ESCENA PRIMERA

Atenaida, oiga usted, acorte el paso.

(

) ¡Ah! El doctor Arimán. Dispénseme; tengo mucha prisa. Voy á tomar el tren mixto en la estación de Valflorilo. (

)

Allá voy yo también; tenemos tiempo.

Prefiero esperar al tren á que el me espere á mi. (

)

¿Va usted á Ursaria?

Allá voy.

Ya sé que le ha salido á usted una buena colocación.

Sí; un señor de los más acaudalados de Ursaria me ha confiado la educación de sus niñas.

Ya lo sé.

Usted lo sabe todo. (

)

Ursaria es una capital deliciosa, metrópoli de esta Farsalia-Nova, país de cucaña. Como aquí no se conoce la justicia, los aventureros y desahogados están en grande.

Ya llega el tren; voy á buscar sitio.

Y yo á buscar á unos amigos que vienen aquí para reunirme con ellos.

ESCENA II

(

) En su nueva colocación, Atenaida, no le faltará trabajo. Domar señoritas huérfanas de madre; pulimentar sus entendimientos bravios; prepararlas para el matrimonio… Estará usted en sus glorias. Es usted la criatura más laboriosa que se ha conocido, pues para usted el descanso es… algo como un estado morboso.

(

) Trabajo de continuo, más que por virtud, por horror á la ociosidad.

(

.) Aprended, juventud frivola.

Ya aprendemos, maestro, y admiramos á la señorita Atenaida.

La hemos conocido en Toledo, regentando una escuela de ochenta niñas. (

.)

(

) Esta ejemplar criatura no pierde ripio; hasta los momentos soporíferos del tren los aprovecha para instruirse.

Eso no es instruirse, es rezar.

¿Qué sabéis vosotros, tontainas? Lo que lee nuestra linda compañera de viaje es el Tratado de la Conciencia. Atenaida practica el principio de subordinar sus acciones al fuero interno. Es el mejor sistema para ponerse á tono con la armonía universal.

(

) Doctor, déjeme en paz; usted me abruma con sus lisonjas. Yo no soy más que una mujer vulgar…

No se me oculta que usted es una mujer extraordinaria.

Qué risa.

El culto de la conciencia y el trabajo nunca interrumpido, conducen á la sabiduría del bien y del mal.

Esa sabiduría no la tengo yo.

La tiene usted aunque no lo diga. (

) Noto que rehuye usted el hablar conmigo; pero soy algo machacón, y aunque usted sostiene que yo lo sé todo, no es verdad, amiga mía: ignoro muchas cosas, y si usted me lo permite le haré una pregunta.

(

) Pregunte lo que quiera.

¿Qué sabe usted de Alejandro, el buen Marqués de Rodas?

Tiempo ha que no le veo; según tengo entendido, hoy padece más que nunca la fiebre de los negocios, y éstos le van bastante mal.

Yo pensé que al enviudar se casaría con usted. Me consta que usted le amaba y era tiernamente correspondida. Por su desvío, ¿no le guarda usted rencor?

No soy rencorosa; Alejandro es bueno, es honrado, y observa las leyes morales y sociales con un rigor absoluto.

Por eso le salen torcidos todos los negocios. ¿Vive en Ursaria?

Tal vez; pero no puedo asegurarlo.

Pues si reside en la capital, allí encontrará medios para enderezar sus negocios y recuperar los caudales perdidos.

No lo sé. Lo que sí aseguro es que Alejandro no se apartará jamás de la Razón y la Verdad.

Yo conozco bien la sociedad de Ursaria. En otro tiempo Alejandro fué muy amigo del caballero cuyas niñas va usted á educar. Es probable que los que antes fueron amigos lo sean ahora también. Y á propósito: en aquella casa hallará usted buena ocasión de labrarse un sólido porvenir.

(

) ¿Yo? ¿Cómo?

Don Dióscoro de la Garfia es viudo… y viudo aburrido de su soledad. Si usted tiene arte y sutileza, podrá pasar de institutriz á señora de la casa.

Usted bromea, doctor.

Y don Dióscoro tiene un hermano llamado Pánfilo, que también es viudo y cansado de su soledad. Usted, Atenaida, está dotada de encantos físicos y espirituales, y si á esta fuerza nativa añade usted un poco de estrategia coquetil, podrá conquistar el tálamo de cualquiera de los dos hermanos.

¡Que cosas se le ocurren á este doctor!

Ambos hermanos son ricos, ó lo parecen. Ursaria es en estos tiempos terreno fecundo para los hambrientos y sedientos de fáciles provechos.

Por lo que usted dice, en Ursaria domina la mentira, y yo…

Usted tiene su entendimiento empapado en ese libro que hace un rato leía. Pero fíjese bien en lo que le digo, amiga mía. En ese libro falta un capítulo, que se titula: De la Elasticidad de la Conciencia.

¡Oh! no. (

)

Si el capítulo no existe, invéntelo usted y no se arrepentirá de ello.

¿Se quedan ustedes en esta estación?

Sí; es la estación de Yeserías. Como profesorde Química, tengo que dar un informe sobre la salubridad de las excavaciones.

Bueno. Adiós.

Es fácil que nos veamos en Ursaria. Agur.

(

)

ESCENA III

Ya están aquí esas idiotas; seguid vosotros hacia las excavaciones y entretened á las comadres con algunas ceremonias que den regocijo á sus corazones amojamados; yo busco á esa que adereza sus enredos con parrafadas de una filosofía hueca… esa que responde por Celeste, aunque su verdadero nombre es Celestina. Ya me ha visto, y brincando como una cabra loca viene hacia mí. Seguid vosotros, y dejadme solo con ella. (

) Ya te veo, Celestina…

Perdona, ¡oh Príncipe!, si por centésima vez te suplico que no me des ese nombre; pues si es cierto que con el crisma me lo aplicaron, yo reniego de él, porque el vano vulgo lo usa para designar á las que practican el vil oficio proxenético, sin elevarse á los filosóficos principios que yo empleo para conquistar almas y llevárselas al señor tuyo y mío. Llámame Celeste, nombre suave y peregrino, que me da calidad y metimiento en mi trato con los mortales.

Pues te llamo Celeste, y añado que esta noche no vengo más que á platicar contigo.

(

) Noches ha, Señor, que he venido á buscarte á este campo de nuestros sagrados ritos. En vano te esperé, y mi desconsuelo fué tan grande como es esta noche mi alegría. Déjame que te adore…

(

) No vengo á que me adores; apártate.

Adorarte quiero. Déjame que te bese el tafanario.

Suprime esta noche el ósculo de acatamiento.

(

) Suprimamos el rito y hablemos de cosas del mundo.

¡Oh, el mundo! Por un lado, los tiólogos, atrapando á la gente rica con el cebo de la bienaventuranza eterna; por otro, los filósofos, con su jerigonza materialista, han puesto á la humanidad en tal estado de corrumpición, que poco tendrá que discurrir nuestro Señor Satán para hacerla suya. (

)

No estás en lo cierto. Tu mucho saber de filosofías marchitas y de místicas zarandajas te hacen desvariar. Vuelve on ti, hermana Celeste, y reconoce que la familia del antes poderoso Baal está en innegable decadencia. Mi tía la Serpiente duerme enroscada en sí misma un sueño secular. Pasaron los tiempos en que eran nuestras, grandes extensiones de humanidad en este y otros planetas. Con sutiles artes ha conseguido arrebatárnoslas el Padre Universal que nos echó del Paraíso. Ya no nos queda más que esta faja de terreno donde hemos podido establecer, aunque de una manera transitoria, el imperio de la deliciosa Sinrazón, ley de la mentira provechosa, holganza de las inteligencias, triunfo de las travesuras, terreno en que medran los tontos, se enriquecen los audaces, y todo va al revés de lo que ordenan las antiguas pragmáticas del Padre Universal. Para sostener este tinglado nos bastan hechizos y sortilegios de poca monta, en los que has demostrado tu capacidad para volver lo blanco negro y turbar las almas candorosas.

Me dejas atónita y turulata con eso que me dices de nuestra decadencia. Pues tú piensas que vamos á menos, yo me someto al rigor peripatético de tu disciplina, y aquí estoy para lo que me mandes. ¡Oh Príncipe mío! (

) La hermosura del cielo en estas noches me hizo creer que tendríamos gran solemnidad en nuestro rito. Fíjate, Señor: nuestra divina Reina Astartó me hacía guiños hace un rato…, y ahora otra vez.

Yo no puedo apartar mis ojos del planeta Marte.

De allí sale la ira que viene á encender la discordia en este mundillo nuestro.

No es ira lo que nos viene de allí, sino la onda potente que engendra en el suelo de la Farsalia-Nova la desorganización ética, fundamento de nuestro poder. Esa onda es como un tumulto de carnaval, que nos trae la burla disfrazada de lógica y la mentira con careta de verdad. (

)

Ya te entiendo, Príncipe mío.

(

) Ahora, Celeste, á todas las comadres y comadrejas que han venido esta noche, diles que monten en sus escobas y se vayan cantando bajito.

(

) ¿Te acompaño, Príncipe?

No. Antes de separarnos, oye un momento: ¿Conoces tú á una tal Atenaida, bien parecida y afable, antaño educadora de niñas pobres, hogaño de niñas ricas, y tan activa que no conoce la ociosidad?

La conozco. Sin presumir de sabia, lo es; se acuesta con los libros, y dormida se sube á zancajear por lo que llamamos el éter de la cosmogonía sublime. Hablando en plata: la tal Atenaida es una remilgada, que con la profilaxis y otros arrumacos de la conciencia, quiere labrarse la opinión de honestidad.

¿Te atreverías tu á tentarla?

Ya lo intenté hace un año. Le propuse con discretos halagos que aceptara la plaza de ama de un canónigo que estaba prendado de ella, pero nada conseguí. Es muy tozuda.

¿Te atreverías ahora?

¿Pues no he de atreverme? Es guapa moza, y gusta del buen vestir y de las alhajas de ley. Torres más altas han venido al suelo. ¿Tienes algo más que ordenarme, Príncipe?

No… (

) Sí; espera un poco. Fíjate bien en lo que voy á decirte, que es cosa muy delicada: A estos dos Príncipes que andan conmigo…

No están aquí; han ido con las otras compañeras á las excavaciones.

Quiero decirte que no prestes gran atención Nadir y Zafranio, que, como sabes, gobiernan conmigo esta región; mas el Padre Satán dispuso que yo fuera el jefe y ellos mis subalternos.

Ya lo sé; pero sospecho, querido Príncipe, que los tres andáis desacordes ó, como si dijéramos, inarmónicos.

Tú lo lías dicho. Zafranio y Nadir disponen algunas cosas sin contar conmigo, y esto no puede continuar.

Eleva tus quejas al Padre Satán.

¡Ay, Celeste! De algún tiempo acá, el Padre dormita con letargo profundo en los brazos ardientes de Astarté. La relajación de la disciplina infernal se manifiesta ya en todas las esferas de la humanidad sidérea y terrestre.

(

) Me haces temblar, Príncipe pero, en fin, ¿qué me mandas?

Que cuando esos te den alguna orden, antes de cumplirla vengas á contármelo. (

)

Después de celebrar el rito, se han ido con las brujas á Ursaria.

Por esta otra parte, también nosotros nos iremos allá.

Pues vámonos.

Tú por delante. ¡Agur! Yo tengo que dar un gran rodeo.

¿Dónde nos veremos?

No te cuides de eso. Ya te encontraré yo cuando te necesite.

ESCENA IV

Sírvenos pronto. Malcarado, que tenemos prisa.

(

.) Allá va. ¿Pa qué tanta priesa, si vus pasáis el día ganduleando en las calles de Ursaria?

No ganduleamos, tío Malcarado. ¿Qué sabes tú?

Para nosotros el día es noche, y vivimos soterrados.

Trabajamos en el alcantarillado de la Gran Vía.

Buen alcantarillado tenéis vosotros, vagos de día y danzantes de noche. En fin, ahí tenéis el Café, y despavilad pronto. (

)

(

) La paz de DÍOS… (

)

¡Hola, señá Rebeca! ¿Viene usted á tomar la mañana?

(

) Hijo, tomo mi copita !ay! para matar el maldito histérico, esta fatiguilla del estómago…

Venga acá, señá Rebeca.

(

) Buenos días, Pajón. ¿Y tu Niño? ¡Ay, qué mono! Le daré un besito en el cristal. (

) Hoy me sobra un cinquito, y se lo voy á dar á tu Niño para que me dé un buen día. (

)

(

) Y yo, que también soy devota del Niño, le voy á dar otros cinquito.

Pues mi Niño, que es muy agradecido, os dará ciento por uno.

(

) Se saluda al tío Malcarado, al tío Pajón y á toda la parroquia.

Adelante, Basilio.

Mi churro, mi café Con gotas. (

) Eche usted y no se derrame, tío Malcarado.

¿Qué tal, Basilio? ¿Está usted contento en esa casa donde sirve?

