.
la vocecitla, atiplada como de máscara, con que el hombre hizo su papel, lo mismo fue oírla Antonia, que encendersele de todo punto ta sangre deseando en el momento caer sobre el mozo y darle una soberana tunda bajo el miriñaque. Pero se contuvo viendo que sería declarar á la bárbara gente el secreto, y tragándose la sátira como ¿i se tragara un estropajo de Ja cocina, permaneció lija en el asiento oyendo las risotadas que á costa suya lanzaban á mandíbula batiente Jos campesinos.
Por su parte el viejo, quedó aaui de puro lívido en Ja silla, y mediante una transición rápida é inteligente, transición en la cual parecieron doblarse aceros denlro de él, sonrió lo mismo que puede sonreírse con un cuchillo clavado en la espalda, y festejó la ocurrencia de los trabajadores. .
Quien nada comprendió y si sólo rióse de buena fé al oir el nombre de Antonia, fué Ja regocijada Concha, para Ja que tenía verdadero atractivo el ingenioso cuento de Jas brujas, Las personas á que tratábase de espiar, permanecieron, pues, en sus puestos, y nada, ó casi nada, dejaron traslucir en eJ semblante.
Hoque, satisfecho con Ja explicación, empujó con 7a punta de ía cofia é Ja segunda bruja y Je dirigió semejantes palabras que á (a primera la* cuales también buho de contestar, con: oz atiplada, para desfigurar el acento propio, cují esla punzante sarta de palabras:
—Yo soy Concha, la brnjita de que ha ha-bJau mi compañera. Quiero á un viejo brujo porque el me quiere á mí. Si no, que Jo diga fa ropera que á mermo viene á vender trapos al cortijo. Dicen que si estoy enamora del que me jace carantoñas y monerías, y esa es la verdad, porque si eJ no lienc cuerpo joven y pocos afios, liene en cambio güenos dures y onzas de oru que es lu que á mí me gusta. Aquí vengo con mis hermanas á celebrar núes-tra fiesta porque es noche de sábao, y ná más tengo que decir.
No vio Concha en el relato Loda La sana brutal que se le disparata; pero su naturaleza entendió por instinto algo deJ enredo y púsose en gnar-diaj no osando decir paJabra oe su sospecha.
Al viejo si que viniéronledeseos de enredarse á tiros con aquella chusma miserable y mandarla fuera de su casa. Para aquel pago era el noble, y bueno, y desinteresado, y recompensaba á Jas personas puestas á su servicio con mayores sueldos «le los que se datmn en otros lagares.
Ifatría, sin embargo, que permanecer firme en su puesto, y no osó levantarse, como de costumbre, deJ Ju^ar de Ja broma, para dejar á Los demás divertirse: esta vez la retirada hu^ hiera dado en qué pensar á Jos campesinos, y volvió ¿ reírse en celebración deJ pasillo cómico que se representaba.
A lodo esto, cada palabra dicha por labruia levantaba una lera pesiad de brutales risas de labios de los mozos, que encontraban muy disimulada Ja sátira, y por extremo bien basada en el mejor gusto la crítica.
A una risotada de uno, respondía una explosión de alegría de otro, y en tanto que el de aquí se sujetaba los cuadriles con los puños, temeroso de que fuera á sal írsele el mondongo, el de allá estiraba las piernas y daba patadas de gozo haciendo sonar los clavos en el suelo.
Era el sainete por extremo divertido; el donaire de los aldeanos dejaba lucir sus agudezas y agolaba todo el delicado caudal de la fantasía. ¡Qué motes ponían á las brujas! ¡qué chistes tau sutiles venían á animar la ruidosa fiesta campestre, y que eructos á gazpacho exhalaban aquellos brutales hombres, cuyo instinto jamás había sospechado lo que pudiera ser delicadeza!
Tan grato iba pareciéndoletodo ;il cortijero, que por segunda vez sintió ansia terrible de empuñar la escopeta y hacer volar por el aire los sesos de alguno de aquellos hombres.
La tercera bruja se expresó de Ja siguiente manera:
—Soy el tío Sebastián, el viejo que ronda á la brujita, á la cual mima y regala. Dicen que si me han vislo hacerle carantonas y relatarle lo que la uuiero, y hasta hay quien asegura que le he uao un beso en la mejilla ...
Las de Concha se encendieron como dos brasas al llegar el hombrea este punto, y bajó los ojos al suelo.
Hízole una enérgica seña el tío Sebastián como queriéndole infundir aplomo y serenidad v no seguro de que la escena terminara con la alegría que se prometieran Jos campesinos, levantóse bruscamente y metióse dentro de Ja casa,
FA incidente puso en ascuas á lodos. Ni una palabra había replicado el vrejo, pero ya nadie estuvo tranquilo, y sobre el juego pasó como á modo de un vaho trágico, cuino un aviso de que algo grave se cernía sobre los iniciadores de la comedia.
Las voces se hicieron aceradas, fas risas eran nerviosas como la de Ja persona que quiere seguir aparentando alegría cuando necesita dirigir sus facultades á una idea.
Antonia, que á menudo había entrado en Ta casa á ocuparse en tal cual precisa tarea, púsose en pié una vez más, pero no con eJ propósito de ocuparse en asunto alguno, sino con el de ir tras de su amo, temerosa de que fuera a tomar alguna de sus determinaciones.
Le batió frente á Ja ventana quedaba á espalda de Ja casa, desde dunde se descubría buena parte del campo, pálido, febril, imprimien-doAsucuerpo un movimiento de péndulo, y borrándose algo de sangre y cólera (pie quería como asomar á sus ojos en forma de lágrima de fuego.
Ni una palabra pronunció Antonia, porque el rayo hubiera descargado sobre ella: era eJ punto más cercano á la electricidad. Sil impetuoso carácter femenino permaneció sumiso ante el hombre, y con una presteza extraordinaria quitó del cercano rincón la escopeta que medio embozada en el vestido se llevó hasta su cuarto, donde la escondió bajo Ju¿ colchones de Ja cama.
Luego, so pretexto de que era llegada la hora del rosario, salió de nuevo á la puerta donde aun seguían los patanes diciendo despropósitos, y exclamó con el tono más apacicihle que pudo.
—Va es hora de echar el rosario, muchachos; hasta de broma, que el Sr. Sebastián quiere rezar para acostarse,
—¡tfuiere rezar!—dijo uno en lono de zumba e incredulidad.
—¡Digo] Lo que quedrá será acostarse ...
Disolvióse enseguida el juego, tornú cada trabajador la dirección de su albergue soltándose coces los unos á los otro», y después reza* ron sotasConcha y Antonia el rosario, porque el viejo se negó rotundamente á acom paña rías.
Concha, juzgándose por primera vez causan* le de un disgusto; fuese dolida y apenada á su cuarto y se acostó para no poder reconciliar el sueño en toda Ja noche.
Llevaba en las retinas la reflexiva figura de su lio seniado cerca de la ventana, sufriendo acaso por su causa.
Cerca del dia, el cerebro de la joven latía congestionado, y el sentimiento acudía en íur* ma de llanto á sus ojos. ¡No haber oJJa propuesto al hombre su marcha, cuando era Ja llamada á evitar aquello que ponía á su tío tan desconcertado!
Era un egnismo semejante actitud. Sin meditar mucho la idea, ocurrióse le que aun podría permanecer el cortijero sentado á la ventana, y podría suplicarle, con lágrimas en Jos ojos, que cesara en su enojo y que podía llevarla cuando quisiera al lado de su padre,
A los años de Concha, Ja acción va delante del propósito. Tiróse de Ja carna, no bien Jo hubo imaginado, y sin encender luz alguna, velóse ligeramente en medio de la atmósfera a sil víanle de ]a estancia, y salió desea Iza y sin hacer ruido, temerosa de que Antonia se despertara .