¿Cómo no he de estar contento? Llevo más de cincuenta años con don Dióscoro de la Garfia; soy como de la familia.

Dicen que eso de La Filantrópica va muy bien.

Sí; con esa máquina que ha inventado mi amo, entra mucho dinero en casa.

Yo tengo unos ahorrillos de lo que heredé de mi tío el alcalde de Tembleque, y los pondré en ese Montepío.

Pues si yo heredara, como dicen, de un pariente mío lejano, que desciende de los Virreyes del Perú, también impondría en ese Tesoro de los pobres.

Buena, muy buena, es la casa de don Dióscoro. Siempre que voy allí, las tres señoritas me obsequian y me dan limosna.

Diga usted, Basilio: ¿es verdad que las tres niñas de la casa son bobas?

¡Qué disparate! ¿Bobas mis niñas? No, señor. La mayorcita, señorita Protasia, es un poco alelada de su natural; pero yo digo que bajo aquella capita manzurrona se esconde un talento muy picaro… Ea, señores, yo me voy á mi obligación. (

)

(

) Conque… tomada la mañanita, vamos á trabajar.

(

) Trabajar es nuestro destino ¡ay! Hoy es sábado y tengo que recorrer catorce casas. Zafranio, ¿nos veremos luego?

Comadre Rebeca, yo iré esta tarde á casa de la Moñotriste. (

)

(

) Separémonos aquí. Confío en que os ajustaréis estrictamente al plan convenido. Vosotros ya sabéis…

Descuida. No discreparemos de lo pactado.

Visitad los lugares en que hierven el vicio y el libertinaje. Introducios con palabra falaz en los cerebros dañados y revolved en ellos hasta que no quede una chispa de razón.

Muy bien.

Soplad con todo vuestro aliento infernal en los corazones corrompidos, para que lleguen á la completa insensibilidad.

Se hará. Y tú…

Yo trabajaré en esfera más alta. Desde hace unos días olfateo una res de mayor cuantía, y os juro, por las barbas del Padre Satán, que no he de parar hasta cobrarla.

ESCENA PRIMERA

Niñas, tengan juicio y déjenme trabajar; bonito habéis dejado esto; papeles rotos, recortes de trapos…

(

.) Pero tonto, ¿no has visto que aquí damos con Atenaida las lecciones de escritura, de costura…?

Aquí damos las clases cuando el tiempo está bueno. (

)

¡Ay, ay! No sé cómo os aguanta vuestra maestra, la dulce Atenaida, la gran filósofa, astróloga, nigromántica, no sé; yo no entiendo de eso.

Ni de eso ni de nada. Esos disparates los has aprendido en la buñolería de Malcarado, adonde vas tempranito á tomar la mañana, borrachín.

Hortelano, á tus lechugas; jardinero, á tus flores.

(

) Flores sois vosotras y os cuido; os quiero mucho.

Nos quieres mucho, viejecillo de nuestra casa.

Tú nos viste nacer.

¡Uy, uy, que os vi nacer! Yo servía ya en esta casa cuando nació vuestro padre, don Dióscoro, y vuestro tío, don Panfilo.

El tío Pánfilo, el hombre de la previsión.

El que jamás hace cosa alguna sin medir los pasos y contar los minutos.

Por eso todo le sale bien. Aprended de él, casquivanas.

Nosotras no tenemos por qué quebrarnos la cabeza pensando esas cosas.

Lo que tenemos que aprender, la vida nos lo irá enseñando.

Bonita vida os aguarda si no sentáis la cabeza. Vuestra hermanita Protasia, á quien todos tienen por boba, antójaseme que va á resultar la más lista de las tres.

¡Pobre Protasia! (

) Pero, ¿qué hace esa chica?

Está buscando el grillo que se le ha perdido»

(

) Ya lo encontré; aquí está el muy pillo. (

)

Ven, alma mía; aquí tengo las lechuguitas para dar de comer á tu ganado.

(

) Dame acá, Basilio. Este, que es el que yo llamaba Roqui-Roqui, tiene voz de barítono, y cuando él canta los demás hacen ríqui-ríqui y ráqui-ráqui, resultando una orquesta preciosa. Ya la habéis oído.

Sí, la hemos oído.

Menuda escandalera arman todas las noches.

Voy á darles de Comer. (

)

Es feliz en su idiotez.

¡Qué inocencia! Vive en el limbo… No ha podido aprender ni siquiera el abecedario.

Compadecedla. Yo también la compadezco, pero la quiero tanto como os quiero á vosotras; y cuando vosotras os caséis…

¿Tú qué sabes?, simplón.

¿Pues no he de saberlo, con cincuenta años que llevo en esta casa?

Ya eres como de la familia, y nuestras penas y alegrías son también tuyas, viejecillo sandunguero.

(

) Sí, sí, niñas de mi alma, lo sé todo. Tú, Calixta, te casarás con el primogénito del Marqués de Casatrolas, senador él, exministro él, y no sé qué más… Y tu boda, Teófila, ajustada está con Leandrito Hiperbolos. Ya veis que todo lo sé.

Eres muy listo y nada se te escapa.

Seremos felices, viejecillo. ¿Querrás venir á vivir con nosotras?

¡Ah, eso no! En esta casa pienso acabar mis días. Aquí estaré cuidando á la pobre Protasia.

Que no se casará.

¡Ah! Yo no aseguraría que vuestro padre, que es muy allegador, no coloque también á Protasita.

Imposible. ¿Quién podría cargar con una idiota?

Sería absurdo.

Queridas niñas, vosotras empezáis á vivir. Yo soy perro viejo; he visto mucho mundo, y en mi larga existencia he podido comprobar…

¿Qué?

Que la máquina del mundo está algo trastornada, y lo que parece disparatado suele prevalecer sobre lo que… (

)

¿Quién llama?

(

) Es el Santo Pajón.

Si ayer le dimos; ¡vaya con el moscón!

Que vuelva otro día.

(

) Tío Pajón, que otro día será… Ya se ha ido. (

) Vuestro padre viene; basta de palique. (

)

ESCENA II

Chiquillas, ¿qué hacéis aquí?

Salimos á respirar el aire libre antes de empezar nuestras lecciones.

¿No ha venido Atenaida?

Ya no tardará.

Adentro, niñas.

Sí; Tamos á repasar la Filosofía. (

)

Yo me voy á casa.

¿Volverás?

Sí. Tú, Hiperbolos, tráete ultimado el asunto de la Filantrópica.

(

) Aquí llevo los nuevos estatutos para que me los firme el ministro.

Bien; adelante.

Y ahora, hermano mío, te repito mis advertencias. Como yo soy la previsión, ya lo sabes, y quiero ponerte en guardia contra los acontecimientos imprevistos… Alejandro…

Ya sé, está arruinado.

Hállase en las angustias de la muerte crematística.

¿Y crees tú que vendrá…?

Preveo que ha de venir á pedirte auxilio para prolongar su existencia por algunas horas.

(

) Como ya no puede respirar, viene á que le demos balones de oxígeno.

Eso es. Pues bien, Dióscoro: ten entereza y no le des nada. El hombre arruinado por su mala administración debe perecer.

Ya estoy prevenido. A buena parte viene. (

)

(

) El señor Marqués de Eodas.

Que pase al momento. (

)

(

) Ven, ven; vámonos á lo nuestro. (

)

ESCENA III

¡Oh! querido amigo…

Tu semblante revela salud, alegría.

Sí, sí, estoy muy contento; muy contento.

(

) Alejandro, adiós; felicidades.

Ahí tienes á Dióscoro, que te espera…

Dióscoro, el bueno, el generoso amigo. (

)

ESCENA IV

Dióscoro, amigo del alma, vengo á…

Ya sé; lo de siempre. Vienes á contarme tus cuitas, tus quebrantos.

Las penas mías ya las conoces. He llegado á la extrema perdición. Estoy en las últimas ansias, harto de sufrir golpes y reveses; ya no puedo más. Tú sabes que he consagrado lo mejor de mi vida á negocios lícitos; he sido guardador escrupuloso de los deberes sociales y esclavo de la verdad.

Con la verdad pura, querido Alejandro, con la verdad neta, no siempre obtenemos el éxito en nuestros negocios.

Tú lo has dicho. Yo he venido á comprender que es error grave en los hombres de negocios el ajustamos ciegamente á las leyes divinas y humanas. En mis tristes insomnios he visto claro que, hallándose nuestra sociedad fundada en la mentira ó en las ficciones inveteradas, es locura mantenerse dentro de la razón y de lo que llamamos deberes; otros tantos artificios inventados por la turbamulta humana…; más claro: el que se ajusta estrictamente á la verdad y á la razón, tropieza, cae y se precipita en los profundos abismos.

Donosa es tu idea, pero no absolutamente desatinada. Siéntate y hablemos. (

)

Pues si esto no te parece desatinado, dame tu opinión sobre lo que ahora voy á decirte. Estoy decidido á cambiar de conducta, adoptando desde hoy el criterio de los procedimientos mentirosos.

(

) Amigo, no tanto; cierto que la verdad y la mentira son términos elásticos y convencionales; sin embargo, conviene guardar ciertas formas y no proclamar el imperio de la Sinrazón.

Pues yo te aseguro, querido Dióscoro, que la gran mayoría de los seres humanos en esta diminuta región del mundo, no merecen la verdad; démosle lo suyo: la mentira.

¿Y crees tú que con ese nuevo sistema han de cambiar tus infortunios en prosperidades?

Así lo creo. Una voz misteriosa susurra en mi oído que seré dichoso cambiando de sistema.

En buena lógica, de la mentira sistemática, según nos han enseñado, no puede salir nada bueno. Lo mismo te dirá mi hermano Pánfilo, el hombre esencialmente práctico y previsor. Lo mismo te dirá la profesora de mis hijas, tu amiga Atenaida, que es mujer de claro sentido.

No hagas caso de Atenaida ni de Pánfilo. Harto de la dichosa lógica, me entrego desde hoy á lo absurdo, el gran resorte, créeme á mí, de la existencia humana; y no me hables tampoco de previsión. Yo me he pasado la vida previendo las cosas, adelantándome con mi pensamiento al suceso favorable, al suceso adverso, lo mismo cuando se trataba de un negocio que de asuntos de familia. Pues siempre que hice alarde de previsión he salido mal, muy mal; prever mucho y equivocarme siempre. Nada, nada; ya para mí no hay más divinidad que la imprevisto, la Fatalidad.

Aunque lo imprevisto está fuera de toda ley r no debemos despreciarlo; y en cuanto á la Fatalidad, no se puede desconocer que en muchos casos engendra las situaciones fundamentales de nuestra existencia.

¡Ay, amigo! ¡Cuánto me agrada oírte! Soy el ejemplo vivo del imperio de la Fatalidad. Nací, como sabes, en un hogar campesino y apacible. Mi padre, rico labrador de Jarandilla, en la feracísima Vera de Plasencia, me crió y me educó para que yo le sucediera en las faenas agrícolas; pero mi ambición juvenil apetecía horizontes más amplios. En desavenencia con mi buen padre, viví de los quince á los diez y ocho años; él quería sujetarme á la tierra fecunda; yo quería desprenderme de ella… En fin, mi anhelo de la vida urbana venció la terquedad de mi padre, y éste me mandó á Madrid á estudiar Derecho, Filosofía y Letras; ya sabes lo demás; juntos estudiamos en la Universidad.

De aquellos alegres días data nuestra entrañable amistad.

Tú y yo, estudiantes distinguidos, bien dotados por nuestros padres, frecuentábamos la sociedad aristocrática. Recordarás que apenas terminada mi carrera, me enamoré de la sin par Helenita, hija única de los Marqueses de Rodas,

Y aquí vieue ahora la Fatalidad; te casaste.

Me casé, fui dichoso. Como la fortuna de mi esposa no era grande, y mi padre, en su testamento, mejoró considerablemente á mi hermano Demetrio, que se fué á la Argentina, tuve que dedicarme á negocios para equilibrar nuestro peculio, pues tanto Helena como yo nos habíamos adaptado á una vida de grandezas y elegancia dispendiosa.

El lujo ¡ay! En nuestra clase, caer en el lujo equivale á caer en las garras de la Fatalidad más cruel.

(

) Sí; en tal situación tuve la desdicha de perder á mi esposa, mujer incomparable, carácter dulce, toda ternura y abnegación.

¿Por qué la dejaste emprender aquel desatinado viaje á Cuba?

Pues tú me aconsejaste que fuera.

Si, pero…

Su tía y madrina, doña Sofía, la llamó para darle posesión de una parte de sus cuantiosos bienes. Nos veíamos tan mal, que consentí en aquel viaje. El vapor en que iba naufragó, ¡ay, qué dolor! Mi Helena, mi ángel, pereció en las aguas del mar antillano. En los mismos días de esta catástrofe, doña Sofía murió en Cienfuegos, y su inmenso caudal pasó á los parientes más próximos, sobrinos, primos, no sé… Desde entonces la fortuna, que ya venía mostrándoseme muy esquiva, se puso bárbaramente adversa, y de golpe en golpe, de caída en caída, he llegado á esta situación deplorable, angustiosa, mortal de necesidad.