Las ventanas, defendidas por fuertes rejas, quedábanse abiertas aquella noche para que entrasen algunos hálitos frescos e hiciesen res-pírable el ambiente,
La nevada de luna que se extendía en la ex* planada al dar comienzo al juego de las brujas, alargábase con grandes desgarrones de sombra por las laderas, y el mar movía á lo lejos su dan/a de destellos, como si aquella hora celebrasen su fiesta los genios del mar y salieran á flor de agua las nereidas.
Temblaban las estrellas en lo alto; ladraba algúu perro en el lagar distante, y su aullido llegaba vago ó indeciso como ios ecos que oímos entresuelo En el gallinero, á espaldas del corral, daban cabezadas las gallinas ocultaban la cabeza bajo el leve cobertor de píít-mas, sostenidas por milagroso equilibrio sobre itn pie. Todo era misterioso en ía naturaleza, los pantanos dejaban correr por sil espejo los desvelados insectos de plata. Los sanees echaban sus desmayadas ramas sobre el rio; la cu* lebva apretaba sus círculos bajo alguna frvsca mata ó huía taladrando fa hojarasca.
Un hubo acentuaba desde Jos árboles de la huerta, con su isócrona nota, el silencio; pare* da que empezaba á emblanquecerse un Jado del cielo, y el horizonte uníase al mar por Ja tembladora raja ile plata que cabalgaba sobre el lomo azul de las olas,
Toda esta fantasmagoría se le iba metiendo dentro de la cabeza al viejo, que aun permanecía fijo en la ventana.
En medio de aquel sosiego augusto, oin, llena y profunda romo la de un órgano, la vo/ de su conciencia, que le recriminaba por su falta, y hacía pasar i\ galope ideas é ideas por su cerebro como ginetes c se imreven en una encarnizada batalla,
. Solamente una figura aparecía luminosa en su cerebro, en torno de la cual giraban sus ideas. Concita; mirábala él como lo que era, comu un ser inocente del lodo, como un símbolo hermoso de la juventud, sin doblez ni conciencia de pecado, y al trazarla en medio de su lucha con los colores mágicos del amor, una sensación intensa éinefablecorrió por todos sus nervios como una poderosa ráfaga de tentación.
Concha se deslizó por la cocina, semejante á tina visión de la noche. Metida en la banda de lima que penetraba por el labrado de los hierros, parecía cubierta sn escultura de diosa por el cándido velo de Ja desposada, como si uuuella noche fuera Ja destinada para Ja unión feliz de sus amores.
Se deslizaba con el cabello rodando por la espalda, á modo de manto de sombra; encendía sus mejillas el color vivo de la sangre que dejaba en ellas un deshoja míen lo de ¡■osas; mostraba los brazos desnudos como una estatua, brazos donde hubiera dejado sus primores un cincel de oro; echaba el paso sobrecogida, y una respiración fatigosa y llena de sollozos oprimía sn garganta y hacía moverse* bajo el velo de la envoltura, la nevada forma de su seno.
Acabó de cruzar la cocina y asomó la cabera para ver si ocupaba aun el hombre la ventana. El cortijero reflexionaba, con Ja vista perdida en el cielo, como si quisiera cambiar Jas borrosa* ideas de su mente por aquellos puntos luminosos de los astros donde lodo era fulgor y transparencia,
Dio otro paso mas decidido Ja joven. EJ viejo volvió la caDeza, atraído por et roce de Ja falda, di A un salto en la silla como si fuera levantado por un resorte, y se desaló en rotas, vehementes, y ahogadas exclamaciones.
Ella rompió u llorar, cayendo en Jos brazos del combatido hombre; y al abarcar él la escultura para evitar, por el roto equilibrio, la caída, todos sus nobles propósitos rompiéronse en un insiante, como deshace un vano soplo el penacho de espuma de una ola, Hccbazó, sin embargo, á la mujer, sacando nn soberano esfuerzo de si, y quedaron una frente k otro,
XVIII: DRAMA BN LA SOMBRA
Concha, ¿qué viene á ser esto?—clamé e( desvelado con dnra vos, después que corrió una chispa eléctrica por sus nervios.
—Nada, he estado sin dormir, pensando en que todos lus disgustos son por mi causa; sospeche que no le Thabrías acostado, y he querido decirle.,»
—¡Oué!—agregó ól corlando como con un cuchillo la frase.
—Que me quiero ir con mi padre. Ya ves si deseo hacer lo que dices.
—Pero... ¿te ha reñido alguien? Nunca has pensado en eso hasta ahora.
Porque no sabía que te hacía daflo con que* darme.
—Mira—dijo el hombre después de una pausa:—¿Sabes lo que te digo? Que a hura es cuando parece que quieres destrozarme, ¿Con que te vas?—agregaba hechu un verdadero estupor el desdichado.
—Tú lo quieres...*
—¿YoV ¿yo? ¿dices que yo quiero que le vayas?
EJ viejo sentía La horrible indecisión de 1» vehemencia.
—¿Conque dices que quiero?. ..
—Yo tengo Ja culpa de que sufras; ahora vuelves a disgustarle; ipor Dios, tío, siento tanta pena ai verte así! Mira, parece que me parlen el corazón.
—Luego ¿me quieres algo, no es eso?
la inven bajó los ojos al suelo.Un sollozo que hizi* dibujar una onduJación á su pedio, llenó eJ silencio que debió ocupar su respuesta.
Vacilando su voz como ra \ o de luz clavado en un estanque, repuso luego con una congoja que hubiera hecho ablandarse á una piedra:
—Si no te quisiera no desearía irme. ¡Va ves si los trabajadores del juego tienen malicia y procuran hacerte da fin! Bren dices, yo soy muy joven para li; me iré, pero te quine desde lejos, ya que tú..* tampoco puedes quererme.
Un nudo de lacrimas se desaló en ancho rio, y la mujer siguió llorando con desconsuelo.
—Tío IJotes, no llores—clamó el hombre ahogando la voz para no delatar aquel drama que se verificaba en ia sombra.—¿No sabes que Antonia puede oírnos? A esa mujer ¿entiendes? á osa mujer es & la tínica persona á quien tengo miedo.
—También ella tiene razón, yo debo irme con mi padre.
—Tiene razón, sí; pero, mira, no vuelvas á decirlo, ¿Crees til—y decía esto con palabras parecidas á irozos de áscuas—¿crees tú que yo podría ja vivir corno antes, después de na* berte conocido?
—¿Por que dices eso, lío?—añadió ella algo sorprendida, pues le sonaban á declaración amorosa las palabras ardientes del cortijero.
—loncha, —dijo por fin el viejo como aquel que se decide á arrojarse á Ja hoguera—yo no sé si podrás entenderme porque eres aun muy joven, pero voy á revelarte un secreto.
Por el rostro de la mujer pasó una racha cándenle, una emoción, grave por lo intensa, pero alegre, sio que ella supiera por qué causa. En el aclo quedaron secas sus lágrimas é hizo de cada poro de su cuerpo un oído para escuchar la revelación. Kn aquel momento vivía Concha hasta en los objetos que la cercaban.
En el silencio que medió desde que el viejo anunció su conferencia hasta nue de nuevo tomó la palabra, oyó la mujer el ruido de la lejana represa del molino, y la respiración de Cíclope ijue descansa, de ía naturaleza,
(Losa incomprensible y entraño: cuando barajaba el viejo denlro de sí las ideas, como montón de rebeldes carias, fu ése le duran Ir un cuarto de segundo el pensamiento hacía un hecho que bahía ocurrido bacía treinta años en que él fué á vender cierta cantidad de ganado á nn pueblo vecino.
¿Por qué ocurrirán estos fenómenos cuando la atención entera del espíritu se convierte corno en una fuerza centrípeta á ln cual quedan atadas toda tas f;i cu Hades del hombre?