¡Ay, mi querido Alejandro! Dudo que por el momento pueda yo sacarte de ese pantano; pero si quieres un buen consejo, oye… Debes encastillarte en la resignación, en el estoicismo; dar largas á esos endiablados atrancos económicos ir tirando hasta…

¡Tirando!… ¡tirando! He llegado á este cataclismo por mi acendrada rectitud; por ser esclavo del deber, de la verdad. (

) Va no más. Me acojo á la farsa, á la mentira.

Serénate, amigo. (

) Aquí viene el amigo Hiperbolos.

ESCENA V

(

) ¿Traes todo firmado?

Sí; firmó el ministro, y han firmado los señores del Consejo. Los amigos Cucúrbitas y Cylandros, interventores de la Sociedad, vendrán luego por aquí.

¿Y que tal, Hiperbolos? Esa Filantrópica va muy bien, á lo que parece.

Aprobados por el Gobierno los nuevos estatutos, esperamos valiosas imposiciones.

(

) Cuando yo sea rico os entregaré parte de mi capital.

Tendrás en nuestra Filantrópica pingües rendimientos.

¡Oh! sí, sí; con ello cuento. Las operaciones fiduciarias son mi fuerte.

(

) ¡Oh, Marqués de Rodas! ¡El hombre de las ideas luminosas, el pensador conspicuo! Usted siempre discurriendo especulaciones atrevidas.

Sí, me paso la vida discurriendo; mejor será decir rabiando.

Eabia de originalidad, de arrebato mental.

Para dar alivio á la hiperemia cerebral, querido Alejandro, debe usted venir á la política.

Tal creo yo. No nos sería difícil hacerte ministro.

(

) Pues á ello. Tendré mucho gusto, querido Hiperbolos, en compartir con usted las tareas ministeriales.

Ya no soy ministro.

Es verdad. No me acordaba. Tengo la cabeza…

Dejé la cartera por atender á mis asuntos particulares.

¡Oh, muy bien! Jugada redonda.

(

) Señor, ¿quiere firmar las cartas en el jardín?

No; vamos adentro. Ven conmigo, Hipérboles. Alejandro, quédate en el jardín, que estarás más distraído. (

)

ESCENA VI

(

) Lucido estaría yo si esperara mi salvación de este maldito Dióscoro, que es la personificación del egoísmo. Allá está con Hiperbolos practicando el sistema del aplazamiento de todas las cosas y de echar el anzuelo en las aguas turbias de esta sociedad para pescar incautos… Yo me salvaré solo; me entrego en cuerpo y alma á lo imprevisto, á lo desconocido. (

)

(

) ¡Oh! Alejandro, ¿estás aquí? Sólito y aburrido, según parece.

(

) ¡Ay, Atenaida! ¡Cuántos días sin verte!

Sí me has visto, y no una sola vez; pero no me has hecho caso, ingrato, desmemoriado, desvanecido por las grandezas. (

)

No digas tal. Ya sabes que siempre has sido y eres para mí la persona que más estimo en el mundo.

¡Zalamero! ¡Farsante! Me has acostumbrado á oir con alborozo tus palabras, y á no creer en ellas; sigue, sigue regalándome el oído.

¡Amiga del alma! No puedo olvidar los días placenteros en que te conocí, cuando yo era labrador rico y tú una mozuela gentil que aprendía para maestra y dabas lección á los chiquillos de aquel lugar rústico, de aquella feliz Arcadia en que nos criamos.

Luego nos vimos en Toledo y en Madrid, y me repetías sin cesar tus demostraciones cariñosas.

De cariño y admiración, porque entonces ya eras tú una sabia que asombrabas al mundo por tu conocimiento de lo humano y lo divino.

No tanto; sé un poquito de lo de acá y de lo de allá.

Del más allá quieres decir; por eso creo yo que tu ser es un conjunto misterioso de tierra y cielo, de mujer y ángel.

Adulón. Cuantas veces me has llamado ángel has huido de mí para correr á tu perdición.

Al año de enviudar di algunos pasos para encontrarte.

Si tus pasos hubieran sido rectos y decididos, me habrías encontrado. Pero no hablemos de eso.

Sí y hablemos de eso. (

) Dame tus manos otra vez; ¡ay!, el contacto de tus manos parece que me comunica tu conocimiento de la vida espiritual.

Suéltame. (

)

Al desprenderme de ti, ya me siento otra vez solo, triste, desesperado.

¿Qué te pasa? He oído que estás en situación angustiosa,

Sí; en mis ansias de muerte civil, abomino de la verdad y me acojo á la mentira. ¿Tú, qué me aconsejas?

Yo profeso la verdad. Lo único que puedo aconsejarte ahora es que te dejes llevar por el Destino y que te acomodes á los hechos humanos, Cualesquiera que sean. (

)

(

) ¿Qué es esto? ¿Tenemos tormenta?

No te asustes. Son los espíritus burlones que pasan, que revolotean por aquí; muy á menudo se les siente en este lugar y en los inmediatos.

(

) Ya pasan.

Han pasado, pero no están lejos; volverán.

Extraño fenómeno es este: ¿los espíritus burlones…? (

.)

ESCENA VII

Maestra, ¿vienes á darnos la lección, ó bajamos nosotras al jardín?

Bajad, que aquí está más fresco. (

)

Ya sé que enseñas la Filosofía á las niñas de Dióscoro; me lo ha dicho él.

Yo les enseño la Filosofía, pero ellas no quieren aprenderla. También les doy lección de Arte culinario, de Corte y costura, Dibujo, Aritmética, Historia, Física, Economía Política, Música y Coreografía.

De tu saber enciclopédico, esas frívolas muchachas no aprenderán más que la culinaria y el baile. (

)

Hoy toca la Filosofía, ¡qué fastidio!

Más quisiéramos dar hoy la culinaria; vamos á la cocina.

No; vuestro padre ha dicho que hoy Filosofía á todo pasto. Vamos. (

) Niñas: trataremos hoy de la Ética, doctrina de las costumbres encaminada á que la voluntad produzca el bien. (

)

No entendemos ni una palabra.

Ni yo tampoco.

(

) Chitón. (

) La voluntad, el querer ó el no querer, es una facultad del alma en la cual está siempre presente el Yo.

El Yo ó el Tu, porque tú tienes tu Yo y yo tengo el mío.

No; nosotras somos el no yo.

Tiene razón: el no yo somos los demás.

Y el Yo de Alejandro es el Usted.

Silencio, y déjenme seguir. Decía que la Ética es la ciencia de las costumbres encaminada siempre á producir el bien y evitar el mal…

De eso protesta mi Yo. Bien y mal son conceptos relativos. Yo sostengo que el mal produce el bien y viceversa.

Viceversa quiere decir que todo es al revés.

Esta monserga de la Ética, del yo, del tú, de aquél y del qué se yo qué, es una lata horrible. Vámonos á la cocina para que nos enseñes el pastel de foie-gras con trufas.

O la sopa de cangrejos á la provenzal.

¡Ay, qué niñas! No puedo con ellas. Si viene vuestro padre, os reñirá á vosotras y á mí.

Ya viene. (

)

ESCENA VIII

Chiquillas, ya estoy enterado de vuestro deseo. Basta por hoy de Filosofía. Atenaida, llévalas á la cocina y dales una leccioncita de Culinaria.

La Culinaria es la Filosofía del estómago y la Ética del paladar.

Niñas, á la cocina; vuestro padre lo manda. (

)

ESCENA IX

Ya estamos solos otra vez, Alejandro. Decías antes que el desastre de tus negocios te mueve á volver la espalda á la Razón.

Tengo pruebas clarísimas de que mi perdición emana de mi apego á la estricta verdad y al insano influjo de los artificios llamados legales.

Francamente, no te entiendo.

(

) Misteriosa ley de la Sinrazón, sálvame. (

)

¿Se puede?

Adelante, amigo Curias.

(

) Ya está aquí mi verdugo.

Llego á usted, señor don Alejandro, con una misión desagradable. Es para mí muy sensible ser portador de tal desdicha. (

)

Ya sé lo que me trae usted, amigo Curias. Está usted medroso; diga lo que quiera, que soy hombre fuerte y por nada me arredro.

Viene á notificarte… Es muy triste que en mi presencia y en mi casa anuncien la muerte civil á un amigo tan querido.

No te aflijas, Dióscoro. Ya ves con qué tranquilidad oigo mi sentencia. El amigo Curias viene á notificarme el embargo inmediato de los bienes que me quedan, dejándome, como si dijéramos, en camisa. Ya ves que recibo la noticia con frialdad y entereza.

La ley es inexorable, señor Marqués de Rodas.

Pero ¿no podrías aplazar, tomar largas…?

Imposible; todo lo más podría concederse un aplazamiento de pocos días.

Siquiera un mes.

No es preciso; me sobrarán recursos para evitar el embargo.

Yo, con gran sentimiento mío, no puedo auxiliarte. ¿Con qué cuentas tú?

(

) Cuento con la herencia de mi hermano Demetrio, que ha fallecido en Buenos Aires legándome parte de su cuantioso capital.

(

) ¡Ah! No sabía…

Lo supe por un cablegrama que recibí el mes pasado; mas no quise decírtelo, por probar si tu amistad confirmaba tus generosos ofrecimientos.

La verdad, Alejandro: yo no me encontraba con medios para sacarte á flote; pero en fin, si heredas á tu hermano, yo me felicito de ello. ¿Y esa herencia se hará pronto efectiva?

Creo que sí. De Buenos Aires me anunciaron que… (

)

ESCENA X

Papá, papá.

¿Qué queréis ahora?

Hemos aprendido el pastel de liebre sin liebre; es cosa deliciosa.

Ya lo probarás.

(

) No importunéis ahora, niñas; y Atenaida ¿qué hace?

Aquí viene. (

)

Atenaida: si habéis concluido la lección de Culinaria, empieza otra para que nunca estén ociosas.

(

) Alejandro, entrañable amigo, ¿qué te ocurre? En tu rostro advierto sobresalto, emoción…

Lo que adviertes es mi deserción súbita y resuelta del campo de la verdad.

(

) Alejandro, pobrecito mío, ¿qué dices?

He inventado una tremenda paparrucha para confundir á Curias y á Dióscoro.

Te entregas en cuerpo y alma á los espíritus, burlones. Me lo había figurado.

(

) He supuesto una herencia. Tú, naturalmente, creerás que quedaré chasqueado.

No me atrevo á creerlo así. En esta desdichada región impera lo absurdo, lo inverosímil…

Tú conoces bien mis anhelos. ¿Conocerás también la fuerza hermética que me los satisface ó me los niega? (

)

(

) No sé, no sé; espera un poco.

(

) El pastel de liebre, riquísimo.

Te chuparás los dedos cuando lo comas. Yo tengo ahumada la cara.

Y yo me he quemado las manos en las malditas cacerolas. Vamos á lavarnos. (

)

ESCENA XI

Señor: Ahí está un caballero que pregunta por don Alejandro. Aunque al entrar me dijo que venía de América, yo me malicié que sería de esos que vienen á pedir, á marear…, y le dije: no sé si está, voy á ver; y al oirme esto, me dijo: «Vengo á traer dinero.»

(

) Que pase, que pase al momento. (

)

(

) ¿El señor Marqués de Rodas?

(

) ¡El doctor Arimán!

(

) Telesforo Corrientes, agente de la Banca de Buenos Aires. Entre otras misiones, traigo la de hacer efectiva la herencia de su hermano de usted don Demetrio.

Sí, ya sabíamos… Mil y mil gracias, señor mío.

De nada. Al llegar del tren estuve en casa de usted, y un señor gordo y amable me dijo que aquí le encontraría.

¿Un señor gordo? Mi hermano Pánfilo, que vive en el piso bajo… ¿Y trae usted el efectivo de la herencia?…

¿Cómo no? (

)

¡Ah, mi pobre hermano! ¡Cuánto le amaba yo! Y él ¡qué bueno fué siempre para mí!

El bondadoso don Demetrio me honraba con su amistad. Lo heredado por usted asciende á un millón doscientos mil pesos, moneda corriente. Traigo letras del Banco Español del Río de la Plata. Ahora tendrá usted la bondad de venir conmigo al Consulado de la República Argentina, y cumplida la formalidad de identificar la persona, hoy mismo puede usted quedar en posesión de su dinero.

Estoy á su disposición…; pero antes descansará usted un poco en mi casa.

O en la mía.

Muchas gracias, señores; pero la visita al Consulado no debemos aplazarla. Designará usted dos personas que firmen como testigos en el acta notarial.

Firmará mi amigo Dióscoro.

El otro firmante puede ser mi hermano Pánfilo, á quien recogeremos en su casa.

Pues vamos ya.

Adelante. El Consulado no está lejos. (

) ¿Qué dices á esto, Atenaida?

Digo… que estoy aterrada.

Aterrada… ¿de qué?

De la espantosa verosimilitud de las cosas absurdas.

Pues adelante con lo absurdo. (

)

ESCENA XII

¡Qué sorpresa! Ahora resulta que Alejandro es rico; parece cosa de magia.

(

) ¿Qué piensas de esto, Atenaida?

A lo que llamáis magia debemos dar otro nombre, Otro nombre… (

) En la mascarada social la mentira se disfraza de verdad con arte diabólico, y no engaña á todos y triunfa.

Ahora que papá se ha ido, dejémonos de estudios y pasemos el rato alegremente.

(

) Lección de Coreografía.

No, no; hay que dar la Aritmética.

¿Para qué nos vamos á meter en ese enredo de los números? Bailemos un tanguito.

Tango, no: la jota, la jota. (

)

Ven acá, Protasia. Ayúdame á enseñar á tus hermanitas la formalidad.

(

) ¿Esa boba enseñarnos á nosotras?

Bobita y todo, os gana en obediencia y compostura. (

) Ven aquí, hija mía; ¿qué hacías?

(

) Dar la lechuguita á mis grillos. Cuando sopla el viento fuerte cantan que se las pelan. ¿No los oísteis?

(

) Sí, ahora mismo los estamos oyendo. (

)

Riqui, riqui; raqui, raqui. (

)

(

) Ea, niñas, se acabaron las bromas; os mando que tengáis juicio y que vengáis á mi lado.

(

) Maestra, tu nos has dicho que el canto de los grillos es el eco de los espíritus burlones.

Los grillos, digo yo, con su canto gracioso, nos anuncian la felicidad.

¡Ay, qué tontería!

Mirándolo bien, en la opinión de Protasia hay un vislumbre de verdad. Todos los ruidos de la Naturaleza son notas de la armonía universal. Pero de esta armonía no llega á nosotros sino lo muy próximo, que es lo más sonoro y lo más gárrulo. El gallo, que con su kikirikí os cuenta las horas de la noche; los perros, que ladran ante sombras invisibles para nosotros; el trinar de los pajarillos, el rurú de las palomas; vuestras risotadas alegres cuando jugáis ó bailáis, son notas del concierto inmenso de los mundos que nunca están callados.

Pues yo también soy nota. Cuando papá me riñe y me pongo á patalear y á dar chillidos, toco un instrumento, tururú, en esa orquesta de los mundos. (

) ¿Verdad, maestrita, que yo también toco?

Sí, sí; tocas y desafinas.

Vaya, que tú también… Buenas pitadas dais vosotras.

Cállate, simplona. ¿Tú qué sabes?

Afinados ó no, los murmullos de la Naturaleza corresponden, según tú nos has dicho, á la suprema inteligencia que gobierna los mundos.

(

) La suprema inteligencia, chiquillas, está lejos, ¡ay!, muy lejos, y no se deja sentir en este mundillo miserable y desquiciado en que vivimos.

Según eso, ¿en este mundillo nuestro no gobierna la inteligencia?

No. Vivimos bajo el imperio de la superchería descarada. (

)

Y mis grillitos, ¿qué cantan ahora?

(

) Tus grillos Cantan, sin saberlo, el himno de la Sinrazón triunfante.

ESCENA XIII

(

) El hecho es cierto; lo he comprobado, ¡qué diantre! Estoy contento; digo, no, no.

¿Qué le pasa, don Pánfilo?

Decía que estoy contento, pero contrariado, muy contrariado. Sabrás que Alejandro ha tenido una herencia, una cuantiosa herencia.

¿Y eso le enfada?

Lo que me contraría no es la herencia, sino el no haber previsto yo suceso tan extraordinario.

Créeme, Atenaida: todos los hechos que se escapan á nuestra previsión pueden resultar fallidos á la postre… ¡Si es increíble! ¡Si parece milagro!

Aunque sea milagro puede ser cierto.

La herencia de Alejandro será una solución favorable para los problemas de él y los de nuestra familia. (

) Dime, maestrita que todo lo sabe: ¿Tenías tú conocimiento de esa herencia?

Lo presumía. Creo que Alejandro supo su buena suerte por la telegrafía sin hilos.

¡Ah! ¡La telegrafía sin hilos! Cosa muy buena; pero en muchas ocasiones ese invento defrauda la previsión humana. En fin, el fausto suceso es indudable; lo hemos comprobado en el Consulado de la Argentina… Ahora lo que falta es que tú, Atenaidita simpática y amable, te pongas á nuestro servicio, quiero decir, al servicio de nuestra familia.

Ya lo estoy.

Me explicaré mejor. (

) Ya sabes, Atenaida, cuánto te estimo, ¡ay! Pues te decía que, para secundar nuestros planes, tú, con tu talento sutil y tu arte pedagógico, consigas que mi sobrina Protasia… no sea tonta. (

) Espérate; verás… ya sé yo que no es posible alterar la Naturaleza convirtiendo una boba en discreta; pero tú sabes mucho, picarilla; el cielo te ha dado la facultad educativa en su grado más alto. Cierto es que no podrás introducir las luces de la inteligencia en el cerebro de esa infeliz, pero sí algunos chispazos que se manifiesten en momento oportuno.

Don Pánfilo, yo no sé si…

Bastará que le sugieras dos ó tres ideas sencillas, de aparente agudeza, y se las clavetees en el cerebro, enseñándole el arte de callar para que no suelte una burrada y destruya el efecto de los conceptos bien aprendidos.

Lo haré, pero no respondo…

Nada, nada, tienes que hacerlo. Estás á nuestro servicio, y mi hermano y yo… (

) te recompensaremos como mereces.

La chica es dócil, es buena…; pero usted me pide que de un adoquín candoroso saque yo los reflejos de la madre perla.

Para ti es cosa fácil. Eres un ser extraordinario, y te sobran luces para iluminar los abismos más tenebrosos. Pruébalo ahora mismo. Hazle algunas preguntas para que podamos apreciar la cantidad de fósforo que hay en ese cerebro.

De conocimientos elementales nada le preguntaré, porque no sabría responderme.

Trata de descubrir sus aspiraciones en el terreno de la vida social, de la vida corriente.

Protasia, ven aquí. (

) ¿Qué es lo que tú más deseas?

¿Yo?, qué risa. ¿Lo que más deseo? Me da vergüenza decirlo.

Dilo, mujer, sea lo que fuere.

Pues lo que yo quiero, es parecer tonta y no serlo.

(

) ¿Be modo que tú te haces más tonta de lo que eres? ¿Con qué fin? ¿Qué te propones?

(

) Pescar un novio.

Apañado estaría el tal.

No se rían, que vuestra hermana ha respondido con mucha agudeza.

¿Y qué cualidades quieres tú encontrar en ese novio?

(

) Que fuera muy guapito. (

)

Y si además de guapo fuera rico, te casarías con él.

(

) ¡Vaya sí me casaría!… ji, ji… Y le quitaría todo el dinero… pa guardarlo aquí. (

)

Muy bien.

Ji, ji, y no le daría más que una peseta por semana para tabaco; ji, ji, mucho cuidado con él, no se me vaya por ahí de picos pardos. (

)

No os riáis, que ésta, bajo la corteza de su simplicidad, esconde un talento… sólido, práctico.

¡Qué cosas tiene el tío!

Atenaida, ¿qué te parece?

Chispazos de picardía; de una cabeza menguada no espere usted otra cosa.

Pues estoy satisfecho. Creo que la chica, aleccionada por tal maestra, será lo que deseamos.

(

) Pero ¿qué…? No adivino…

(

) Ya lo sabrás. (

) Tú y yo nos entenderemos.

ESCENA XIV

(

) Estoy en ascuas. ¿Se hizo efectiva la entrega del dinero?

Sí, hombre.

¿Has visto tú el dinero?

Claro que sí; lo hemos depositado en el Banco de España. Aquí tienes el resguardo. (

)

(

) Es cierto, SÍ; es un hecho… Yo dudaba… Yo siempre dudo de las cosas que no he previsto. Pues ahora, cuídate tú de atrapar la voluntad de Alejandro para que…

Va estoy en ello. Pues no faltaba más. Alejandro tiene que imponer su capital en nuestra Filantrópica.

El es todo corazón; es un buenazo…

Y no podrá olvidar los favores que en otros tiempos le hemos hecho.

Pero no hay que descuidarse.

Ahora mismo. En casa está Hiperbolos. (

) Alejandro, ven.

(

) Un momento. Lo que me dijiste de Protasia, paréceme que no será tan difícil como crees.

(

.) Estoy á vuestras órdenes.

Vamos adentro.

(

) Queridísimo, puedes creer que tu felicidad me colma de satisfacción. ¡Ay, qué alegría!

Pero esa felicidad no es aún completa.

Trataremos de completarla, de redondearla…

Ven, ven. (

)

(

) Amigos del alma, soy todo vuestro. (

)

ESCENA XV

(

) ¡Ah, solapados egoístas! ¡Maestros de la cuquería insidiosa! Ya os entiendo; ya sé por qué infame camino queréis completar la felicidad de Alejandro. (

) Pero eso no puede ser; eso no será. No faltará quien desbarate vuestros artilugios.

Maestral ¿Qué dices?

¿Por qué estás tan incomodada? ¿Tienes queja de nosotras?

¿Te has enfadado conmigo?

No, pobrecillas. (

) Tengo mi cabeza… desvanecida… trastornada.

(

) Descansa.

¿Quieres irte á tu casa?

Ven á mi cuarto, y acuéstate un ratito en mi cama.

(

) No, no. (

) Ya pasa. Ya recobro mi serenidad… Guardad silencio, niñas… Esos ruidos…

¡Si no hay ruido!

Todo está en silencio.

Aquel ventarrón que tanto nos asustó, ha pasado.

Los árboles no se mueven.

Ni una hoja se mueve. Y lo que es más raro, mis grillos están calladitos… Yo sé por qué no cantan ahora.

¿Por qué no cantan tus grillos?

Están pensando las cosas buenas que me han de decir luego, luego…

¡Ay, qué risa!

¡Qué tonta eres!

(

) No os burléis de vuestra hermana, que en algunos casos tiene más sentido que vosotras.

¿Qué oyes, maestra?

El graznido siniestro de las aves rapaces que se disputan la víctima inocente, el hombre bueno y generoso.

Y eso, ¿dónde está?

(

) En vuestra casa, en vuestra familia. Esa caverna elegante está invadida por la Sinrazón. Respiráis el ambiente insano de la mentira, de la burla, de esa tremenda ironía que cae como un diluvio de cieno sobre estos pueblos degenerados.

ESCENA ÚNICA

La bruja, terminado su trabajo de alquimia burda, se enjuga las manos en un trapo de arpillera, cuando entra el doctor Arimán, vestido de obrero, y sin ceremonia se sienta en un sillón de cuero.

No te esperaba tan pronto, Príncipe.

(

) Hay poco que hacer. Los negocios, adormecidos, dejan correr lentas las horas. Hoy me sobra tiempo, y vengo á que me cuentes si has adelantado algo en la conquista de Atenaida.

Poco tengo que contarte, y ese poco no es bueno. La maestrilla, remilgada y finústica, sin respetar mis canas venerables, me ha llamado con lindas palabras embaucadora. La embaucadora es ella, que presume de enseñar la Filosofía á las niñas de don Dióscoro y no les enseña más que á corretear y jugar… ¡Cualquiera sabe los juegos libidinosos en que andará ella!

Pero tú le ofreciste…

Sí; le llevé el Diccionario ciclopédico de parte de don Pánfilo, que pretende…

Ya lo sé.

Pues ¿sabes lo que me contestó cuando le presenté los sesenta tomos? Digo, sesenta no, que faltan cuatro y otros están estropeados… y cómo pesan los malditos. Tuve que tomar un mozo de cuerda para que me los llevara, y me gasté dos reales.

¿Pero aceptó el regalo?

No. La muy bestia me dijo que los guardara yo y los hiciera picadillo para dar de comer á Cachano…; y dijo también que el Diccionario histérico, biográfico, geodésico y palontológico es un almacén de vaciedades, y que ella sabe más que todo lo que rezan esos librachos.

¿Y no le ofreciste galas femeninas, vestidos?…

Le llevé ese traje azul casi nuevo, que fué de altísima persona, y me dijo que ella sabe cortar y coser vestidos mejores que ese. También le llevé un aderezo de brillantes y zafiros… que hay que verlo, Príncipe…

Basta, basta. No la rendirás ni con librotes de sabiduría pedantesca, ni con vestidos, ni con alhajas… La conozco bien. Atenaida es mujer excepcional, que se destaca, que se despega de esta sociedad en que imperamos los prosélitos de Satán. A veces la encuentro en la calle; trato de hablar con ella, de dominarla, y ella me domina á mí.

Eso sí que es raro, Príncipe. ¿Pues qué tiene esa hembra sabidilla y remilgada para dominarte á ti? ¿Es, por ventura, filósofa, maestra en nigromancia ó en artes hechiceras, como la tal Medea ó la tal Circe, de quien nos hablan las historias gentílicas?