Ello es ijue discipliuado un tanto el zurzaJ de pensamientos que dentro del cráneo como torbellino do víboras tu mordía, comenzó á hablar de la siguiente manera;
-loncha, jo he sentido toda mi vida una repugnancia invencible, un asco de alma y de sentidos hacia teda lo que no es natural ni está sujeto á Los principios creados por Dios y sostenidos por los liomlircs. Las cosas míe he oído contar de amores sin lógica, de aberraciones absurdas, tu velas siempre por cuentos sin el menor asomo de verdad* creyendo que oo pudieran existir lales abismos- Pero. Concha, yo be caldo también en un precipicio, que ahora me parece el sitio más luminoso de la tierra. Yo, asómbrate, estoy enamorado.
^¡De quién?
—De tí.
Lo que mucho se anhela, cuando llega de pronto, y sin ser esperado, suele no producir explosiones violentas,
A la respuesta del viejo, no estalló Concha en borbotones de pasión como serta de esperar; sintió algo así como una penetración de llores por lodo su ser, como una primavera que se abría dentro de ella y ponía brotes.cn sus huesos y savias y perfumes en sus venas.
—Pero no quiere decir esto—continuó en su relato el hombre franco y leal—que yo intente dejar crecer una pasión que es una afrenta cuando se concibe en la vejez, y que pida de tí una acogida favorable; Jo que deseo Et gusano (S es que tú me ayudes á destruir este amor, este absurdo como tantos otros para los que no hay lógica posible.
Nada oyó Concha de esta última parte del relato. La confesión primera la embargó hasta el punto de que quedóse embebecida deshojando y deshojando la frase como se deshoja un capullo de rosa, hasta dar con la idea allí donde la palabra tenia, á semejanza de las flores, sus pistilos. Entonces, cuando con los labios dtl alma libó lo dulce de ellos, la emoción tomó forma de desmayo, y sollozó de nuevo, pero esta vez con llanto producido por la felicidad y el amor.
Necesario era, al ver la actitud poética de la joven con los ojos bajos que venía á alumbrar el resplandor de la luna, ser un hombre de un dominio absoluto sobre sí para no coronar el idilio de besos y cubrirlo con las pámpanas y rosas del amor.
Concha sentóse, como siempre, en la rodilla del cortijero buscando sostén á su flaqueza, y tan natural fue el movimiento, que hasta que el hombre no sintió el peso de su cuerpo, no consideró lo peligroso de la acción.
Echó la joven la cara sobre el cuello del viejo, como hacen los hijos con las madres, y su llanto fue haciéndose entrecortado.
—Mujer, no llores, no llores, me siento morir cuando lloras. ¿Sabes lo que pienso?—repuso de pronto hecho una verdadera confusión-pienso que está bien meditado lo que dices.... que mañana te llevaré yo mismo con tu padre, y que acabará....
No pudo hacerlo el cortijero. Poniéndose en pie ella de repente como si fuera un vigoroso salto de agua.
—Pío me voyP no;—dijo con una resolución Jieróica en un arranque soberanamentehumano y hermoso.—¿Por qué me has dicho qne me quieres? Antes, cuando no lo sabía, me hubiera ido, te hubiera abandonado; ahora no, y no. ¿Dices que eres viejo? A mí me gustas porque eres bueno. ¿Que es impropio de lu edad quererme? A mi me parece que siempre que se quiere se hace bien. Ve no ac, lío; pero cuando me miras, me parece que penetra Dios en mi alma, ¿Te pasa á lí lo mismo?
Nunca había oído hablar de un modo seme. jante el viejo á su sobrina* Contagiado por el acento inspirado de Ja joven, que se quedó después deJ relato en Ja actitud de una diosa que hiciera su resolución de amar, oJvidó toda Ja escena pasada, y dejando formar á su carácter una de aquellas curvas de carino,
—A mí también me pasa [o mismo—dijo*— A Dios pongo por testigo, Concha, de que he hecho cuanto está al alcance de un hombre para no revelarte mi secreto; mi cabeza, no acostumbrada ai no al sosiego, lia encerrado durante muchas noches, mientras yo daba alaridos de hombre que se quema, Las ideas que acabas de saber* Y ya ves; yo qne nunca he habJado de esla manera porque he tenido rubor de confesar Jas debilidades de mi aJma, contigo parece que me vuelvo otro hombre, y que mi lengua, amarrada como fiera á ía lioca, Ja mueven, no sé si DiosóeJ amor; pero se mueve para decirte que procuremos dominarnos, que pongas de tu parte cuanto puedas para que nuestra pasión venga á quedar en Jo que mandan Jas leyes de Ja tierra,
—¡Fío, y nol Tú puedes aborrecerme, despreciarme; pero no haré lo que me dices.
—Comprenderás entonces que tenga yo que buscar el medio de separarnos—añadía el sanio hombre, sin nolar que momentos antes habla dicho fo contrario, — Comprenderás que estoy en el deber de responder de tí ante tu padre y de salvar mi honra y la tuya. Qué, ¿te parece que voy á echar mí virtud en el Jodo, ignorando lo i|ue me debo á mí misma?
—Pues aunque así sea. ¿Para que me has dicho que me quieres? Antes me hubiera ido; ahora.
—Ahora es menester que también le vayas, ¿entiendes?
AJ decir con aire de mandato estas palabras, sintió caer en sus manos una lágrima de los ojos de Concha. Esta, no acostumbrada á (aJes cómbales, sentía que te fallaban fuerzas para la lucha.
Aquella gota tibia que rozó Ja epidermis del viejo, trastornó de repente su organismo. Un heroico arranque de enamorado hizo entonces que cogiese á ia mujer por Ja cintura y Ja atrajera sobre sL
Concha, sentada nuevamente en Jas rodillas de su tío, percibió en medio del Jlanto entrecortado, Ja constante emanación que te* yantaba ráfagas de sensación en sus nervios, y notó a l^o así como el vaho de un nido de pájaros, tibiezas y cariños que desanudaron más aun tos tazos de sus lágrimas.
EL olor á nido y amor, puso en el acto alerta los sentidos de Ja mujer. Su respiración, que alzaba y deprimía Jus senos turgentes con agitación soberbia y magnífica sentíala el viejo cerca de su cuello, y por una inevitable casualidad de la postura los pechos altos y redondos rozaban y oprimían su cuerpo á cada compás del ritmo ac la vida.
Una gasa roja como la que se antepone á los ojos en las congestiones violentas, nubJó las retinas del viejo, que sentía los golpes de Ja sangre en las sienes como si Ja creación entera fuese un espantoso martillo que le porraceara terrible la cabeza.
Fuera de sí, ciego, arrebatado, lió los ansiosos brazos, que temblaban con Ja epilepsia, al cuerpo palpitante de Ja mujer, sintió esta enroscarse á sus miembros toda aquella fuerza salvaje contenida durante tanto tiempo, y el hombre buscó con Ja boca la entreabierta y roia de ella; puso un colmo de besos en sus Jabios que rebosaron por Jos hombros y por el pecho, y al ceñirla en un más fuerte abrazo ya en la exaltación de la vehemencia, una mano angulosa y terrible, un gatillo de hierro, una tenaza de bronce, cayó sobre el brazo del cortijero, levantó en alio su cuerpo derribando á Concha de sus rodillas, sacudiólo con una fuerza espantosa, y alejóse la persona dueña de aquella mano, que no era sino Antonia, la cual lomó como león que va de huida, la cercana dirección de su cuarto....
—Por aquf, Ripepe—dijo en esto la voz cautelosa de Roque, fuera del cortijo, mientras movía una linterna en la mano y quedaban helados de espanto el viejo y la muchacha;— por aquf suelen recogerse y mucho me engaño ó vamos á pillarlos en la trampa.
—¿Pegao á la ventana?-preguntó Ripepe poniendo al nivel de la del otro su linterna.
—Sí, pero habla queo.
Loa dos Llegaron cerca de Ja reja, oscilando las sombras de sus cuerpos sobra el sueJo. En Ja estancia veriIIcáliase un terrible drama sin palabras. Ki el viejo ni la joven se atrevían á pronunciar ía más leve.