No es nada de eso. Del detenido estudio que de Atenaida hice, resulta que es una conciencia purísima, moldeada en las leyes tiránicas del llamado Padre Universal, y contra esto poco podemos. Completa su aparente perfección con el hábito de un trabajo constante, sin perder hora ni minuto.

(

) ¿Y dices que contra tal perfección nada podemos los que laboramos en la milicia satánica?

Podemos, sí, procediendo con cautela sutil; no hay perfección que no esconda algo imperfecto. Atenaida tiene un flaco que tú no has podido ver; yo sí.

Ya, ya. ¿Es que flaquea por el corazóti? ¿Tiene algún enredijo amoroso?…

Enredijo, no. Siente amor vivísimo por el gallardo caballero Marqués de Rodas. Y como ahora los Filantrópicos quieren casar á don Alejandro con la boba Protasita, esperamos que los celos, el despecho y Ja ira perturben la serena conciencia de Atenaida, y ésta se lance al terreno del mal, que es el nuestro.

¡Cuánto sabes tú, maestro insigne! Ya entiendo cómo he de conquistarla: encendiendo en ella fuego bastante para que se arroje en el laberinto de los siete pecados capitales.

Pero no hagas nada sin oir antes mis instrucciones, y ni hables de esto á Nadir y Zafranio para que no se nos anticipen. Me consta que Nadir, disfrazado de negociante cubano, se ha hecho amigo del Marqués de Rodas para sugerirle… no sé qué. Pronto espero saberlo. (

)

El Principe se ha desvanecido como un soplo, como una ilusión, y no me ha dejado las instrucciones para…; pero yo me doy cuenta de sus altos pensamientos, y los secundaré con las artes en que soy maestra. Atizaré el fuego de la hornilla. (

) Pongo sobre las brasas el perolito…; saco de esta gaveta los rabos de lagartija, la quinta esencia de la hiél de la raposa en celo; añado el zumo de la hierba sanguinaria cogida en la luna de Enero, y, por último, la saliva del murciélago rabioso. (

) Cachano, ven aquí. (

) Ahora, hijo mío, blasfema… Más fuerte, Cachano, más fuerte. (

)

ESCENA PRIMERA

Hoy salgo de mi casa con la inflexible determinación de que no se prolongue un día más la ansiedad en que vivo. En mi mente llevo grabadas con caracteres de fuego estas palabras: Ó vida ó muerte. Muerte, querrá decir que todo ha concluido para mí en este mundo; y si la vida prevalece sobre la muerte, significará, ¡oh Alejandro mío!, que habré logrado sacarte de la vorágine tenebrosa de la Sinrazón. Resuelta voy á lograr este fin Supremo. (

) ¡Adiós, generosa familia que me has dado albergue! ¡Humilde casa, mansión de paz, ni muerta ni viva he de volver a ti! (

) Alejandro, amado mío, voy en tu busca. ¿Te encontraré en el Ministerio? ¿Estarás en tu casa, ó en la de don Dióscoro? No sé…, no sé. (

) Por aquí llegaré más pronto á la casa de Alejandro. (

.)

ESCENA II

(

) ¿Quién es usted? Déjeme seguir.

(

) ¿No me Conoces, hija mía?

Yo no soy hija de usted. Déjeme libre el paso.

Aguarda. No quiero hacerte daño. Te he visto salir de tu casa, y ya sabía que tus pasos te traerían hacia aquí. Óyeme; nada temas. Lo que tengo que decirte ha de serte muy grato… Ya sé que vas á casa de Alejandro… Él y tú estáis de norabuena. Ya podréis casaros. Serás ministra.

Cállese, embustera.

Podrás casarte, porque Alejandro sigue tan viudo como antes estaba. Doña Helena no ha Tesucitado. Todo ha sido una broma. (

) Si no crees mi palabra honrada, te la confirmarán estos dos amigos, Nadir y Zafranio, autores de la farsa graciosa que has podido aplaudir en la casa de don Dióscoro, el papá de tus discípulas.

(

) Nadir, Zafranio. ¡Dios de la verdad! ¡Ampárame contra tus enemigos!

(

) No reniegues de, nosotros, que te queremos bien, Atenaidita, y nos interesamos por tu felicidad. Yo armé la donosa ficción de resucitar á doña Helena. Yo puse los telegramas y redacté las cartas que anunciaban la locura de la Marquesa de Rodas, y mi compañero Zafranio, queriendo dar al bromazo caracteres de mayor verosimilitud, inventó la comedia de llevar á Ursaria en figura carnal la persona de doña Helena…

Yo soy imaginero, y construyo figuras de aparente vitalidad carnal; las pinto, las arreglo y las visto, dándoles además el suficiente don de palabra para que hablen como las almas del otro mundo.

Este fué el que trajo á Ursaria el mascarón que viste.

Y cuando la llevaban al sanatorio la arrastramos á las excavaciones, y allí la puedes ver arrojada en el suelo, medio deshecha.

No es ya más que un montón de carne putrefacta, cartón, caña y trapos.

¿Lo que has oído no te satisface? Aunque estás calladita, tu interior se transparenta; veo tu alegría…

(

) Alegría, no: desprecio, repugnancia.

Maestrita juiciosa, no respondas con vituperios á la simpatía que tenemos por ti.

Sé agradecida. Vente á nuestro campo. Te elevaremos al tálamo del ministro.

Ó á lugar más alto.

(

) No… no. (

)

Bellacos, traidores; buscándoos vengo desde el amanecer para castigar vuestras travesuras.

No somos tus inferiores; somos tus iguales.

Iguales, no. En este círculo infernal mando yo.

Mandamos los tres.

¡Miserables! Habéis roto la unidad del poder demoníaco. (

) Largaos de aquí, y no salgáis de vuestras guaridas hasta que yo os lo ordene.

Nos iremos cuando nos acomode.

(

) ¡Fuera, fuera! (

) Y tú, vieja leprosa, ¿qué haces aquí atormentando á esta pobre mujer? (

)

(

) ¡Ay!

(

) Maestra insigne: esos bribones te han atormentado, pero aquí estoy yo para defenderte y ponerme á tu servicio. Té han privado del uso de la palabra.

Sí.

Te han impedido todo movimiento.

Sí, SÍ.

Pues ya eres libre, ya puedes andar.

(

) Ya puedo andar.

(

) Óyeme.

(

) Dispénseme, doctor; voy á mis obligaciones.

Un momento… Yo te he salvado de la ignominia, de la muerte quizá. Podría yo retenerte aquí, mas no lo haré. Te doy libertad.

Gracias.

Libertad á condición de que me adores, de que reconozcas mi poder absoluto en el círculo de Ursaria.

No reconozco aquí ni en ninguna parte más poder que el de Dios omnipotente.

Pero Dios omnipotente no te dará lo que yo te daré. Yo te estimo, reconozco tus singulares méritos; yo los recompensaré haciéndote reina.

¿Reina?

Reina de Ursaria. Te casaré con Dióscoro. La voluntad del Patriarca Filantrópico es mía; ya la tengo bien segura.

(

) ¿Puedo seguir?… Voy á mis quehaceres.

No quiero ni debo retenerte más tiempo. Soy tu amigo; anhelo mirar por ti, engrandecerte, hacerte dichosa… Ya lo ves: al tutearte, te doy la mejor prueba de estimación. Confía en mí.

(

) Sí, SÍ; pero déjeme seguir.

Un momento no más para decirte, insigne mujer, que á las altas cualidades que te adornan debes añadir la que te falta… ¿No lo entiendes? Para ser perfecta te falta una noble ambición.

(

) Bueno, bueno, doctor; lo pensaré. (

)

(

) Atenaida. Ya te tengo. Tu serás reina. (

) Tú serás reina. (

)

ESCENA PRIMERA

¿Le has encontrado? ¿Viene ya?

Sí, niña; ya llega.

Ábrele pronto.

La verja dejé abierta. (

) Ya le tenemos aquí. Santo Pajón, adelante.

(

) Alabado sea Dios. ¿Qué quiere mi niña?

(

.) Pajoncito, mira todo lo que voy á dar hoy á tu Niño para que me conceda una cosa. (

) Esto no lo esperabas tú.

(

) Bendito sea el ángel de esta casa.

Ande la órdiga.

El Niño te concederá lo que le pides si ello es cosa buena. Por ejemplo, que se cure un enfermo, que parezca una cosa perdida…

(

) Ó que no parezca…

Cállate la boca, tonto… En fin, si me lo concede, le daré un duro cambiado en pesetas para que entren por el agujerito.

Está bien, hija de mi alma, y si me das licencia me voy; tengo que recorrer todo este barrio.

(

) Hala, Pajón; vete ya, y que te siga la buena sombra.

Adiós, adiós. (

)

(

) Alguien viene.

El señor de Hiperbolos.

(

) Me vuelvo á Casa. (

)

ESCENA II

Dime: ¿se ha sabido algo más de la desaparición de doña Helena?

Es positivo que se cayó en una cisterna que hay en las excavaciones. Esta mañana bajaron Dionisio y otro criado, y hallaron…

¿Un cadáver?

Más que cadáver verídico, era un muñeco de cañas, cartón y trapos…

¡Cosa más rara!

Yo digo que es como función de magia ó brujería.

¿Está Dióscoro arriba?

No, señor; creo que ha ido á la junta de accionistas Filantrópicos.

Y á don Alejandro, ¿le viste por aquí esta mañana?

Sí, señor; estuvo muy temprano, y aquí mismo entregó á don Dióscoro un documento para que lo leyera. Debe de ser cosa gorda… cosa del Gobierno. (

) Aquí vuelve ya don Alejandro.

Me alegro. Déjanos solos. (

)

ESCENA III

Ya sé por Basilio que Dióscoro no está en casa.

Creo que no tardará. Esperémosle aquí. (

) Veo, querido Alejandro, que la vida ministerial le causa á usted enorme fatiga.

(

) Si, estoy fatigado… de no hacer nada. En los días que llevo de este ajetreo, mi única labor ha sido atender al cúmulo de recomendaciones que llueven sobre mí. Sólo Dióscoro y Pánfilo me llevan diariamente unas notas verdaderamente aterradoras. Que ascienda á fulanito; que conceda tal prórroga á un contratista; que modifique el reglamento A, para que pueda hacerse el chanchullo B. Pero no hay más remedio que complacer á los amigos que nos sostienen en el Ministerio contra viento y marea.

Para contentar á la plana mayor del partido, ha tenido usted que promulgar Reales órdenes que anulan el espíritu y la letra de las leyes.

Á esa martingala damos el nombre ampuloso de reorganización de servicios. Hoy mismo he mandado á la Gaceta una Real orden modificando las bases de ingreso en no sé qué plazas. Eso he tenido que hacer para que el niño segundo del Marqués de Casatrolas entre en plantilla sin oposición. En Obras públicas, en Ferrocarriles, en servicio Agronómico y en Minas, estoy prodigando cuantas mercedes, prórrogas y tolerancias me pide el interés particular. Es un mareo, una vida imposible.

Conozco esa vida. Tan enfadosa era para mí, que me consideré muy dichoso el día en que salí del Ministerio.

Pero usted, querido Hiperbolos, al abandonar el Gobierno, cuidó de fortalecerse y redondearse en su vida ulterior.

Naturalmente. Yo goberné con manos harto limpias y con acrisoladísima conciencia. Antes que terminara mi gestión ministerial admití el cargo de Consejero de administración en diferentes organismos industriales, y hoy gozo honradamente diez y ocho sueldos, que son merecido galardón de una vida laboriosa.

Muy bien, querido Hipérboles; con esas diez y ocho brevas, la vida es una delicia,

Buen tonto será usted si no sigue mi ejemplo: mirar por la casa propia antes que por las ajenas. Estas brevitas son la compensación de los favores que usted hace hoy á las poderosas Compañías.

No echaré en saco roto esa lección.

Y otro consejo daré á usted.

Venga.

Que en el torbellino de gobernar y legislar para los amigos, no olvide, mi querido Alejandro, que está usted obligado al engendro de un proyecto de ley, de esos que deslumhran á la opinión y embelesan á las muchedumbres.

No me descuido en eso; ya tengo mi aparato deslumbrante y…

Mucho cuidado, amigo mío; esos proyectos de puro relumbrón son casi siempre estériles en la práctica; el país mismo resulta indiferente á estas innovaciones de pura bambolla; de ellas sólo queda la refulgente aureola del que las concibe y se retira del Gobierno sin ejecutarlas.

No me contentaré yo con la aureola: aspiro á que mis elevadas concepciones en beneficio de mi patria sean una realidad en el presente y en el porvenir.

Pero no se lanzará usted á tales aventuras sin consultar antes con Dióscoro, jefe indiscutible de nuestra fracción.

Dióscoro tiene ya conocimiento de mi plan.

ESCENA IV

(

) Ya sé; ya estoy bien enterado. Falta averiguar quién ha puesto allí ese muñeco.