¿Seria una emboscada la que les preparaban? ¿Osarían exponerá la vergüenza la pasión iJí-cila de ambos sin respeto a Jas canas del viejo ni á sus aílos?
Cuando se persuadieron de que los trabajadores sólo iban cazando pájaroscon Jas linternas, deslizóse cada cual a su cuarto para evitar un nuevo peligro, sobre los que ya íes La* Lían asaltado durante La noche.
Los cazadores, cilados desde el anochecer pan aquella batida, habíanse levantado y dado vuelta á la casa, cogiendo un buen numero de aves*
Ya tocaba la cacería á su fin, porque manchado de claridad azul un lado del mar, empezaban á cerrar sli ojo de cíclope las atalayas de la cosía, y la alondra hirió con una nota las alturas, haciendo vibrar como un sonoro tímpano Jos cielos.
XIX: Á TODA LUZ
Mientras el tío Sebastián rumiaba tendido en el Jecho, á la mañana siguiente, la pasada escena, y cada vez sentía renacer en su pecho mayor recelo y temor ante aquel carácter terrible de Antonia» contra la cual no eran posibles Jas asechanzas, y Concha, dejando ir por utro lado el pensamiento, sentía aun en Ja boca con inefable desvanecimiento do placer, el cosquilleo del bigote del viejo, y la si r vi en* te, por su parte, con todos Jos demonios en el cuerpo en v ¡ si a de Ja insistencia de los amantes, lomó el camino del cercano pueblo donde la Llamaba imprescindible necesidad de hacer por ella algunas compras para La casa (no srn haber dejado antes preparado el almuerzo). Ruque y los demás trabajadores Liada n un paréntesis en la faena de la pasa para dedicar ía atención a la trilla, porque el cortijero sembraba todos los anos un puñado de fanegas, para así tener más asegurado el pan de cada día. Aquella mañana verificábase lo que se Llama un rwnaU de gavillas. Las últimas que ató en los campos el gavillero, llegaron en enorme carreta, y como es costumbre cnlre la gente del campo, guió Boque Ja faena de adornarlos bueyes con laLLos de canas y clavar lambtén algunos en lo alto de la carga, encima de tos cuales tendió cada cual á guisa de bandera, su faja, y celebraron el feliz remate de la siega.
AL apuntar el sol, el manijero tiró el sombrero por alto y enlonó el /Sanio Dios! de cada aurora que fué contestado á coro por las voces de La cuadrilla, la cual elevó su oración ante el sublime espectáculo de ía naturaleza, Ksia ceremonia magnifica qne se verificaba á cada amanecer, fué abura más inspirada y conmovedora que nunca, y más Impregnada de sentimiento divino y religioso, filien oye esta orquesta de voces al salir una serena mañana á los campos, y en medio de la resonancia de las arboledas y del sublime rezo de Jos inanantiaJes, se penetra de la idea de los trabajadores que antes de poner mano á la tarea aclaman al Dios de cíelos y tierras* y ve temblar al mismo tiempo los collares de rocío en las hojas cuyas gotas humean á los tibios rayos del sol, y aspira el aire fian-üo y libre que viene á carrera tendida por Jas vides, y se entrega en cuerpo y alma á los goces de la nato raleza, no puede por menos de sentir la linaria de las lágrimas á Jos ojos y de inclinar a tierra Ja frente anie las grandes maravillas do Dios,
El esquilón cuyas ñolas de bronce llegan en alas del viento desde el recinto humilde de Ja aldea; la voz deJ hombre que enlona su copla, y llega á los oídos con la indecisión de las ráfagas de música lejana; el andar soñoliento de los bueyes que llenen el profundo reposo de Ja tierra; el canto de los pájaros oue forman ruidos y aJgazaras en las torres de hojas de Jos árboles » todo Jo qué en el campo tiene movimiento, luz ó sonido, acaba por llenar de inspiración nuestra mente y nos hace recibir la jo visible comunión que lava de pecado, que Dios ofrece al hombreen la naturaleza,
A la vista de lauta magn i licencia y sentada A descansar en una pena del camino que dominaba toda la extensión de la comarca, quedóse Antonia, una hora después de sil salida del cortijo, abismada en los pensamientos que le mordían el cerebro, y aquella mujer enérgica, que de haber nacido en más elevada esfera hubiese hecho de reina incomparable, ante la cual sólo hubiera habido justicia, sin entender, como noeolendla, de fenómenos naturales ni ser apta para aprcciar las deformidades humanas, echó á volar ei pensamiento, impregnado de compasión y misericordia, con-liderando que hurtiiir« lan juslo y recio como el cortijero, pura quien sólo tenían encanto Jas cosas buenas del mundo, hubiera podida raer en semejante precipicio.
A su manera, fue pensando cúmo es de imperfecta el alma humana ycómo por cada punto de Luz uue la ilumina, lleva infinitos lunares de sombra.—«Jlenl ira soté Ja justicia, el honor, la virtud,»—fuá diciendo de esa manera
ite se halda cuando un reflejo místico enciem e el corazón y Je hace sobrenadar como arca sagrada por cima de las tempestades del rn n ndo.
Aquel pueblo que miraba ó sus pies era el sujo propio, el mismo donde habla nacido, el mismo cerca de cuya fuente ojo Las primeras palabras de amor de un hombre, para el que todavía, muchos anos después de muerto, tenía Levantado mindestructible altar en sil pecho.
¡V pensar que en aquellas rasas sobro Jas que Lucían como blancas pinceladas de un idilio los bandos tle palomas; que bajo aquellos techos sencillos se al Largarian acaso la per* fulia, la traición, lo imprevisto y monstruoso innatos á la naturaleza humana!...*
Después fuesele el pensamiento hacia la joven, hacia el Gtutano de luz,que juzgaba, á su manera, como un ser inocente del lodo, eomo una encarnación de la juventud desprovista de toda malicia y dispuesta sólo a las vehementes expansiones del amor.
Si ellu, Antonia, hubiera nacido hombre, cuerpo á cuerpo y brazo á brasto hubiera arran* cada su víctima al enamorado; poro su posición do una parte, dentro de Ta casa, y su condición do mujer por otra, devolvían la disparada fuerza & su pecho, y hadan retroceder el relámpago al punto de partida. Con todo, lucharía, pondría Jas peras a cuarto al viejo, resistirla hasta no sucumbir, sino siendo arrullada en el combate.
Alzóse de lu piedra arrojando un hondo suspiro, y emprendió nuevamente el camino.
A aquella hora, caian en la era, de la engalanada carreta Las gavillas, ya desalado el cintero de los haces, y la vierga echaba Los manojos á tierra movida porfa robusta é inteligente mano de Miguel.
Ai cortijero, sentado después del almuerzo junio á la era bajo el sombrajo délos [ralladores, que también hablan acabado de atmor* zar, llenábale ei ojo Ja espléndida faena del verano* y libre por aquel día de la imponente presencia de Antonia, que como él bien decía había llegado a cobrarle respeto, embebecíase en Ja alegría bulliciosa del cuadra, sintiendo Ja fuerza de Ja juventud invadir todos sus miembros Lo mismo qne si volviera a los floridos anos de su vida.
Verdaderamente que el hombre, trocado de viejo en mozo por el amor* sentía Jos excesos de vida que ya creía idos para siempre, y hasta su cuerpo Lomaba la robustez proporcionada á las grandes actividades de su espíritu,
Lne^o, la balanza que se mecía dentro de su alma, inclinándose ya al deber, ya á Ja pasión volcóse por completo, Iras de fieras y empeña* das luchas, de cale Lado, y su ser todo, su peo* samiento, su vida, corrían como el misterioso polen por el aire á dar nuevos abrazos y á repartir nuevas caricias á Ja que llenaba por completo sus sentidos.
El día ayudaba también á abrir de par en par los poros det cuerpo y ios del alma y á solicilar cambios y emociones tic amor.
Hendidos los árboles por el sol caliginoso que caía á plomo del cielo* inclinaban sus ramas formando lánguidos pabellones que recordaban posturas de mujeres hermosas y escoraos de cuerpos juveniles.
En los rosales que tenían encerrada en abrazos lie flores la vivienda y qne colgaban de escalas los muros como si alguien friera á subir á habfar de amores en las rija*, dábanse entre ef follaje sus encendidas bocas las rosas v prolongaban el beso durante las pausas so* femnes de Ja siesta. Mermados los arroyos, ensenaban cenefas blanquecinas donde "caía el sol j^ota á gola como en la copa cao gola a gola el vmo reluciente; los tal Jos resecos de Las veredas; los monos de pitas duras y espinosas Remarcaban las lindes de los campos; los juncos que se yerguen con más brio en la sies* ta á orilla de fas fuentes; Jos arbustos peque* nos rendidos por el calor, y los rastrojos con intenso olor á verano que dejó Ja hoz como desigual bordado de oro en la tierra, acusaban con una Tuerza extraordinaria la sombra, ianzaban balíenles enérgicos sobre Jos campos de los cuales se alzaba un espeso tejido de vapores que el cortijero veía subir a través del espacio mirando el indolente escorzo det paisaje y sintiendo que se exbalaba de sí otro vapor de cuerpo caldeado, oli o hálito de fuerza y de vida que se desparramaba como llama invisible por el aire.
Hoque guiaba los ferrados caballos en La era haciéndoles dar vueltas de horario dislocado, y acentuaba la pesada siesta con su copia que salía cantada como por labios untados de opio según lu lánguido y perezoso de su ritmo.
Los ecos Negaban á oídos del viejo semejan' les ú Jos distantes de una caravana que va ai mesando el desierto.
Lueffo, el aroma intenso de )a r»aj¡i que saltaba al choque de las bestias en brillantes ex-
Íilusionas de oro; eJ aJeleo de /as tanjas en as ramas; eJ insecto que pasaba zumbando su música como si fuese Ja errante y perdida vibración de una copa, y el pío de (os pájaros cebados en Jas bojas y dándose el pico entre ñolas sonoras como besos, sublevaron Ja naturaleza del hombre y extendieron emociones inten* lísímas por su cuerpo, que fueron á morir, como siempre. Iras de una recia picada, en su cintura.
Dirigió los ojos, trepidando dentro de sí mismo, y con algo de eslraño en eílos, al cortijo; púsose en pie corno ai lo alzara la misma naturaleza, y dió algunos pasos dentro de la sombra que su cuerpo, en forma de horrendo murciélago* proyectaba.
Alegre y rumoroso con su estruendo de hojas y alearía, movía, en tanto, sus pabellones flotantes ta selva de álamos que alzaba á espaldas de Ja tasa, cerca de la huerta, y un millar de pájaros volaba del arrojo oscuro y cristalino que cruzaba el fondo de la selva, a Jas ramas, zambuyéndose de paso en Jas nenies trechas del arrojo*
Una vez que vióse libre Concha, se deslizó por ta puerta falsa de la casa, según tenía por costumbre, y fuese á pasar la ardorosa siesta bajo los álamos.
Nadie podía distraerla en aquel silio porque rara vez acostumbraba nadie a visitarlo; pero ahora, ni la gente mis mu qne verificara sus operaciones en (a huerta, hubiera sido parte á distraerla, pues Cija en uní tenaz idea, miraba can Jijeza el agua, dejándose cubrir, oréelo del sol pasando por las hoja*, de una lúnira de lunares de luz que corría como un eneaje de oro por su cuerpo.
AL pisar el viejo el cortijo y no Lia llar en ninguna estancia á la muchacha, escurrióse por Ja misma puerta y tomó la cercana dirección de Jos álamos.
Los trabajadores entregábanle durante aquellas horas al sueño, excepto Hoque que seguía entonando sus canciones de trilla dando interminables vueltas en Ja era.
Debajo do los cobertizos de hojas y ile ramas; escondidos ha jo unn relama que hacia sonar al aire sus semillas como cascabeles afónicos: bajo Los pámpanos de las cepas en que pnrecia sonreír afgo del paisaje griego, soleado y lascivo, dormíanlos sosegado? hombres La siesta, viéndose en sus caras Los ramalazos de sangre, por efecto de Las malas posturas y escuchándose los ronquidos de! que descuidado descansa y duerme á pierna suelta.
En el cortijo, no oíase otro rumor que el det canario al limpiarse el pico en La varilla» ó La Llamada de la clueca á sus pollos para ensenarles el perdido grano de cebada*
¡Momento deseado por el corlijerol Su sangre huía aborbotonada por sus venas y se estrellaba en espléndidas rompientes en su cerebro; la pulsación casi impedíalo respirar, tal era de \iolenta.
Procuró dominarse* con todo* y penetró bajo Ja bóveda de árboles.
El vaho de frescura en medio do aquel día de Mamas, corrió con ia scnsaciún de una ola de nieve por su cuerpo y pareció quererle romper Ja escala de vértebras por la cintura.
Nunca n&sócon tanta rapidez del calor excesivo al frío polar, ni nunca volvió do nuevo v con rníis presteza al calor. Aquello no era ya hombre duefto de raciocinio* era una pasión, una fuerza.
Al verle llegar, Concha bajó los ojos por pudor, y enlazó las manos en su falda en lie nn montón do florecí tías que halda oslado deshojando.
—¡tfo|a! ¿estás aquí?—dijo el rompiendo el silencio, como quien hace un poi-liJIo para entrar;-¿has venido A echar un rato de siesta?
—Tenía mucho calor y busqué este sitio que es más fresco.
—Bien hechor así como así, á mf me ha pa* sAdo lo mismo y lie venido también bajo los álamos... ¿Sientes que llegue á distraerte?.», agregó sen(iindose á su lado y temblando como una sacudida cuerda su cuerpo,
—No, lío; me alegro de que vengas, pero ya ves, puede llegar Antonia ...
—Noy no hay temor ninguno, lontuela— dijo dándole una palmadilla en la cara de un modo como jamás se la habfa dado, y sintió que Je hacia involuntariamente rápida contracción un nervio debajo de uno de los ojos;— hoy ha ido Antonia al pueblo y nadie puede molestarnos.
La nariz del viejo dilaiaba sus dos ventanillas como cabaJlo lanzado ;i ta carrera, y dije-
o ti inflo me tue
rase que venteaba serretas virginidades.... Su respiración no recogía aire bastante para su pecW
En la) situación, ya no pasaba una sola idea par su cerebro.
La inteligencia de la sangre, la pasión, sacudía como ráfaga impetuosa sus nervios y desen* cajaba sus huesos, un lanío doloridos de placer.
Concha chocó sus ojos con los del hombre, y dejó abrirse un puftado de rosas en su leí: el viejo poseía en aquel momento todos los extraordinarios bríos de su juventud.
—Conque... aquí tuvo el hombre un atragan-tamienlo de esos que forma Ja emoción, y des* pues de deglutir pora deshacerlo,—conque ¿has venido á echar una siesta? dijo sin nolar que repelia lo mismo que ya habla preguntado: — Si quieres „♦ La pasaremos los dos juntos en este sitio.
La intención de las palabras llegó donde debía dentro de Concha, la cual bajó de nuevo los ojos haciendo con la respiración mecerse su agitado pecho,
—No querrás irte ahora, Umluela anadió á falta de respuesta cogiéndola en un inmenso abrazo, como si abarcara en el aJ universo.
Cerca deJ enlace de las manos del viejo cayó el rostro de la mujer, la cual trató un solo momento de defenderse. Su olfato, que era su peor enemigo, percibió el olor á manos de nombre, á vello recio y salvaje que ella conocía con su ciencia profunda de ios olores, y todo subia en onda blanda y tibia hasta su rostro.
Ya no besaba el cortijero; sembraba regué* ros de besos en Ja boca do Concha, produ-deudo tos mismos chasquido* que en Los nidos hacen Los pájaros peque Aos.