Bien, señor. (

)

Te estamos esperando hace rato.

He leído tu proyecto agrario, que me parece admirable; admirable como cosa teórica, como anticipación ó profecía de un porvenir remoto.

Remoto, no. ¿Hasta cuándo hemos de aplazar la salvación de un país desdichado?

La política es el arte de la oportunidad.

Tu proyecto es materia de Academias y Ateneos, ó bien plato sabroso en esas revistas que sólo sirven para distracción de los ilusos y soñadores. Por el momento guárdalo en el cajón de las hermosuras, cuya realización corresponde á ias generaciones venideras.

Pero eso es jugar con el país. Yo necesito hacer algo, justificar mi paso por el Gobierno…

Algo has de hacer; algo importantísimo, inaplazable…

(

) Dítnelo.

Aguarda un momento.

¿Pero te vas otra vez?

Sí. Hiperbolos y yo tenemos que irnos á mi despacho para ultimar un asunto de la Filantrópica. (

)

ESCENA V

(

) Vienes muy sofocada. ¿Te ha ocurrido algo?

He pasado un susto horroroso.

(

) ¿Qué? Cuéntame.

No es cosa de importancia. Luego lo sabrás. Y tú, Alejandrito de mi vida, ¿estás de mal temple porque tus amigos te abandonan?

Ya ves: este hombre, este maldito Cocodrilo me manda que venga…, que vaya…, como si fuera yo un criado, un ordenanza.

Debes armarte de paciencia y soportar todas las humillaciones que tu amo te imponga.

Pues estoy aviado. ¿Y no te parece mejor que me rebele, que me insubordine?…

Por el momento hemos de permanecer tú y yo en indecorosa subordinación.

¿También tú?

¡Claro! Yo soy media ministra; comparto contigo el papel sainetesco de instrumento ministerial.

(

) Pero…

(

) Entérate.

(

) «Una plaza de temporero para Ezequiel Gazapo, el chico de mi portera, en la Papelera, en la Azucarera ó en la Vinagrera.» «Plaza de ordenanza en una oficina para mi zapatero, que ya está harto de trabajar en el oficio sin ganancias.»

Sigue…

¿Hay más todavía? (

) «El suegro de la hermana de mi primo Zacarías pide una plaza de Inspector de Ferrocarriles…» Pero ese hombre ¿está en condiciones? ¿Es jefe retirado del Ejército?

Ha servido en consumos; es tartamudo y cojo; escribe hijos sin hache y yegua con elle.

Lo que me pides es absurdo.

Pues por absurdo te lo pido. ¿Crees que me he pasado al bando de la Sinrazón para proponerte cosas lógicas y razonables? Yo inspiro tus actos, que han de ser incongruentes, disparatados, contrarios á toda ley de buen gobierno.

(

) Sí; pero… con tal sistema me pones en ridículo.

Justamente, á eso voy: á ponerte en ridículo para que salgas del Gobierno ignominiosamente, en situación tal que yo pueda redimirte y traerte á mi reino.

Pero tu reino es la Razón, el sentido común…; no te entiendo.

Debes suponer que ~en mi reino la vida es áspera, dura; pero está iluminada por la claridad purísima de la Justicia.

Muy bien, muy bien; pero la invisible legión de los seres superiores que representan la Verdad pura está lejos, muy lejos, y no llega nunca á este mundillo miserable.

Tontaina; está tu entendimiento tan compenetrado con las tinieblas, que ha de costarme macho trabajo traerte á la luz.

¡Ay Atenaida, mi dulce amiga! Comunícame, tú contacto de tus manos, tu sublime espíritu.

Cuéntame lo que te dice el ritmo Universal.

¿Crees tú que á los oídos de esta pobre mujer obscura, mortal, puede llegar la sublime armonía de los mundos lejanos?

Si no la oyes, de algún modo la conoces.

Tengo de esa armonía mecánica y silenciosa un vago conocimiento, porque alguna vez se reproduce en un espejo brillantísimo que tengo en mi alma.

Tu conciencia.

Y mi conciencia es pensamiento y acción. Yo vivo proyectando mi ser sobre todo lo que me rodea. El trabajo continuo que ves en mí, es creación, radiación de energías. Yo estudio y enseño á los que no saben; yo produzco elementos de vida. A esta acción continua añade un sentimiento poderoso, el amor que te tengo, que sobrevive inalterable á todos los desengaños que he sufrido por ti y á todas tus inconsecuencias y frialdades. Ya ves el grande espacio que ocupa esta conciencia mía.

Te reconozco como mujer extraordinaria, y quiero ser tuyo para siempre. ¿Por qué no te conocí antes en toda tu grandeza espiritual?

Tú, como otros muchos, me has tenido por una trota-cielos que se pasea por los espacios, saltando desde las Pléyades á la Osa Mayor, dando la vuelta por la Cruz del Cisne ó la Corona Boreal… Desecha esa idea ridicula. Yo no me muevo de este mundillo miserable en que vivimos. Desde aquí oigo, no el ritmo Universal lejano, sino la algarabía de los espíritus burlones que gobiernan este terruño ele Ursaria, dejado de la mano de Dios.

Ya, ya; el kri-kri de los grillos, el ladrido de los perros, las cotorras, ios pájaros, el graznar de los cuervos, el ruido del viento en la fronda…

Sí, eso, eso; toda la cencerrada inarmónica que acompaña la monserga de tus embustes cuando…

Pero eso que dices, amada mía, ¿es verdad ó es broma, ensoñación…?

Ya verás la broma que te espera. Los genios burlones que te han favorecido dando realidad á tus ficciones, se han dividido en dos bandos, que pronto andarán á la greña en esta zona rastrera.

Pero ¿cómo sabes tú…?

Conozco vagamente lo que ocurre de tejas arriba en un término cercano.

Sí, está muy bien; pero ello es un tanto fantástico, ilusorio. Volvamos á la realidad.

En la realidad estoy bien firme. ¿Qué quieres?

Ahora se me ocurre que de la ley Agraria que me hiciste tú, y que yo di á Dióscoro para su examen, debimos dejar copia.

¿Realidad pides? Pues toma. Cuando tú vas yo estoy de vuelta: tengo la copia; es decir, la tuve, porque acabo de lanzarla… así, así, como el sembrador, á los vientos de la publicidad.

(

.) ¿Qué dices? Es muy pronto; no me comprometas.

Precisamente trato de eso, de comprometerte, de lanzarte á una guerra implacable con tus compañeros de Gobierno.

¿Pero no ves que con esa publicación prematura se producirá un gran revuelo…?

¿Qué revuelo? Voy más allá. Voy al cataclismo. El cataclismo es necesario para sacarte del oprobio en que vives.

Pues venga de una vez ese cataclismo regenerador. Dime ahora lo que debo hacer para…

Por el momento, sigue desempeñando tu desairado papel en la farándula política. Cuando llegue la ocasión oportuna de tronar abiertamente con tus opresores, tu maestra te inspirará.

ESCENA VI

(

) Vete en seguida u la Presidencia. Temo alguna novedad inesperada.

Pero ¿oo me has dicho notes que debo ir á las excavaciones á enterarme de…?

Deja eso, que nos interesa poco.

Pues á la Presidencia. (

)

(

) Papa, papa. ¿Sabes lo que me han dicho Calixta y Teófila? Que de las excavaciones ha desaparecido el espantajo.

Chiquilla, no te ocupes de eso; lo que fuere sonará.

(

.) Ya no puedo esperarte más; tengo que ir al Consejo.

Un momento. Repito lo que antes te dije de la ley Agraria: que es un lindo juego para que los ociosos maten el tiempo y amenicen la existencia. Ocúpate sin demora de una cuestión práctica y oportunísima. En el Consejo de hoy plantearás la cuestión del Catastro. Real orden suspendiendo las operaciones catastrales hasta que se reúnan los informes pedidos á los Ayuntamientos y Diputaciones.

Comprendido. (

) Es hora del Consejo.

Vete ya.

(

) Despacha hoy mismo ese escandaloso chanchullo del aplazamiento del Catastro, y si te sobra tiempo, empléalo en llevar á la Gaceta los mayores absurdos y desatinos.

¿Y…?

Ten confianza en mí. Triunfaremos. (

)

ESCENA VII

(

) Hija mía: si huyó el espantajo ó se lo han llevado, ya se averiguará.

Xo se cansen en averiguaciones innecesarias. Doña Helena no existe; doña Helena no ha resucitado. Aquella mujer que se presentó aquí espantando á todos por su fealdad y su fiereza, no era más que una figura compuesta y amañada por las potencias invisibles que constituyen el imperio de lo absurdo, y que nos traen acá imágenes y sensaciones que pueden considerarse como las bromas del carnaval de la Sinrazón.

(

) ¿Qué dices, Atenaida? Tú sabes mucho, pero en esta ocasión me parece que te vas del seguro.

(Con firmeza.) Sé lo que.

Pues si doña Helena no lia resucitado, Alejandro es viudo. ¡Ay que alegría!

Pfotasita, déjanos ya.

Sí, sí: ve á vestirte, y que tus hermanas se vistan también. Hoy tendré en casa convidados, y…

Pero ¿qué? ¿Os estorbo?

Sí nos estorbas. Tu padre tiene que hablar conmigo.

Pues sí, me voy. Voy á vestirme, á ponerme muy guapita. (

)

ESCENA VIII

Has dicho que yo tengo que hablar contigo; pues es verdad. Veo que no hay nada secreto para ti. Acércate y escucha.

Soy toda oídos.

Casadas las tres niñas, me quedo solo. Ya ves que estoy todavía en buena edad.

Sí, señor; todavía puede usted volver á casarse.

Por de pronto, tú y yo podríamos entendernos. Vivirás conmigo, serás la reina de mi casa…

(

) ¿Reina y o? Esa idea no es nueva para mí.

¿Lo presentías?

Tal vez.

¿Te lo había dicho tu corazón? ¿Te lo había dicho algún ángel?

(

) No me trato con ángeles precisamente.

Pues si no te lo han dicho los ángeles, te lo digo yo. Serás reina de mi casa; y si, como creo, me conquistan absolutamente tus virtudes y tu alta inteligencia, me casaré contigo y serás reina de Ursaria.

(

) ¡Oh!…

Ya sabes que soy el amo de Ursaria. (

)

Papá, te llaman de la Presidencia del Consejo.

¿Qué será esto? Voy.

No se detenga. Luego seguiremos tratando de mi coronación como reina de Ursaria,

Volveré pronto. (

)

ESCENA IX

Adorable maestrita. Me alegro de encontrarte sola. Dime de una vez cuándo vienes á vivir conmigo.

Don Panfilo, ha surgido una dificultad que usted no había previsto.

¿Cuál?

Que su hermano don Dióscoro, en vísperas de quedarse solo, también quiere llevarme consigo para que le acompañe y le cuide.

¿Mi hermano? No, no lo consiento. Tú debes preferirme á mi, que fui el primero que te propuso…

La verdad, don Pánfilo, yo no sé qué hacer me encuentro indecisa. Dispénseme si para expresar mi turbación y mis dudas empleo una frase popular vulgarísima.

Dila; yo no me ofendo.

Pues estoy como un burro entre dos piensos.

Pero mi pienso debe ser preferido. Para convencerte, te diré que hoy nos vemos precisados á descalificar políticamente al amigo Alejandro.

(

) ¡Ah! ¿Qué ha hecho?

Una increíble atrocidad.

Esa dichosa ley Agraria.

Dichosa no, desdichada. Ha cometido la torpeza de hacerla pública, añadiendo el propósito firme de darle realidad contra viento y marea.

(

) Y ustedes le echarán del Gobierno á cajas destempladas.

Y como yo soy el llamado á sustituirle…

Pues mire usted, don Pánfilo, todo eso lo había yo previsto: que Alejandro saldría del Gobierno y usted se sentaría en la poltrona.

¡Oh divina previsora, mi gran discípula! Pues bien: viéndome precisado á sacrificarme aceptando el cargo de ministro, ahora más que nunca te necesito para que estés al frente de mi casa mientras yo desempeño las arduas funciones administrativas. Decídete pronto á venir conmigo.

(

) Óigame, don Pánfilo: yo preveo en el día de hoy acontecí alientos muy graves; un trastorno inaudito.

(

) ¿De dónde viene?

De los cielos más altos y de las honduras de la tierra…

¿Bromeas, maestrita?

No lo tomará usted á broma cuando se vea lanzado á los aires como un bólido.

Si vienes conmigo, yo de bólido y tú de bólida, iré muy á gusto por los espacios.

ESCENA X

(

) Se ha lucido nuestro amigo Alejandro. ¿Han visto ustedes?

Ya lo he visto. A mí no me ha causado extrañeza que ese loqumario abochorne su partido con un ridículo acto de vanagloria.

Lo habíamos previsto.

Eso, eso. Nada se escapa á nuestra previsión.