El bosque empezó á girar delante de Los ojo* de la joven. Alándose por cima de lodo, sin embargo, medíanle un supremo esfuerzo, cll* mó con aquellas lágrimas que lanío enternecían al cortijero:
—hejame, déjame A dame palabra de que has de casarle conmigo; yo quiero ser tu\a, pero quiero ser lu mujer.
—Haré Jo que quieras, me casaré contigo, te empeño en eJIo mi palabra; pero ahora déjame que te abrace, que le bese.
La granizada de besos cantaba en los labios de la mujer la canción de fuego del amor. Goleaban los besos cirmo una lluvia sobre ella, y su cuerpo se envolvía en ona túnica de albo* rotados ósculos vibrantes.
El bosque nmpo/ó ¿i girar do nuevo anle los ojos do Concha, pero esla vez no [nido ya recobrar el propio dominio.
la selva entera brilló de pronloanie ambos con una Itrj superior en fuerza á Ja del sol; inflamóse en átomos de oro el ambiente, y el supremo arrebato de pasión , resolvióse, ya amor-tiaguada la llama, en el descanso de un beso absolutamente largo y tranquilo,...
XX: A LAS ANCAS
La nodie filé terrible, singularmente para el viejo que midió con fa inteligencia loda La profundidad de su culpa, pero provechosa cuanto k Imar planes que habrían de cumplirse, con las cuales remediar el daflo causado, Na sentía lener por esposa ó su sobrina, que era buena de alma cuanto puede serlo itn espíritu encerrado en cuerpo de mujer; pera temía demasiado el ridículo para no irse con pies de plomo en ponto A dar á Jas gentea la inesperada noticia ríe su enlace*
Porque esto fue fu que resolvió liara quedar bien con su conciencia. No era hombre que diera una palabra y en el aclo no tratara de cumplirla. Lo t|ire no veta c/aro, ni abordable bajo ningún concepto» era pedir ú su hermano Ui muchacha y darle también de paso la noticia estupenda de mi enamoramiento. CJaro es que para nada tenia que decirle fa perfidia cometida con el Gusano^ puesto i|ue se halla* ba dispuesto á remediarla; pero con lodo, el aclo de coger Ja pluma—porque él no iba ni aludo á hali/arp frente á frente, fi su hermano —para decirle que había resuello casarse y que ía conlrayente era gustosa en ello, lo veía como una montana* sobre la cual tendría que pasar si quería cumplir como hombre de honor y de conciencia.
Lo hixu así, después que viú que no había otro remedio y agregaba a) ünal de la carta, nque se casaba. que se cacaba á escape v corriendo, antes se oue fuero á negarle á su‘hija* para fa que deseaba toda su Torluna y a quien dedicaría Ja mucha ó poca vida que Je restara,» »No vengas, querido Andrés—decía*—ni venga tampoco nadie de la familia; comprendo Ja di lerenda de edad que hay entre Concha Y yo» y Jo que quiero es que nos casemos sin ostentación alguna, porque ya subes lo novelera que es la gente y of escándalo que armarla»* «Venid, sí, pero pasado algún tiempo, cuando poco k poco se haya ido sabiendo Ja noticia. Confía en rol, querido Andrés que tu bija será reina y seftora de mi casa, y no habrá de tener en torno suyo más que respetos y carino. Perdona esta acción de tu hermano, y participa mi resolución á la familia.—Tuyo, Sebastián.
No hay que decir si Ifevaría mazazo en el cráneo D* Andrés aJ leer la carta del viejo y si Jo J leva ría de igual modo la descuidada madre de Concha; Jo que hay que decir es que en una de las mañanas próximas, mañana de domingo, trían el cortijero y su sobrina al pueblo vecino con el pretexto de oír misa, acompa-fiándose de dos trabajadores de su confianza que harían de testigos, y que el casamiento se verificaría á puerta cerrada dentro de Ja iglesia para no dar pábulo á los vecinos del lugar.
Así, una vez que hubo hecho e! propósito, comunicó el viejo su plan á la joven.
Muy de mañana» pues, y pasados los días necesarios para el arreglo de toda clase de papeles* púsose de punta, un domingo, el buen hombre, con algo de estrañeza por parte de Antonia, que no acostumbraba á verlo madrugar de aquel modo* y mandó á Hoque y á otro trabajador que aparejaran las bestias, porque Concha (y alzaba la voz para que esta lo oyera) había manifestado deseos de ir á misa y era preciso que ellos y el viejo Ja acompasaran.
A decir verdad, Antonia no acogió mal la noticia, menos aun, cuando oyó que no irían solos el viejo y la muchacha.
—¿Que borrico se querrá morir pa que él mraugue tanto y searranqueá ir al pueblo?—
rumió írt mente Antonia, que aun no había desarrugado el ceno desde ía noche en que evitó el peligro cerca de la reja.—Si no esque se arrepienta, anadió, de sus malas pasadas, y quié meterse ¡t beato____
V con eslas indecisiones entre cejas» erUróee cocina adentro y empezó á remover cacillos y peroles.
—¿Te has olvidado de que vamos hoy á misa? preguntó el viejo asomando la gaita a) cuarto de la joven*
—¿A misa? —dijo olla sin caer al pronto en el ardid.
—Sí, mujer; estás durmiendo todavía.
Y como de pronto cayera en el enredo, da-mó con voz de pájaro que se despierta cantando en eJ nido.
—SI, sf, no me acordaba, ítJJá voy.
El acento se to hubiera envidiado la actriz más consumada del mundop tal es la condición de la mujer, aun siendo tan inocente como Concha*
Vistióse con todo esmero, porque á rasarse sabia ella que iban las personas muy engalanadas, y .saltó á Ja explanada con los signos del insomnio en el semblante,
Vna vez á las ancas del caballo » agarrada con un medio abrazo al viejo, que también, á pesar de sus disgustos, habíase puesto et enatrio Jo más rico y vistoso del arca, como viniera el sol rlcí lado del mar en forma de varillaje de alianico, tiñéronse de fuego las des figuras hasta el comedio de Jo» cuerpos, y Concha tuvo que poner sobre su rostro abierta la vitela, para enviar á Antonia y A Jos que se quedaban su saludo. '
Loa acompañantes echaron una detrás jotro aJ costado de Ja bestia, y empezaron á caminar por Ja vereda*
Sea que una vez hecha su resolución de remediar Ju falla y de lomar por esposa á su sobrina, el alma ilei viejo volcó, como si dijéramos, su carrada de culpa, y quedó libro del peso; sea que el aire do la uiaftana y la persr-pectivadeí papuje alteraran su vista y sil cerebro, ó sea simplemente que el verse con una mujer lan hermosa á Jas ancas, rodeándole liara forzar más el argumenta, con uno desús brazos el talle, despertara en el ganas de retozo y de jileco, es Jo cierto que Ja risa, (¡un rara vez sulla asomar á sus JaJtios, tos abrió no bien dejaron á espaldas eí cortijo, y comenzó á embromar á Ja muchacha.
KlJa sen lía i/n goce suprema a el gocc sublime y puro, en Ju posible, que puede caber en una naturaleza sensual, aJgo á Ju helénica, cuando lo espontáneo y desprovisto de artificio atenúa lo feo deJ parado,
Pero lo más notable era que ella, que nunca había montado de aquel modo, se pegara con lat arle al cortijero» no pudiéndose achacar Ja destreza sino á evidente milagro del amor.
Por su parle, él recogía, reunía, torno dice quien Jo entiende, eJ brioso caballo para que se alcanzara con Jos bjazns a! pretaJ, y hacía Irazar al cueJIo de Ja bestia un arco gentilísimo, arco como no se ha visto otro igual ni en los caballos del clásico YeMiquez»
Hien es verdad, que en clase de viejo, y de » jejo rico y noble, que no es lo inismo que viejo á secas, el tío Sebastián era de Jo más currutaco en Jlegando La ocasión rodada, y como Ja ocasión no podía venir más de perilla, desdoblada y desdoblaba, si asi se me permite jugar con las palabras, sus facultades de caballista, y entre el brio que habla adquirido su cuerpo a causa de las excitaciones de) amor, Ja juventud lozana de ella y la suprema gallardía del caballo, si la vejez había pasado cerca de la pareja, el amor habíale dicho «perdonan, v nadie podría tomar á burla que ella fuese colgada á su cintura.