Es enorme, es monstruoso, apocalíptico. Después de incubar este proyecto, puramente ideológico y abstracto, lo lanza al vértigo de la publicidad con el carácter de manifiesto al país, y asegura que por sí y ante sí ha de llevarlo á la práctica, cueste lo que cueste y caiga el que caiga.

Valiente revolucionario nos ha salido.

Valiente ha sido. Os ha traído la catástrofe.

(

) No sé sí llamar á esto horrible y criminal, ó ridículo y pueril.

¿Has hablado con el Presidente?

Sí. (

) Ya conozco el proyecto. Establece la expropiación forzosa de los latifundios; el reparto de tierras entre los labradores pobres; la reversión al Estado de los predios que no se cultivan. Esto es legislar en sueños. Y lo más grave es que lanza su proyecto al público sin dar cuenta al Consejo de Ministros ni al Parlamento, y se declara árbitro de la voluntad nacional.

(

) Y en la Presidencia, ¿no se indica ya quién será el sucesor de Alejandro? Porque creo que…

(

) Alejandro, al marcharse, ¿dijo que volvería por aquí?

Naturalmente: tendrá que venir á liquidar sus cuentas con la triunfante familia dioscórida.

Es hombre acabado, hombre perdido… Y ahora dime: ¿accedes á lo que te propuse?

Pero señor mío, fíjese bien: ya no está usted solo, porque ahora no puede usted casar á Protasita.

Tú me has dicho que doña Helena no ha resucitado; que la figura que aquí vimos es algo como una broma carnavalesca.

Y broma carnavalesca es también la herencia de Alejandro.

Broma no, porque el dinero lo tengo yo en mi caja.

Ese diaero os absurdo, y lo absurdo se pierde, se extingue, se volatiliza.

En resolución: que no casaré á mi hija con Alejandro…; pero no importa. La colocaremos con mi hermano Panfilo.

ESCENA XI

(

) ¿Qué tal, amigos? ¿Qué ocurre por aquí?

(

) Acabemos pronto.

(

) No diré yo que el acto de usted sea una traición política; pero sí aseguro que es una incorrección harto pueril.

(

) Ora lo considere usted política traidora, ora lo vea como candorosa puerilidad, la opinión de usted, señor Hiperbolos, me importa menos que un ardite.

¡Qué impertinente fatuidad!

Esto no puede tolerarse.

Si no has presentado tu dimisión, preséntala sin demora.

Al instante; yo la extenderé.

Para mayor rapidez, que la extienda Atenaida.

(

) Yo, yo. (

) «Excelentísimo señor Presidente del…» ¿Pongo por motivos de salud, ó por dignidad política?

Pon esto: «Creyendo que Vuecencia y sus compañeros son indignos de estar á mi lado…»

IVro ¿qué insolencia es esa?

(

) Sigue, sigue. (

)

¿Qué es esto? ¿Hay eclipse?

Los almanaques no anuncian eclipse.

(

) Acaba, acaba y firmaré. (

)

(

) Se obscurece el sol. Atenaida: ¿qué cuerpo se interpone entre nuestros ojos y la esfera solar?

Ya he concluido. Alejandro, firma. (

)

Seguramente es eclipse, aunque no lo digan los almanaques. (

)

Papá: ¿qué es esto?

Tenemos mucho miedo.

¡Ay, ay! (

)

Átenaida, por Dios, explícanos este fenómeno…

Eclipse hay. El eclipse de las mentiras y ruindades en que vivis.

(

) El mundo se desquicia. (

)

Papá: ¿dónde estás?

El suelo tiembla.

Yo me caigo. (

)

Atenaida, ¿estás aquí?

Atenaida, socórreme.

Señor: esto es la fin del mundo. (

)

Atenaida, sabia maestra, dinos qué es esto.

(

) Los dos bandos de la Sinrazón se despedazan entre sí. Imperará de nuevo la Verdad Suprema. ¡Miserables! Vuestro falaz imperio ha concluido.(

.)

(

) Atenaida, ven conmigo.

(

) Atenaida, sálvame. (

)

(

) Divina mujer, cuando estés en tu cielo acuérdate de quien tanto te amó.

Amor mío, nada temas. Ven á mí.

ESCENA ÚNICA

¿Hacia dónde vamos? He perdido la noción del tiempo y la distancia. ¿Es media noche?

Es mucho más; próxima está la aurora. Vamos hacia Occidente. Mira: por aquella parte los nubarrones se rasgan dejando ver un trozo de cielo.

Y en aquel pedacito de cielo fulgura una estrella.

Si no me engaño, es la Espiga de la Virgen. Descansemos. Aquí veo unas piedras que nos brindan á un reposo breve. (

)

La fuerza del cataclismo ha pasado ya; pero aún se ven resplandores lejanos de la lluvia de fuego que cayó sobre la populosa Ursaria.

Y del terremoto han quedado grietas, por donde sale un calor asfixiante y vapores sulfúreos.

¿No puedes tú calcular dónde estamos? ¿No habremos llegado á la Sagra?

Tal vez; pero no puedo asegurártelo. Cuando avancemos más, por los edificios y el perfil del paisaje reconoceremos á la luz del día si estamos en la Sagra ó cerca de ella.

Pues sigamos en busca de mejor descanso y orientación segura.

Adelante. Si la catástrofe no ha destruido todo, pronto hemos de encontrar una posada, donde tendremos albergue y podremos cambiar de ropa, pues la que llevamos puesta nos estorba para confundirnos con la población rural.

(

) ¿Cambiar de traje has dicho? Para eso necesitamos dinero, y no lo tengo.

Tontín: ¿no recuerdas que al huir de Ursaria me dijiste que traías en la cartera un fajo de billetes?…

¡Ah, sí! Ya no me acordaba. En la turbación de esta horrible noche, también mi memoria participó del Cataclismo. (

) En el bolsillo interior de mi chaleco está la cartera.

Yo también llevo un poquito. No han de faltarnos medios para vivir honradamente.

(

) Tú confías en la armonía universal.

Claro que sí; j para que te convenzas de ello, caminando paso á paso hacia Occidente, encontraremos la Verdad.

Pues adelante. (

) La naciente aurora nos guía. (

)

ESCENA PRIMERA

(

) ¿Dónde les cogió á ustés el cataclís?

No sabemos de dónde venimos ni adonde vamos. Se nos ha trastornado el sentido. Queremos dar descanso á estos pobres huesos.

(

.) Pues suban, que arriba está la Melitona y serán servidos,

(

) Queremos dos habitaciones.

(

) ¿Dos Cuartos para dos? ¿No tendrán bastante con uno?

(

) No, señora. Dos se le han pedido; díganos si los tiene.

No es por eso, ¡contra!; manque sean veinte. Vengan por aquí.

(

) Y además, queremos cambiar de vestido.

Ya entiendo. Son ustés señores, y vienen huyendo de la tremolina. ¿Es que quieren disfrazarse?

Somos pueblo, y á uso de pueblo queremos vestir. Necesitamos dos trajes: uno de paleto, para este señor; otro de aldeana, para mí.

Aquí hay un traje de paño pardo muy bueno: calzón corto, chaleco, faja, sombrero redondo, que le caerá como pintado á este señor; y para usted, señora, fácil será buscarle un traje de pueblo. ¿Y qué me darán ustedes por estas prendas?

Le daremos lo que llevamos puesto, que vale mucho más.

Bueno; ese traje de usté, tan elegante, me servirá para ponérselo á mi hija Usebia el día de la fiesta mayor.

Y este mío podrá servirle al alcalde del pueblo para lucirlo el día del santo patrón.

Y si algo falta para cerrar trato, lo daremos en dinero. (

)

(

) Estos son marqueses…, gente gorda…, y hay que servirles de cabeza.

ESCENA II

En la fuerza del cataclismo, yo vi dos culebrones de fuego que bajaron de las nubes y se metieron dentro de la tierra.

Sobre nosotros descargó una granizada; cada piedra era como bala de cañón. Nos mataron dos mulas y perdimos el compañero Zancudo, que se cayó por un despeñadero.

El cura del pueblo onde paramos dijo que una estrella había chocao con otra, y que de los piazos salió esta tremolina, y que ello ha sido para castigar á los hombres malos que apandaban las riquezas y burlaban á la nación.

(

) Para escarmiento de los ociosos que no miran por el procomún. Ha sido un barrido desde el cielo, pues los que se hacen desde la tierra no resultan con la debida eficacia.

(

) Paisano, ¿qué tal va el negocio de mulas?

No iba mal; pero con el catastrofio se nos ha torció. Las mulas que nosotros llevamos son de primera. Por la vestimenta parece que son ustedes de tierra de…

Somos de la Vera.

, Bonita tierra. Allí tengo yo un primo que es albeitar y se llama Lonisio Valtierra.

En aquel pueblo tengo yo un pariente cercano que se llama don Juan de Valtierra.

Pues á ese señor le conozco; tiene mucha labranza y va pa tres años que mus compró dos pares de mulas.

Amigo, si ustedes van hacia allá puede que nos encontremos.

En buena hora sea dicho. (

)

ESCENA III

(

) mucho me engaño, O este ancianito es el Santo Pajón.

Él es. Viene descalzo y con las ropas destrozadas.

(

) ¿Qué le ha pasado, Pajón?

(

) ¿Quién me habla?

¿No conoces á la señorita Atenaida, maestra de aquellas niñas…?

Ay, sí; acérquese, señorita; déme la mano.

Y su niño, el Niño Jesús, ¿dónde está?

(

) ¡Ay mi Niño de mi alma!… Perdido… robado…

¡Robado! Cuéntenos.

El pobre está desfallecido; no puede hablar. Venga, venga. (

)

(

.) Vamos. Le daremos algún alimento. (

) Siéntese aquí.

Tomará cafó con leche.

(

) Ay, ay, el café, cosa muy buena pero… pero… si me hicieran el favor de darme antes una copita de aguardiente… Es costumbre que tengo.

(

) ¡A ver! Unacopa de aguardiente para este amigo. (

)

Pues verán. A poco de salir de Ursaria huyendo de la quemazón… Venía yo con esas gitanas… De pronto, ¡pataplúm!, una chispa eléctrica cayó en el árbol cercano… El terror me lanzó á una carrera desesperada: caí, caímos; yo abrazadito con mi Niño… Rodando fuimos á parar á un barranco muy hondo. Perdí el sentido. Cuando lo recobró busqué mi urna y no estaba ¡ay! Salí gateando y diciendo: ¡mi Niño! ¡mi Niño! Y una voz desconocida me dijo: «El Niño salió volando.»

¿Y qué personas bajaron rodando con usted al precipicio?

Una gitana ó dos, no estoy seguro; un hombre muy negro, que parecía carbonero, y la señá Rebeca, que es conocida mía.

¿Y no sería esa Rebeca la que hizo volar al Niño?

No, porque doña Rebeca es persona muy pía y devota del Niño.

Pues por eso mismo, por ser tan devota de la criatura se lo habrá llevado.

Y esa Rebeca ¿ha venido con usted?

No, señor. Debió quedarse en el barranco. Yo no sospecho de ella, sino de las gitanas y del hombre negro.

Hablaremos á la Guardia civil para que busquen la urna.

Ahora vamos á salir nosotros en un grupo de caminantes, donde van también los guardias civiles. ¿Quiere usted venir con nosotros?

¡Ay!, sí, señoral Con ustedes al fin del mundo.

ESCENA PRIMERA

(

) A las almas caritativas me encomendó aquel señor… Bien pudo socorrerme…; pero no lo hará, porque la sutil Atenaida le tiene sorbido el seso… Y ahora, pasada la tremolina entre los cielos y la tierra, parece que la encopetada señora Razón vuelve á gobernar este mundillo… Lucidos estamos los que hemos hecho méritos con tantas hambres y desnudeces en el bando contrario… Buen pago nos da ese perro de Satán que se pasa la vida en el infierno rascándose la barriga en brazos de esa golfa que llaman Astarte. (

) Nada, nada, me paso al vencedor; quiero vivir, quiero Comer. (

) Aquí encontraré á Nadir. (

) Nadir, ¿dónde estás?

ESCENA II

(

) Aquí me tienes esperándote… Ya creí que no venías.

Hubiera llegado sin la peripecia que te contaré. Me detuvo la Guardia civil…

(

) Por lo de la urna. Menudo bromazole dimos al Santo Pajón. Con mis uñas y las tuyas abrimos el cepillo y sacamos las perras, poniendo en su lugar clavos.

Yo entregué la urna, y la verdad, me dolió la ofensa que hicimos al Niño Jesús.

Para el Niño no hay ofensa.

En buen hora lo digas. La intención es lo que salva. ¿Xo hemos convenido en cambiar de vida, pasándonos al campo del Dios triunfante, reconociéndole como el único verdadero?

Sí; pero advierte que nos han de exigir duras y largas penitencias. De otro modo no podrían admitirnos.

Pues las haremos, disciplinándonos con zurriagos de algodón y ayunando los siete reviernes…

Todo ha de ser verdad, pues la farsa no vale; así lo ha dicho Zafranio, que entiende mucho de estas cosas.