Los sarmientos llenos de pampa ñas que remedaban grandes y verdes mariposas, parecían (iiierer apartarse para que atravesara Ja felicidad en forma de enamoradas personas.
Ilabfa en el aire que respiraban remolinos de átomos de oro, moléculas de luz que vibraban como una sinfonía sin ecos de la tierra, y parecían beber con los ojos en el dia, en el sol, en la atmósfera donde se descuajaba el rocío, el aliento de la vida universal que surgía de la naturaleza.
Kl caballo parecía tener inteligencia de lo que pasaba. Movía los arrogantes brazos terminados en cascos amplios y lustrosos, y los alzaba con gentileza bajo el ancho y robusto pecho, que avanzaba majestuoso, de frente, con potestad serena y magnifica.
Su nariz ampliaba á cada aspiración los cercos por donde entraba zumbando la vida y dejalia exhalar el aire convertido en vaho ca* líente que llenaba la boca del bruto de caldeadas golas de vapor.
Las ancas se movían con la armonía de miembros de una.escultura viva y herniosa, y en el haz de crines flotantes parecido al penacho de espuma de un torrente, la luz .orinaba brillantes tornasoles y colgaba un velo de rayos y reflejos. _
A veces, sujeto de árbol á árbol en medio del elimino, tendíase un finísimo hilo de araña á ircjzos amarillo, A trozos azul, yá trozos violado, y al contarlo con la soberana cerviz el caballo, La hebra rozaba el rostro do ambas personas que llevábanle instantáneamente la mano á las mejillas para apartar cJ bilo luminoso. Rolo como un cable de luz, quedábase tendido en el aire, donde se mecía con el lento moverse de la niebla..,,
Uc pronto pasó rogando casi sus caías una acelerada riña de mariposas que Irazaban trescientos ángulos por minuto, Concha alargó las manos para alcanzarlas y sin poder coger más que algo de polvo de ore de sus alas, lo mirú al sol sobre el color de rosa de sus dedo», sonrió á Jos juegos de luz que iban haciendo fos insectos.
Había que ver el paisaje infinito, circuido á Ju lejos por nubes cumo cordilleras, con lis-eos de nielólas eu las cimas y prismas que brillaban al sol como sangriento campo de batalla, Los rayos que venían del horizonte atravesaban e) toldo de chispas de oro que las mañanas próximas á otoño suelen tender en loe aires.
El pueblo adonde iban, ensenaba su campanario allá tejos, esfumado entre el golfo de moléculas, y la campana hacía venir su eco en medio de placideces divinas como si fuese la voí de Dios que resonara sobre los caví pos.
K veces pasaba un pájaro que conducía una rarga de sol y colores en las nlns, y Concha quedábase mirándolo alejarse y alejarse, basta que á semejanza de materia que se disuehe en el agua, ía distancia lo reduela á nn punto levísimo, y por fin se disolvía en el espado. Llegaron ni pueblo á tiempo que salía Ja genie de misa, y á pie recorrieron la calle que conducía á la iglesia.
Loa trabaja do res que habían de servir de testigos, entraron con el viejo y Concha en eJ templo, y después de la confesión de Jus culpables, adelantó eJ reducido grupo al altar En medio de la ceremonia, las almas de ambos verilicaron el puro lavatorio de sus culpas, y bañadas de un reflejo místico auedaron una y otra sujetas al amor, como al cuerpo del pájaro van unidas un ala y otra ala....
XXI: LA CENCERRADA
La noticia, en los primeros días contenida , del casamiento del ex-tñudocon flor tan Lo-lana y fresca como Concha, rebosó del cáuce donde tuviéronla contenida, y como agua derramada desde una eminencia, qne ese privilegio tienen las cosas caídas de Jo alto, bajó partiéndose en infinitos raudales por Ja comarca, cantando cada chorro y pregonando cada salto la nueva sorprendente e inesperada.
£1 viejo, que creía poseer sJo en unión de su esposa y dos personas más el secreto, sintió * moción igual a la que sentiría si teniendo fija una luz delante de los ojos, Le interpusieran un cristal profusamente tallado: la luz se multiplicaría hasta Jo infinito.
En un solo momento vió reproducida la
nueva en profusión seras que sonreían de esa maliciosa manera que se sonríe en asuntos de amor, y con su buen juicio y mejor experiencia comprendió que no podía librarle poder alguno de la cencerrada, así fuera él mucho roas sanio y noble de lo que era. y así contara con más influencia y más petaconas de las que poseía.
Sardina enseñada á una pelota de gatos no produjo nunca más regocijo, ni más bulla, ni,pur decirlo de mía vez, más jolgorio, que aquella bomba que estallaba en medio de la comarca, ni tampoco se dispuso más pronto cosa alguna que se dispusieron en todos los cortijos las cencerras usurpándolas á las realas; se desempolvaron las latas de petróleo; alcanzáronse de Jas chimeneas los almireces; sacáronse de las cocinas los cacillos, acaricióse el rabo á las Marlenes; echáronse de sus sitios los caracoles; se hicieron porras para dar golpes de bombo á Jas caldmsj requiriéronse los platillos de las parrandas; tiróse deJ carrizo de Jas zambomba^ y se trajo á retortero cuanto objeto era rapaz de música ó de ruido, todo coreado por imítales risotadas y horribles contorsiones, como si se tratara de ír á degollar un pelele ó á hacer cosa irrisoria parecida.
Roque scnlía hormiguillo en todo el cuerpo! y le andaba una zarabanda de diablos en los nervios que íe trasponía de placer, cada vez que pensaba en que él pudiera también pa-sarseat enemigo y darle matraca á su amo» naciendo lanzar el dofóndolón á una cencerra, y confundirse con la marejada de gen le que, no bien se echara encima Ea noche, bajaría, como lo tenían conven i do , por aquellas laderas, levaniando espantoso ruido Je aquelarre.
Una vejE resuello á pasarse, se disfrazó lo mejor que pudo; metióse en /a cuadra; alcanzó de nna estaca Ja cencerra cogiéndole el badajo para que no alborotase y lo denunciara, y traspuso con e)Ja hacia otros Jagarea, apostándose en el camino hasta que llegara Ja hora de incorporarse a las lilas do íos que descendieran,
Era la primera jugada que hacia al santo varón, pero por aquellos dias andaba desalentado con el nuevo descalabro que sufrió en forma de orondas calabazas, de parte de Rosario, y ya que no podía hacerse querer de la que le punía rostro mollino, tomaba aquella venganza con quien de huertas a primeras llevábase el primer palmito del contorno.
No lardó en cerrar la noche, que era más bien negra que parda: con lodo, veíanse manchas de luz plateada en Jas colinas, y Jos batimientos de sombra se alargaban pardos y confusos, pero no del todo siniestros.
En medio de ese augusto silencio del campo estaba sumido Roque, cuando un ero lejano, que no era voz mística de campana, sino au* tes bien de cencerra, vino á escarbar levemente en sil oído, del cual, como sí fuera hijo invisible, tiró y liró liadla poner al mozo río pié y hacerle llevar toda Ja potencia de sus sentidos al del oído.
El tropel de diablos que tenía en el cuerpo, dió un formidable brinco produciéndole un transporte de alegría: á aquella campanada de aviso, porque á no dudar to era, puso él en atto su cencerra dejándola pendiente del brazo, y, dándole con la mano libre al badajo, )c arrancó tan llena campanada, que chocando la robusta onda sonora en las hendidas pizarras de las laderas, rebotó y fué k dar en la cima de un monte, y de allí corrió sonando y sonando como voz repetida de alerta de pífto en pico y de cumbre en cumbreP hasta desvanecerse allí donde se alzaba el más dis-tanle cortijo*
»o fueron necesarias más señales. Tomo convenidos de antemano que estaban todos los moins y sirvientes de los demás íagares, eí son de la cencerra bailó eco en todas las que había en el contorno, y un lejano dolón dó-lón que al principio fue vago y confuso, pero
ue fuego se acentuó cuino patear de cscua-rón que se acerca, o jóse en todos los ámbitos y fué reproducido por todas las penas, aliándose un terremoto de sonidos como si trepidaran y vacilaran en sus cimientos las montanas.
A buen seguro que Jas brujas metieron espuela á Jas escobas al verse venir encima la tormenta, y los duendes echaron á correr por Jas cordilleras, y hasta el macho cabrío, que haría temblar su perilla sobre algún abismo negro, lanzaría su espurreo de cabra renunciando al aquelarre, porque era noche de sábado, y huiría á esconderse en alguna cueva siniestra,
A poco» ya no eran sólo cencerras Jas que alborotaban en los picos y atronaban cerros y cañadas: unas voces agudas y metálicas que en anuel monstruoso concierto representaban las altas octavas, dejáronse oir lejanas y leves» y fueron paulatinamente acercándose* semejante* á tromba de mosquitos que viniera á descargar en Ja llanura; eran Jos vocingleros almireces, que repicaban como campanillas de pJata en día de gloria y se despepitaban dando original armonía ai concierte*
Del fondo de la enmarañada sinfonía resallaban con eco ronco las sartenes porraceadas por tenazas y punzones, y echaban como carga* de sombra á Ja música, que Ja bacían grave y espantosa. Los cacillos hablaban como seises en las profundas caled raJes y destacaban sus ecos infantiles af lado de las tremendas la las de peiróJeo, que traían á ta imaginación Ja manada de osos hambrientos aJ correr impetuosos por la llanura-
Los caracoles alargaban el tirabuzón de su sonido imitando el bronco oleaje del mar y representaban Jo que en el árgano Jas trompas de batalla; Jos platillos exhalaban vibración aguda y fastidiosa, que se pegaba at oído como eJ hito de nota del mosquito ó el cerdeo fino y punzante del martillo dando sobre el yunque* Toda esta intrincada algarabía de Irébedes, latas, estrepitosas cencerras, roncas y subterránea ¿atnbombas, cacillos con vibraciones de rabo al descargarse en ellos el golpe, y sartenes que lanzaban su repique al preludiar en ellas Jos mariítlos, venía, se acercaba, ya resonando en una cresta coronada de gente que daba alaridos de júbilo, ya subiendo de una cailada como legión de ejército que fuera á lomar por asalto un castillo, y los hombres es* li echaban su circulo viniendo de todos lados del horizonte, y el cortijo quedaba encerrado en medio de Ja monstruosa invasión,
Desluciéronse los perros en ladridos al sentirse cercados de tan numerosa gente, y no sa-hiendo á que punto acudir, dábanse de encontronazos en Ja carrera y mordiscaban hoscos y terribles Jas parcrfes-" La primeva impresión del viejo al precibir chía y distinta hi cencerrada, fue Isi do terror y ni mismo tiempo de vergüenza, al vercúmo el instinln del pueblo y Ja severa autoridad de la costumbres, condenaban Jo que iba contra natura lezn, no siendo apto el pueblo mismo para dilucidar y poner en ciato el absurdo, digno de estudio en nuestro tiempo, por lo mucho que abraza y que comprende.
Instintivamente echú mano ai aire como quien desea coger un objeto para con él clavar puertas y ventanas, y después poner Ja indiferencia en sus oídos.
Mando atrancar bien fas maderas y echar Ja Nave á las cerraduras, y se dispuso a sufrir ta atronadora fiesta del ridículo que venían á ofrecerle de lodos Jados.
Nada decía la muchacha, que desconocía La costumbre, aunque vagamente hübla oído hablar de ella; pero también sentía vergüenza inexplicable que le encendía el rostro en ráfagas intensas
FueraP un espanloso tumulto, un motín semejante al de Jas insurrecciones populares, envolvía en una marejada el cortijo. cerrado á piedra v Jodo, y se posesionaba de fa explanada, de las tapias que rodeaban el edificio, de los lagares de pisarla uva, del cobertizo de Jos bueyes que minian, azollispados, fa cornamenta, y de todo lo que podía servir de mirador cerca de la caso.
\W\ eslaba montado en una cabezada de toldo el cínico y espantoso Juan Ucquejo, arfiero del cortijo inmediato, con la bocaza abierta de risa y la cencerra puesta en alto arrancándole su nota grave y pausada; vetase allí al regocijado Periqtifn, trabajador conocido en la comarca por sus i naca habí es decires á las mozuclas, para ías coa les punteaba primorosamente la ¿miaría y lanzaba, suspirando, su c- pJa; hacíale compartía eJ tonto H(meales, dando manotadas al aire, ya míe el idiotismo impedíale lanzar palabra, y ecbaba la risa imbécil como pavo í|ue estornuda su canto; alzábanse en « n rt&tUin compadres en des ver*
Ííiienza y compañeros en barbarie, dándole á a mandíbula con golpes atronadores de risa y A Ja lengua con afrentosas chanzonelas; lodos, nnos dando golpes y martillazos á tas sai lenes, otros arrancando su pía nido á Jos a (mi-reces, Jos de aquí soplando en caracol con fuerza que ponía estallando sus lagrimales, los de allá arrastrando sobre las puntiagudas piedras fas latas de petróleo que acabaron por intimidar y hacer huirá los perros, dirigían desde todos los punios de la casa una llovía de improperios al recién casado, (pie allá en sus habitaciones mordíase los labios de rabia y pascábase como fiera enjaulada y furiosa.
En los cortijos que á lo lejns ensenaban sus bocas de luz en la sombra: en Las casas de campo que salpicaban el terreno y se extendían como pueblo diseminado por la costa, ladraban furiosos Jos mastines y daban tiro-nazos á las cuerdas, deseando salir dispara -dos. Toda la gente en diez leguas á ía redonda salía á Jas portadas á oir Ja enorme cencerrada y á comen lar y zaherir Jos méritos y circunstancias de Jos esposos.
Tres mortales horas estuvo la matraca dale que dale y ronca que ronca á Ja puerta de h casa del viejo, y otras (antas estuvo publicándose la noticia k los cuatro viento*; hasta que rendidos loa brazos de apalear sartenes y peroles, cansadas las manos de darle á las zambombas, desfallecidos los alientos de introducir aire en los caracoles, desmayadas las bocas de vomitar injurias y amenazas, afónicas Jas gargantas da Janzar gritos y denuestos, tocó aquella infernal batahola a dispersión, y se derramó» semejanteá retirada de escuadrones en batalla, por los despeñaderos.
Las cañadas despertaban sus ecos al paso de la imponente tiesta nocturna, mezcla de zambra y aquelarre, y salían Jas aves disparadas de las frondas dejando cortado sn sueno, y las culebras taladraban la hojarasca arrastrándose con fiero silbido, y Jos lagartos removíanse en sus guaridas de piedra, y el suelo entero retemblaba al rumor de trompas y bocinas. '
La invasión diseminóse por las laderas subiendo pendientes y repechos, coronó como soldados en días de guerra los picos y las cimas, fué gradualmente alejándose con sus músicas y ruidos á semejanza de los círculos que se abren y amplían, y desvanecen, en el Jago, vibró ía última cencerra en Ja distancia, vino cabalgando en el viento el eco del postrer caracol, y el silencio echó su piedra pesada sobre Jos campos, dejando sumida en profundo silencio la comarca.
fin.
Appendix A
- Holder of rights
- José Calvo Tello
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- TextGrid Repository (2022). conssa. El gusano de luz. El gusano de luz. CoNSSA: Corpus of Novels of the Spanish Silver Age. José Calvo Tello. https://hdl.handle.net/21.T11991/0000-001B-DCD5-B