Y Zafranio, ¿no anda por aquí?

Ha ido al monasterio de los Jerónimos á revolver la biblioteca buscando el texto de aquel filosofo cristiano que dijo: «Al fin, hasta el Diablo se ha de salvar.»

¡Ah, sí! Ese filósofo se llama algo así como…

Orígenes, Orígenes. Que anunció nuestra salTación es indudable. La duda está en que no sabemos si para nuestra salvación debemos esperar ó no al Juicio Final.

¿Y para poner en claro esa cuestión, ha ido Zafranio á examinar las palabras mismas del filósofo cristiano?

Justamente, á eso ha ido; pero pronto estará de vuelta. Sigamos hacia abajo. Agárrate á mí que ya anochece, y por estos vericuetos hay que andar con mucha precaución. Aquel día, funesto para nuestra causa, en el suelo de Peñas Rojas se abrieron las bocas de los antiguos cráteres, escupiendo fuego y exhalando vapores asfixiantes…

(

) Y ahora parece que se repite la función; yo siento temblar el suelo bajo mis pies. ¿Habrá llegado nuestra última hora? (

) ¿Es esa la voz de Zafranio?

Zafranio es el que grita; pero no está solo: oigo también el grito ronco de Arimán.

(

) Y un graznido de cuervo que se confunde con la chillería de Celeste. (

) Yo me muero de miedo, Nadir. Vamonos por otro lado. (

)

ESCENA III

(

) Sí, SÍ. He leído lo que dijo el gran Orígenes: que una contrición sincera nos salvará.

(

) Yo quiero salvarme. Yo confieso al Dios Omnipotente. (

)

Yo también.

(

) Reptiles, miserables sabandijas, renegáis de vuestra estirpe satánica. Arimán es siempre Arimán. (

)

Orígenes, á tu doctrina nos amparamos.

(

) Abrete tierra. (

) Celeste, amiga leal, ven Conmigo. (

) Los renegados… quédense aquí revolcándose en su propia ignominia. Nosotros, los leales, al reino de nuestro padre Satán. (

)

ESCENA PRIMERA

(

) Señor Cura; aunque usted no sea un santo, y en esto no hay ofensa, porque los santos ya no se usan, declaro y sostengo que posee usted en grado sublime la virtud de la hospitalidad.

(

) La religión me ordena dar posada al peregrino, y la cortesía me impone el deber de obsequiar al amigo. Virtudes tengo del orden social y del religioso, aunque no todas las que constituyen el perfecto sacerdote. La perfección sólo se encuentra en el Año Cristiano, y yo, por designio inexorable de mi naturaleza, no puedo aspirar á la canonización. Como cura de almas cumplo cuanto la Iglesia me ordena. Soy el mejor amigo de mis feligreses; yo les quiero á todos, y ellos me quieren y me reverencian. Cierto que hay un punto de conciencia en el cual he dejado á un lado los escrúpulos…

Comprendido, señor don Hilario. ¿Quiere usted que yo pronuncie el ego te absolvo? (

)

Hagamos los honores debidos á estos pollos con tomate. (

)

Ahí tenemos al Santo Pajón.

Le convidaremos á tomar café.

Sí, si; que pase el asendereado viejo.

Voy á llamarle.

ESCENA II

(

) Pues, señor, cuando la Guardia civil de Peñas Rojas me devolvió la urna, noté que mi Niño estaba flaquito y con la cara muy triste.

Eso sería del susto que pasó.

Pero ya se ha repuesto. Mírenle: es el misma de siempre.

La urna pesaba mucho… y yo me dije: menuda colecta de perras, me traes, Niño mío. Al encontrarme solo abrí el cepillo, y me quedé anonadado y compungido viendo que estaba lleno de Clavos. (

)

No podía usted esperar otra cosa de aquella bribona de Rebeca… ó de los diablos que venían con ella.

¿Y qué hizo de aquella metralla?

Los clavos eran nuevos y buenos, de esos que sirven para herrar las caballerías. Como debemos mirar siempre al negocio, fui á casa de un albeitar que está en la carretera y le vendí los clavos por dos reales.

Vaya, amigo, que usted no pierde ripio, y sabe sacar partido hasta de los timos que le dan.

Es usted un hombre aprovechado. Minga, sírvele café y otra copita de coñac.

Mil gracias, señor cura y la compañía. Y ya que son tan corteses conmigo, les diré que he cumplido los ochenta y dos años, y que ya me cansa esta vida errante por caminos y andurriales. Quisiera pasar los pocos días que me restan de vida en una ocupación sedentaria, tranquila.

Usted me ha dicho que en su mocedad fué pasante en la escuela de su pueblo.

Sí, señora. Antes de meterme en el petitoria tomaba la lección áunos chiquillos, que me hacían burla y no aprendían nada. Lo que entonces sabía yo se me ha ido olvidando. Sólo me acuerdo de algunas cosas de Geografía, por ejemplo: cuántas son las partes del mundo y cómo se llaman. De la Gramática recuerdo del masculino, femenino, neutro, común, epicena y ambiguo, con aquello de con, por, sin, de, etcétera, etc.

Con esos conocimientos bien podría usted desempeñar una plaza en cualquier escuela pública, verbi grada: llevar y traer los niños de sus casas al colegio.

Señorita Atenaida, eso sería el colmo de la felicidad en mis últimos años. Mas antes de aceptar esa prebenda, tengo que presentar mi dimisión de santero á las señoras monjas de mi pueblo, rendir cuentas de mi recaudación en los últimos meses y entregarles el Niño, que aunque no esté á mi lado, espero que me proteja en mis últimos años y en la hora de mi muerte, amén.

Pues todo eso lo arreglaremos por acá. Se entregará la urna á las dominicas placentinas, que son muy amigas nuestras, y no tendrá usted ninguna dificultad para rendir sus cuentas.

¡Ay! Lo agradezco mucho, señora; pero el traslado del Niño á esas monjas dominicas que usted dice, no se puede hacer sin que lo apruebe el patrono de esa comunidad.

(

) El patrono de la comunidad es don Juan de Valtierra.

Mi tío, hermano de mi madre.

¡Oh, Valtierra! Rico propietario y labrador del Campo de la Vera, grande amigo mío. Ya está muy viejo el pobre.

A ese santo varón, apóstol de la verdad y amparador de los humildes, debí yo la primera escuela que regenté en este país.

Y yo le debí un cariño entrañable que nunca olvidaré.

Pues si van ustedes hacia allá mandaré á Valtierra un propio avisándole su visita.

Atenaida le habrá prevenido por los maranchoneros.

Qué maranchoneros; dias ha que lo sabe y nos está esperando.

Y si fuera menester otro recado, yo lo llevaría.

No es preciso. Mañana, víspera de San Juan, llegaremos allá.

Sí, porque hemos convenido que esta noche la pasarán ustedes con nosotros.

ESCENA ÚNICA

¿Hemos llegado, amada mía?

Estamos frente al Campo de la Vera; tocamos al término de nuestra caminata fatigosa, y no tardaremos en llegar á la granja que habita el patriarca Valtierra.

(

) ¿Estás segura de lo que dices?

Tan segura que ya veo la casa.

Dios bendiga tu boca; bendiga también tus ojos que todo lo ven.

Tanto alcanza mi vista, que desde que salimos de Ursaria estoy viendo este suelo fecundo donde tu existencia y la mía alcanzarán la paz y la felicidad.

Cierto que esos bienes se hallan vinculados en esta Arcadia feliz. Pero ¿cómo sabes que serán para nosotros?

Porque es lógico y natural que así sea. Se ha restablecido la armonía universal, y ésta sería una nueva ficción si los que fuimos arrojados de aquí no volvieran á ser lo que fueron y á poseer lo que poseían.

Amada mía, está muy bien… en principio…; pero falta que los hechos se acomoden á esa luminosa idea. Tú no has visto al patriarca don Juan de Valtierra, no has hablado con él.

Mi conciencia purísima es espejo reluciente donde la voluntad divina proyecta la dirección que quiere dar á los hechos humanos.

Hermosa idea es esa; mas para que yo la admita debo reconocerte como santa.

(

) La santidad, Alejandro mío, es cosa vulgar, vista y apreciada con el criterio común de las gentes; y yo, mujer vulgar, no tengo reparo en sostener que debo ser santa para ti, aunque no lo sea para los demás.

(

) Sí, y en mi corazón tienes tu altar. Eres la perfección humana; por tu constante actividad y tu labor infatigable vives irradiando energía y comunicáudola á todos los seres que te rodean. Ejemplo soy de los efectos de tu santidad. Tií me sacaste del pantano de la mentira y de los convencionalismos sociales… Tu me trajiste del laberinto de Ursaria á la paz de este Campo de la Vera, donde nacimos y donde santamente moriremos.

Aquí practicaremos la verdadera santidad, que consiste en cultivar la tierra para extraer de ella los elementos de vida, y cultivar los cerebros vírgenes, plantel de las inteligencias que en su madurez han de ser redentoras.

Has hablado, Atenaida, como la propia sabiduría. Dos campos igualmente feraces nos ofrece la existencia humana: el campo físico y el campo espiritual. Laboremos. (

)

(

) ¡Ay, A tena ida, qué sueño he tenido!

Cuéntamclo.

Lo que vi y oí en sueños ha sido corno la misma realidad. Llegamos tú y yo juntos á nuestro patriarca… La estancia era la misma que conocí en mi niñez; ningún cambio noté en los muebles ni en los cuadros de santos y vírgenes… Don Juan de Valtierra, viejecito avellanado y fuerte, se levantó del sillón de vaqueta, y llegándose á nosotros risueño nos abrazó cariñosamente. Luego me dijo: «Las tierras de la Vera y de Jaraíz, que fueron de tu hermano Demetrio y que éste me legó á mí en usufructo, pasan hoy á ser tuyas. Como mi fin está próximo, el cortijo mío de Jarándula, las huertas de Tala veruela, la dehesa de Santiuste, donde pastan quinientas merinas y más de mil manchegas; el Collado de Torremangas de Aldea Vieja dé la Vera, también son de tu propiedad, como consta en el testamento que otorgué dos días ha. Y á ti, Atenaida, te doy posesión de la magnífica escuela que he construido frente á esta casa. Nada te digo de tu participación en los bienes de Alejandro, pues ya sé que os casó mi grande amigo el cura bonachón de Rosales de Tejada». Figúrate mi asombro al oír de los labios de mi ilustre pariente la halagüeña notificación de mi patrimonio agrario, la noticia de nuestro casamiento…

(

) No es sueño, Alejandro. Todo es verdad. Verdad la posesión de tus tierras; verdad mi grandiosa escuela; verdad nuestro casamiento. Y ahora, si no te has convencido, entremos en la morada de nuestro patriarca tutelar. (

)

ESCENA PRIMERA

Hola, maestra insigne. ¿Qué tal? Veo que esto va muy bien.

Sí, estamos en plena prosperidad. Ya pasan de trescientas las criaturas que tengo en mi escuela. Lástima que no pueda ver esta maravilla nuestro patriarca fundador.

El pobre Valtierra abandonó este mundo en cuanto pudo entregar á los seres queridos este suelo fecundo y el vivero de las futuras generaciones.

Sabrá usted que los niños comen y meriendan aquí y se van á dormir á sus casas, después de haber recibido la enseñanza elemental y el conocimiento práctico de cuanto constituye la vida humana. Presencian la siembra del grano, la recolección; ven el trigo en las eras, en el molino; y como tenemos tahona en la casa, se hacen cargo de las transformaciones de la mies hasta convertirse en pan. Saben cómo se hace el vino, el aceite, los quesos, el carbón, y conocen las manipulaciones del lino desde que se arranca de la tierra hasta que se convierte en la tela que visten.

¡Prodigiosa enseñanza!

A así, sin sentirlo, sin que se les sujete á una compostura impropia de la infancia, aprenden los chiquillos la Aritmética, nociones de Física, Historia Natural, Geografía, y cuanto es menester para la preparación de los distintos oficios ó carreras á que han de dedicarse, según la vocación de cada cual.

Y el gran labrador, don Alejandro, ¿dónde está? No le veo.

(

) Mírele, don Hilario, allí viene. (

)

(

) ¡Eh, amigo! Muy bien, muy bien, con la mano en la esteva; parece que toda la vida no ha hecho usted otra cosa. Ya veo: lleva usted la reja por el lomo del surco para cubrir la simiente.

(

) Hola, pastor curiambro. ¡Qué caro se vende usted! Allá voy. (

)

ESCENA FINAL

(

) He venido á contemplar y admirar á mis nobles amigos en su laboriosa existencia.

Yo cultivo la tierra y Atenaida los cerebros de esas tiernas criaturas.

(

) Ved en esta mujer humilde el símbolo de la Razón triunfante. (

) Somos los creadores del bienestar humano. El raudal de la vida nace en nuestras manos fresco y cristalino; no estamos subordinados á los que lejos de aquí lo enturbian. Somos el manantial que salta bullicioso; ellos la laguna dormida. (

)